El imaginario del silencio
Héctor Eduardo Robledo – Edición 440
El silencio refiere ciertamente al acto de no emitir sonidos, pero es imposible acallar la multitud de significados en los que éste se encuentra diluido y que con dificultad podemos determinar si se escuchan o se ven.
El silencio es una paradoja, un estadio utópico que sólo existe en los bosques imaginarios de los meditadores zen, a quienes se les cuela el sonido del roce del viento sobre las hojas de los árboles del bosque.
Es por ello que la paradoja del silencio sirve para dar cuenta de la fragilidad de las categorías con las que ordenamos el imaginario social al que recurrimos —involuntariamente— para percibir la realidad. ¿Cómo distinguir entre las imágenes sonoras y las imágenes visuales con las que imaginamos el bosque? ¿Cómo distinguir lo que suena, de lo que se ve en el vasto campo de nuestra imaginación? ¿Cómo distinguir el bosque del silencio? Dichas distinciones sólo son posibles mediante el análisis a posteriori de lo que hemos imaginado, pero las imágenes sonoras y las imágenes visuales del bosque están disueltas en el mismo magma de representaciones, metáfora que el filósofo Cornelius Castoriadis usó para comprender el imaginario social, ese cúmulo de significados colectivos —imágenes, palabras, creencias, relatos, símbolos— a los que recurrimos para interpretar el mundo que nos rodea. Y es por ese mismo magma —o murmullo, metáfora preferida por el profesor Emmánuel Lizcano—, que una de las imágenes predilectas para imaginar el silencio es un bosque y no una banda de trash metal cuyos miembros solamente simulan tocar sus instrumentos.
El silencio refiere ciertamente al acto de no emitir sonidos, pero es imposible acallar la multitud de significados en los que éste se encuentra diluido y que con dificultad podemos determinar si se escuchan o se ven. Por supuesto, si el sonido es el resultado del contacto entre una onda sonora y el tímpano del oído, las personas con este órgano atrofiado vivirán en estado de perpetuo silencio. ¿Eso quiere decir que viven de forma permanente en los bosques de los meditadores zen y que están exentas de vivir atosigadas por el ruido del camión de la basura o de los niños saliendo de la escuela?
El silencio es también paradójico, porque a la vez que nos envía a los bosques zen, anuncia que algo está alterando el estado natural de las cosas. Es por ello que el Manual de Diagnóstico Psiquiátrico identifica como trastorno mental infantil el mutismo selectivo, término que refiere a la “incapacidad persistente para hablar en situaciones sociales específicas (en las que se espera que hable, por ejemplo, en la escuela) a pesar de hacerlo en otras situaciones”. Es decir, que los niños no pueden elegir dónde evocar las imágenes del bosque. m