El Apocalipsis puede esperar

El Apocalipsis puede esperar

– Edición 431

“Todos los seres vivos dependen de su habilidad para entender la realidad en la que viven”, nos recuerda el investigador y divulgador de la ciencia Marcelino Cereijido. En esa probada cualidad para ayudarnos a observar, evaluar e interpretar la realidad se localiza el valor de la ciencia. Es decir, nos sirve para leer el mundo y construir un relato que nos lo explique. Porque mantenemos una predilección por creer que detrás de cada hecho debe existir un motivo, se nos antoja que todo tuvo un principio y nos parece irresistible el impulso de anticipar el desenlace de cualquier evento, desde el marcador de un partido de futbol hasta inferir cómo y cuándo se extinguirá la humanidad.

Sin embargo, las predicciones de los científicos no son infalibles. Se trata de modelos construidos con una metodología rigurosa, con cierto grado de credibilidad, que oscilan entre lo posible y lo probable: es imposible que de la materia inerte surja algo vivo, como anhelaban los obstinados defensores de la generación espontánea; en cambio, es poco probable que nuestro Puente Atirantado —ese elogio al dispendio de los materiales—, en Guadalajara, se desmorone sobre la avenida López Mateos, y resulta altamente probable que los pulmones de un fumador sean inutilizados por el cáncer.

Pero es difícil confeccionar un pronóstico certero sobre las probabilidades del posible fin del mundo, aunque nos empeñemos en apresurar una fecha, adelantar unas causas, como lo demuestra José Emilio Pacheco: “El 18 de mayo del 50 / Se va a acabar el mundo. / Confiésate y comulga y encomienda tu alma / A la misericordia de Dios Padre / Y pídele a la Virgen que ruegue por nosotros. // Todo esto me dijeron varias personas. / El 18 de mayo esperé el terremoto, / El diluvio de fuego, la bomba atómica. / Como es obvio, no pasó nada. // Hay otras fechas para el fin del mundo”.

 

Cinco posibles finales del mundo y de la humanidad

Mala sincronización.

Una gran diversidad de pequeños objetos se acerca constantemente a la superficie terrestre, sin consecuencias significativas porque se desintegran en su paso por la atmósfera de nuestro planeta. Pero hay evidencia de la posibilidad de que cada 100 millones de años algún cometa o meteorito de tamaño considerable impacte la Tierra con resultados desastrosos para los seres vivos; se supone que las últimas extinciones masivas —la que acabó con los dinosaurios, por ejemplo— han sido consecuencia de choques de esta naturaleza.

Adiós al Sol.

 

Se han hecho estimaciones razonadas de que dentro de unos 5 mil o 6 mil millones de años nuestra estrella, que provee las condiciones necesarias para la vida sobre el planeta, terminará su proceso evolutivo hasta convertirse en una estrella gigante roja que posiblemente devastaría a los vecinos más cercanos: con seguridad Mercurio y Venus, y tal vez también la Tierra, donde la vida animal y la vegetal desaparecerían debido a la falta de oxígeno en la atmósfera, convirtiendo al planeta en un hostil desierto.

 

La muerte chiquita.

Uno de los fenómenos más letales para la humanidad tiene que ver con las diminutas y virulentas plagas; hay registros de invencibles pandemias en siglos pasados. La probable mutación de algún virus, o el posible contagio masivo por alguna bacteria, son riesgos latentes para la vida —principalmente humana— en el planeta. Aunque no debemos olvidar que antecesores nuestros como el Homo erectus caminaron sobre la faz de la Tierra durante al menos un millón y medio de años, mientras que su versión mejorada, el Homo sapiens, apenas lleva unos 200 mil años de existencia.

 

Ríos de fuego. 

Para muchos geólogos, el comportamiento íntimo de nuestro planeta es una secuencia rítmica de proceso con largas duraciones. Entre ellas, erupciones volcánicas de grandes dimensiones. Incluso han llegado a sugerir que cada 100 mil años algún megavolcán se manifiesta liberando una cantidad de energía inconmensurable, lo que provoca deforestaciones a lo largo de enormes áreas y logrando que la temperatura promedio de la Tierra ascienda brutalmente, con resultados mortíferos para buena parte de la vida terrestre.

 

Catástrofe radioactiva.

El Reloj del Apocalipsis fue diseñado después de la II Guerra Mundial por un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago que participó en el Proyecto Manhattan, construyendo las primeras bombas atómicas. Su objetivo es alertarnos sobre el riesgo de un desastre atómico irreversible y fulminante para el planeta. En 1947, el reloj marcaba las 23:53 horas de la noche, advirtiendo que la medianoche representaría el fin de la humanidad. Con el paso de los años, el reloj se ha adelantado hasta las 23:58 en 1953 y se ha retrasado hasta las 23:43 en 1991. Ahora, después del accidente de los reactores nucleares en Fukushima en 2011, marca las 23:55.

MAGIS, año LX, No. 502, noviembre-diciembre 2024, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Edgar Velasco, 1 de noviembre de 2024.

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