El gozo como experiencia y representación en el cine

La La Land

El gozo como experiencia y representación en el cine

– Edición 506

Fragmento de la imagen inicial de «La La Land».

El cine ha multiplicado el gozo con sus propios recursos: el montaje y la cámara. Y mientras goza, el espectador también ha sido testigo de las formas de representación del gozo.

Desde las primeras funciones, el público ha encontrado en el cine una fuente amplia para el gozo. Si en un principio fue el movimiento (en cinematografía, de acuerdo con su etimología, el movimiento aparece en primer término), pronto las historias aportaron pretextos para la fruición. Para empezar, en la comedia y en cortometrajes. No es gratuito que en su infancia el cine viera nacer a algunos de los cómicos más grandes, que han permanecido por méritos propios en la memoria cinéfila, como Buster Keaton, Harold Lloyd o Charlie Chaplin.

La comedia musical (género que, anota Guillermo Cabrera Infante, nació para la felicidad) ha sabido trasladar al medio cinematográfico algunos recursos de los que ya gozaban los fanáticos del teatro. Así, en la pantalla también vemos a bailarines y cantantes que hacen las delicias de los ocupantes de las butacas. Pero el cine ha multiplicado el gozo con sus propios recursos: el montaje y la cámara.

Mientras goza, el espectador también ha sido testigo de las formas de representación del gozo. Y si Witold Gombrowicz presenta en su novela Cosmos un personaje que recurre a actos cotidianos y discretos, que ejecuta ante los ojos de su familia, para tener experiencias voluptuosas, actualmente la escenificación del gozo es impensable fuera de los parámetros que ha impuesto sobre todo el cine estadounidense, que recurre a estrategias cercanas a la grandilocuencia: rostros con amplias sonrisas, gritos y coreografías tan expresivos como demostrativos. A menudo, sin embargo, y justo es constatar, ese proceder invita a la emulación.

Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the Rain, 1952), de Stanley Donen y Gene Kelly

La historia se ubica en los tiempos en los que el cine “aprendía a hablar”. En al menos dos pasajes, la emoción alcanza alturas paroxísticas: en el conocido número musical en el que Kelly interpreta bajo la lluvia la canción epónima y la secuencia en la que asistimos a las vicisitudes del registro del sonido en el estudio y su reproducción en la sala. Son momentos memorables que empujan con humor uno de los musicales que seducen incluso a los que no gustamos del género. Aquí, técnica, narrativa y puesta en escena contribuyen al gozo.

Vértigo (Vertigo, 1958), de Alfred Hitchcock

En una entrevista, Hitchcock especula sobre el gozo que incluso el miedo puede provocar conforme el supuesto de que los peligros que lo provocan no se deban pagar. El cineasta inglés, no obstante, también precisa que “el suspenso” (que ofrece más información al espectador que al personaje) “se disfruta más que el terror porque es una experiencia continua y va in crescendo”. En Vértigo, en la que seguimos a un expolicía que sufre del padecimiento del título, queda paradójica constancia: el mayúsculo sufrimiento del protagonista es proporcional al gozo audiovisual.

Playtime (1967), de Jacques Tati

La aparente torpeza de Mr. Hulot le impide encajar en la vida moderna. Un día tiene una serie de encuentros y desencuentros con un grupo de turistas angloparlantes en la gran ciudad. En algún momento nos lleva a un edificio de departamentos con grandes ventanales-vitrinas e “ingresamos” a la intimidad de sus habitantes. Exhibe, así, los sinsabores de la repetición de lo uniforme, asunto que también y tan bien analizó Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia. Tati lo hace con una mirada gozosa, juguetona, pero no menos aguda.

Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, 1988), de Giuseppe Tornatore

Salvatore Di Vita, un afamado realizador, recibe una llamada de su madre: Alfredo ha muerto. ¿Quién era el occiso? Flashback: seguimos a Totò, un chamaco travieso que goza con las maravillas del cine. Luego se convierte en asistente de Alfredo, el cácaro del cine local. Desde la cabina de proyección, Totò inicia su formación. Tornatore cierra con la memorable herencia del proyeccionista: la yuxtaposición de planos que censuró, en los que aparecen besos de diferentes películas. El amor al cine y el amor en el cine multiplican el gozo.

La La Land (2016), de Damien Chazelle

La secuencia que inaugura la película recoge un largo embotellamiento en un puente citadino. Los conductores lucen malhumorados; el sol es agobiante. Sin embargo, de pronto una conductora comienza a cantar, luego desciende de su vehículo y comienza a bailar. Pronto contagia a los automovilistas vecinos, y estos a otros. Aquello se convierte en una fiesta, en un número musical espectacular. La cámara, atenta, sigue la acción con solvencia y celeridad, sin cortes. El resultado: un gran inicio, gozo puro

Para saber más

:: Pasajes mencionados de Cantando bajo la lluvia:
ite.so/cantalluvia
ite.so/linamic
ite.so/sync

:: Inicio de La La Land.

:: Escena final de Cinema Paradiso.

:: Escenas con Buster Keaton.

:: Dos escenas de El chico, de Charlie Chaplin:
ite.so/chaplinpelea
ite.so/chaplinpastel

:: Pasajes con interpretación de Playtime, de Tati.

:: Martin Scorsese habla del cine de Alfred Hitchcock.

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