El estilo jesuita de enseñar
Juan Luis Orozco SJ – Edición 430
Compartimos este texto que el Rector Juan Luis Orozco, SJ, dirige a los profesores del ITESO y que arroja luces sobre lo que es el espíritu ignaciano que distingue a la Universidad.
La vida nunca es abstracta. Discurre en un ámbito concreto. Lo que haga hoy repercute en lo que voy a ser mañana y, por tanto, también repercute en los demás con los que interactúo. La facultad suprema para vivir no es producto de ningún oficio ni de ninguna ciencia: es la sinopsis de todos los oficios y de todas las ciencias. Lo anterior se relaciona íntimamente con la preocupación radical del hombre moderno por la construcción del mundo y de la propia existencia. Esto origina un humanismo de tipo nuevo que se conecta con nuestra civilización técnica. El mundo, pues, como contorno verdaderamente humano, como tarea y responsabilidad del hombre, como materia de su creación personal, es la perspectiva dominante de nuestro tiempo, que ha penetrado hasta lo más hondo de nuestra sensibilidad y mentalidad modernas.
Esto lo encontramos también en las ideologías que convierten al mundo en una abstracción y proponen el progreso continuo y el dominio pleno de la naturaleza como motores únicos del ser humano —y ya vemos el fracaso que eso ha sido—. En ese marco, otra manifestación de estas tendencias es la proclamación de la muerte de Dios. La experiencia contemporánea de la muerte de Dios también está en la relación hombre-mundo. Esto tiene como causa la revolución tecnológica (ya estamos en la tercera) de nuestro tiempo y, en particular, a causa del impacto de la nueva tecnología en nuestra sensibilidad, nuestro lenguaje y nuestros sentimientos. Es el mito de Adán y Eva —“Y seréis como dioses”— en términos actuales: la tecnología modifica la creación, introduce alteraciones en nuestro mundo y en nuestros cuerpos (drogas, medicinas, la capacidad para controlar la natalidad, enfermedades). Por supuesto, no estoy en contra de todo esto, sino de su “absolutización”. Así, parece que no podemos hablar de Dios o con Dios. Siguen existiendo la ignorancia, el asombro, el temor, pero ya no referidos a esa historia de salvación y humanización proclamada y vivida hasta sus últimas consecuencias por Jesús de Nazaret.
Quizás el estilo de la Compañía de Jesús pueda responder a la pregunta de cómo hacerle para ser más humanos en este mundo. En el curso de la historia de la Compañía, este estilo se ha distinguido por la adaptación, la afirmación de las exigencias de la época, la actividad cultural, el amor a las ciencias, la aceptación del individualismo del renacimiento, el alegre humor del barroco. Así, dice Étienne Borne, con algo de razón aunque un tanto exagerado: “Por dondequiera que el mundo está a punto de cambiar, hay siempre un jesuita para inventar una manera de ser más moderna que las modernas, al mismo tiempo que una especie de desprendimiento y de elegancia inasible y lo vuelve sospechoso a todos los poderes establecidos”.
Es más fácil detectar un estilo que intentar definirlo. Pero intentemos una aproximación que permita cobrar relieve a sus características. Para quien reflexiona sobre la historia de la Compañía y sus obras, y se familiariza con sus personalidades más típicas, lo más notable es cierta actitud que, según la mayor o menor benevolencia de la comprensión, se puede calificar como “ambigua”, “ambivalente”, “reservada”, “política”. Analizada de fondo podemos describir una tensión entre dos polos: la afirmación apasionada y jubilosa del mundo, por una parte, y la frialdad de un relativismo casi escéptico, por otra.
¿Por qué? ¿De dónde brota esta manera de enfrentar el mundo? Este presupuesto fundamental para la comprensión del estilo ignaciano se plasma en el Magis, ese más que descubre la tensión infinita de su espíritu, la eterna insatisfacción de lo hecho, porque el término sólo es Dios que se esconde más allá, del cual algo intuimos y apenas balbuceamos.
La base del Magis es la indiferencia: sentimiento extremadamente vivo, casi sobreagudo de la relatividad de todo lo que no es Dios mismo, del carácter provisional, intercambiable, reemplazable y polivalente de todas las cosas distintas de Dios. La base del Magis está en la experiencia profunda y personal de este Dios de Jesús, trascendente y presente en nuestra historia. El riesgo es volver al Magis ideología, voluntarismo y no experiencia personal. Y por eso, como decía un compañero, el Magis ha producido, entre los jesuitas, más locos que santos.
En síntesis, el estilo ignaciano es una sensibilidad que, además de los sentidos, involucra a los sentimientos: el mundo y Dios, el tiempo y la eternidad, no están reconciliados todavía, están en conflicto. De este modo, si queremos ser verdaderamente hombres o mujeres, debemos ser libres del mundo sin salirnos de él. Y esto es posible si, y sólo si, confesamos que el centro de nuestra existencia está más allá de nuestro horizonte intramundano y vemos la necesidad de aceptar la trascendencia de nuestra tarea y nuestro destino humano.
El profesor en el ITESO
El profesor del ITESO tiene tres tareas principales:
1. Acompañamiento personal. Es un rasgo fundamental de la Universidad. Y lo relaciono de manera directa con lo que en la espiritualidad ignaciana se denomina como cura personalis, es decir, el cuidado de la persona, que es un elemento constitutivo de la formación y la educación jesuíticas. Supone que la persona necesita la ayuda de un compañero de ruta en este camino lleno de deseos y realizaciones, pero también de tentaciones y caídas.
El acompañamiento personal se refiere a una práctica humana, no a cuestiones metafísicas u ontológicas. Sus límites se encuentran en la comunicación humana y se concreta en las actuaciones relacionadas con el dar y el recibir. Se trata de una relación entre dos personas limitadas, falibles, heridas, pero con capacidades para trascender, solidarizarse entre ellas y construir juntas nuevas posibilidades de humanización mutua. En este sentido, al igual que en los Ejercicios Espirituales, el profesor no trata de transmitir un saber o una doctrina, de imponer un método o algunas ideas, sino de proponer posibilidades de crecimiento para que el alumno las asuma en su historia personal. Al fin y al cabo, cada quien es el responsable último de su existencia.
Con frecuencia se habla en el ITESO de la necesidad de un ambiente de confianza para que el acompañamiento personal y el aprendizaje florezcan. De hecho, el ambiente de libertad y confianza que se respira en el ITESO es uno de los motivos por el que muchos de sus alumnos han escogido esta universidad. Cuidar este ambiente de mutua confianza es conveniente para las actividades de aprendizaje propias de esta relación, pues ayuda a fomentar el diálogo, promover la comprensión y avanzar en el conocimiento, tanto de las personas como del mundo y el universo que nos rodean. La confianza, además, ayuda a que la benevolencia se haga presente. En otras palabras: las actitudes, los juicios y las decisiones que se toman en confianza pueden ser más susceptibles de construcción de un bien para todos, que aquellas que se realizan en medio de la discordia y el conflicto.
“No basta la libertad”, me dirán, pues se ha visto con frecuencia que las personas se descarrían, pierden el camino, desperdician su vida. Precisamente por eso, san Ignacio sugiere que, para asegurar el cuidado de las personas, hay que conversar con ellas, establecer una relación persona a persona, para que en este coloquio se descubran las historias particulares, las heridas, las posibilidades de desarrollo y crecimiento individual. Esta actitud supondrá muchas veces dedicarle tiempo, aumento de cargas y preocupaciones por las que oficialmente no me pagarán económicamente. Pero es una oportunidad para dignificar más la profesión magisterial, para crecer como personas, crear nuevas amistades, rejuvenecer, sembrar semillas de justicia y de paz que florecerán en un futuro. Todo esto es invaluable y es una característica fundamental de esta universidad.
El padre Kolvenbach afirmó que, en la experiencia de la Compañía, la cura personalis se convierte en el pivote de toda la educación con estilo ignaciano, ya que la visión pedagógica que la sustenta tiene como aspiración fundamental que los tiempos, programas y métodos sean los adecuados a las necesidades de cada estudiante. Esta aspiración —sigo las ideas del anterior padre General— está limitada, no podemos negarlo, por el peso de todo lo que se impone a las instituciones jesuitas: los mercados, las condiciones que el Estado exige a la labor educativa, el sostenimiento financiero; pero estas limitaciones no deben poner en cuestión que las instituciones confiadas a la Compañía de Jesús procuran formar a los estudiantes para asumir su condición humana, sus límites, posibilidades y capacidades; sobre todo las que tienen que ver con el establecimiento de un pacto amoroso con quienes forman esta comunidad, con quienes nos rodean y, sobre todo, con quienes están abandonados, pobres y necesitados de consuelo.
Aun cuando las tecnologías y la ciencia avancen a un ritmo insospechado, quedarán como tareas humanas construir y apreciar la belleza y ayudar a los demás. Las tecnologías y la misma ciencia son medios, no un fin. Sólo las personas pueden construir humanidad. Ni las ideologías ni el poder ni el dinero son capaces de hacer de este mundo una morada digna para todos. En cambio, la cercanía solidaria, la amistad y el amor personal pueden construir justicia, procurar la igualdad, manifestar la hondura humana.
2. Compromiso social. Este compromiso no es algo caduco o pasado de moda. Ahora el compromiso social ha de ser un aspecto central de la acción de los profesores del ITESO. Este compromiso es esencial por las siguientes consideraciones.
En primer lugar, porque es necesario que afirmemos, de manera jubilosa y apasionada, lo que nos ofrece el mundo, pero también es necesario relativizar los bienes que éste nos ofrece; ser capaces de reflexionar antes de dejarnos llevar por lo que, a primera vista, tiene atractivos inigualables; dudar de lo que se nos ofrece como la verdad; tener la habilidad para discernir lo que nos conduce a construir en falso y sin cimientos, de lo que puede constituirse en un bien para todos y contribuir a la felicidad del género humano.
En segundo lugar, el compromiso con la sociedad está vigente porque, aun cuando debemos entusiasmarnos por nuestros logros y éxitos, también conviene desprendernos de nuestra propia obra para que, al examinarla desde fuera, seamos capaces de adivinar en ella lo que puede mejorar, lo que puede servir mejor a los demás, lo que ayuda más a la convivencia entre todos los que habitamos este país y este planeta.
Y, por último, el compromiso social conserva su validez porque la invitación que nos hiciera el padre Arrupe —quien fue General de la Compañía y también uno de los grandes hombres del siglo xx— es todavía urgente: ser hombres y mujeres libres, que no han caído en el afán de la competencia, que no aspiran a convertirse en consumidores ávidos, que han roto con la ostentación y el desperdicio, que han determinado buscar la justicia, que han buscado en los pobres y desfavorecidos su campo de acción.
3. Inspiración cristiana. La inspiración cristiana va en contra de la corriente, pues es claro que en el mundo actual no basta que algo sea razonable para que sea aceptado por la humanidad. Y para constatarlo no hay más que comparar los recursos destinados a la fabricación y la compra de armamento, contra los que se dedican a la cura de enfermedades o a la educación. Es necesario, por tanto, una inspiración que movilice conciencias y talentos para conjugar una visión distinta a la visión dominante, que no tiene en cuenta las necesidades de la humanidad ni el uso ético de los escasos recursos, y tampoco considera un ejercicio justo del poder que provea de iguales oportunidades a todos quienes conformamos la sociedad.
Esa inspiración, por otro lado, no se puede reducir a una mera denuncia de los males del modelo económico neoliberal, de la creciente pobreza, de la unipolaridad mundial, del individualismo posesivo o de la intolerancia de los fundamentalismos. Por eso, el ITESO ofrece una formación que propone un uso solidario del saber; que pueda vencer la injusticia, la ignorancia, la pobreza; que no obedezca ciegamente al mercado sino que favorezca el desarrollo equitativo de esta región y, si es posible, de México.
Con todo lo anterior, no estoy afirmando que la inspiración cristiana sea la única posible, pues el ITESO reconoce otras maneras de inspirar la humanización de las personas, sean religiosas o laicas. Lo que sí quiero decir es que la universidad busca que ustedes no excluyan o marginen la ética en su trabajo como profesores, porque no quiere que los alumnos se dediquen, como profesionales, sólo a la búsqueda del éxito económico y del prestigio.
Lo que afirmo, y lo deseo hacer con fuerza, es que el ITESO, por medio de la inspiración cristiana, desea que ustedes consideren y vivan como profesores seis rasgos de esta inspiración:
1. Atender las convicciones de la propia conciencia.
2. Afirmar la dignidad humana de toda persona, de manera que nadie quede excluido de los beneficios que ofrece esta vida.
3. Optar preferencialmente por los más necesitados, los empobrecidos, los débiles.
4. Reconocer que la razón y el poder son realidades ambiguas que requieren deliberación para ordenarlas de manera adecuada y convertirlas en instrumentos para fomentar la equidad y la solidaridad.
5. Dialogar continuamente con los demás para valorar lo que el otro nos propone, aun cuando sea divergente de lo que nosotros pensamos y hacemos.
6. Buscar en todas las ocasiones la verdad y hacer el bien que sea posible con la verdad conseguida. m