Dos hombres serios
Hugo Hernández – Edición 412
En su pubertad y su adolescencia, y mientras las calles se congelaban, los hermanos Coen pasaban horas viendo películas en el sótano de su casa. Ahí desarrollaron su gusto por los maleantes de poca monta, su fascinación por la violencia. Pero a ésta le dan un giro y a menudo imprimen dosis de humor que son tan gozosas como peligrosas.
Por si faltaran razones para volver a los hermanos Ethan y Joel Coen, el estreno de Un hombre serio (A Serious Man, 2009), programado para este mes de octubre, ofrece un pretexto serio.
El título de éste, su más reciente largometraje, bien pudiera hacerse extensivo, en plural, a ambos. Porque como buenos jugadores, saben que lo más serio es el juego y que el cine es un ámbito lúdico.
Y en sus juegos (o películas) se divierten exponiendo las miserias de hombres que planean hacer el mal y a los que todo les sale mal, y visitan los géneros con rigor pero también con imaginación.
Joel asistió a la escuela de cine de la Universidad de Nueva York, donde años antes había estudiado Martin Scorsese. Al concluir sus estudios empezó a colaborar como asistente de edición de Sam Raimi, quien se especializaba en películas de horror de bajo presupuesto, hasta que saltó a la fama pegado a las telarañas de Spider-Man. Por su parte, Ethan estudió filosofía, y esta perversión a veces se nota en las películas que firma y filma con su hermano.
En su pubertad y su adolescencia, y mientras las calles se congelaban, ambos pasaban horas viendo películas en el sótano de su casa. Ahí desarrollaron su gusto por los maleantes de poca monta, su fascinación por la violencia. Pero a ésta le dan un giro y a menudo imprimen dosis de humor que son tan gozosas como peligrosas (justo es añadir): por eso su acercamiento al mundillo del crimen puede considerarse más como un asunto fantástico que como un comentario realista. En todo caso, su cine es crítico y en ocasiones cínico. Cosa seria, pues.
Simplemente sangre (1984)
Un hombre contrata a un asesino para matar a su mujer y al amante de ésta. Pero el plan no avanza de acuerdo con lo previsto y la trama se empeña en dar retorcidas vueltas de tuerca. La opera prima de Ethan y Joel es un provechoso juego: juegan con las convenciones del cine negro, con el espectador, con la cámara, con el montaje (con todo el estilo, se entiende). La cinta es una joya del cine independiente (no en vano se embolsó el Gran Premio del Jurado en Sundance) y una declaración de principios: para los Coen el cine será lúdico, o no será.
Educando a Arizona (1987)
Una pareja de jóvenes se empeña en procrear. Pero la cigüeña se empeña en jugarles una mala broma tras otra. Los jóvenes, entonces, le echan una mano: se enteran de que la mujer del millonario Nathan Arizona ha parido quintillizos, y roban uno de los neonatos. La historia, que transita por la ruta de la comedia (y en el camino el humor se tiñe de negro), es pertinente para el retrato sociológico: presenta individuos que no se caracterizan precisamente por su inteligencia, y que abundan, en su mirada burlona (también), en los pequeños poblados de Estados Unidos.
De paseo por la muerte (1990)
Tom Reagan es una especie de asesor de una organización mafiosa. Un mal día decide ir en contra de las decisiones de sus jefes y se involucra con la banda rival. Los Coen dan cuenta aquí de los contratiempos que provoca la lealtad en el mundillo criminal, de lo poco sensato que es sujetarse a la ética, del suicidio que supone tener conciencia y corazón. El estilo aquí es tan sobrio como sobresaliente; la trama, por su parte, está en deuda con Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Mas en manos de estos realizadores el cine negro es más: también supone humor negro.
Barton Fink (1991)
Corre 1940 y el personaje epónimo, un célebre dramaturgo neoyorquino, viaja a las soleadas tierras californianas. Se instala en un hotel, dispuesto a cumplir el contrato para redactar un guión cinematográfico, y se apresta a escribir. Pero el texto no fluye. Se relaciona entonces con su vecino de cuarto, quien le descubre la cara misma del terror. Y el texto fluye. Y si Barton Fink, como William Faulkner, vive la pesadilla de escribir por encargo, Barton Fink obtuvo reconocimientos de ensueño, como la Palma de Oro cannoise.
Fargo (1996)
Un hombre, asfixiado por las deudas, decide secuestrar a su esposa y solicitar un jugoso rescate a su suegro. Para tal fin contrata a un par de delincuentes de poca monta e inteligencia y, para no variar, las cosas salen mal. La cinta, que se inspira en un caso de nota roja y se ubica en los níveos parajes de Minne-sota, alberga una galería de personajes que oscilan entre la torpeza aparente y la evidente estupidez. Pero al final la familia salió feliz: en Cannes, Joel alzó la Palma a mejor director; en Hollywood, su esposa se llevó el Oscar a mejor actriz.
Más que un asunto de familia
Para los Coen, el cine es cosa de consanguinidad, y el trabajo se reparte entre sus miembros. Así se puede confirmar con un breve repaso al personal que procuran, tanto al que es posible ver en pantalla como al que colabora detrás de la cámara.
Para empezar, y al margen de los créditos (Joel aparece como realizador, Ethan como productor), entre ambos escriben, producen, editan y dirigen. Enseguida habría que consignar que en sus tres primeras películas tuvieron como cinefotógrafo a Barry Sonnenfeld (quien luego optó por la realización, y a él debemos La familia Adams y Hombres de negro); en adelante, y con excepción de Quémese después de leerse (fotografiada por el mexicano Emmanuel Lubezki), han trabajado con Roger Deakins. Las partituras musicales por lo general son cortesía de Carter Burwell. En el reparto es frecuente encontrar a John Turturro y a John Goodman y a Frances McDormand, quien además es esposa de Joel.
Pero para el tándem el cine es más que un asunto de familia. Acaso por eso ésta no figura entre los temas que visitan: le sacan la vuelta, así, a uno de los grandes temas del cine comercial de su país, mientras se asoman a lo que sólo en apariencia es excéntrico. Y lo hacen con historias y personajes que emergen de una visión aguda de la realidad estadunidense. Como Jim Jarmusch o David Lynch, son capaces de ver detrás de la fantasiosa y falsa América: y ahí donde Hollywood ve pretextos luminosos, ellos exhiben patologías; donde la pulcritud es aparente, la sordidez es lo que es. Y se aprecia la agudeza, y se agradece el humor.
Identidad peligrosa (1998)
Éste fue el título que se le endilgó en español a The Big Lebowski. El argumento sigue al Dude (o el Cuate), un ocioso hippie que pasa sus días en el boliche, bebe rusos blancos y escucha música de Creedence. Semejante especimen es representativo de Los Ángeles (en la perspectiva de Ethan y Joel, que conste), donde transcurre la historia. Ésta avanza a partir de un equívoco: el protagonista es homónimo de un millonario cuya mujer debe dinero a la mafia y por tal razón es perseguido. La crítica fue dura con el Cuate; no obstante, éste aún es bien estimado por los fans del dúo.
¿Dónde estás, hermano? (2000)
Según los realizadores (y guionistas), se inspiraron en La Odisea de Homero. Lo cierto es que la historia, que se ubica en el Mississippi de los años treinta, ofrece más guiños que paralelos. Seguimos aquí la fuga de tres reos que se apresuran para recuperar el botín de un robo y en el camino descubrimos que son mejores cantantes que asaltantes. La cinta es una maravillosa muestra del buen oído de los realizadores, capaces de captar (o inventar, ¿qué más da?) la esencia de los lugares y sus personajes típicos, entre los que, ciertamente, no está Ulises.
El hombre que nunca estuvo (2001)
El argumento se ubica en 1949 y el registro es en blanco y negro. Éste es propicio para dar cuenta de la grisura de un barbero que no para de fumar y es la viva imagen del anonimato. Pero la vida le ofrece la oportunidad de cambiar su destino cuando descubre que su mujer lo engaña y entonces decide… chantajear al amante. Pero su mediocridad se impone y los traspiés se acumulan. Aquí los Coen reflexionan sobre el parto sin gloria del hombre moderno, y conciben una magistral paradoja: dan notoriedad y presencia al hombre que siempre fue pero nunca estuvo.
Sin lugar para los débiles (2007)
Es la primera “adaptación” oficial de los Coen, quienes se inspiraron en una novela de Cormac McCarthy. Registran aquí el reguero de sangre que deja un asesino que sigue el rastro de una maleta llena de dinero de la mafia. Aquí la violencia no da para el humor, sino para el estupor; aquí los viejos no caben (como reza el título original) y lo humano se mueve en la frontera de lo abyecto. El resultado es portentoso; tanto, que ni Oscar (miope él) pudo dejar de verlo y le concedió el premio a mejor película de 2007. Y del tándem, (aña)diría yo.
Un hombre serio (2009)
Corre el año de 1967 y un hombre maduro, que es profesor universitario, vive acumulando malestares: su esposa lo deja para ir a vivir con un colega; su hermano, que duerme en el sofá de su casa, es una carga cada vez más insoportable; sus hijos le reservan continuos dolores de cabeza. Tanto mal sólo cabe, para los Coen, si se digiere en forma de comedia. Y, como el tráiler permite anticipar, a ella se lanzan gozosos, una vez más. Y cabe esperar mucho, pues en manos de estos hermanos, la comedia, como el juego, es cosa seria.