Cuando es sustantivo común y va con minúscula, la palabra pierde algo de su majestad omnipotente y se presta a accidentes de género y número: tenemos diosas de la pasarela, dioses del deporte, o bien entidades en las que depositamos algo de la fe.
A quien ha nacido o crecido en cualquier rumbo de la cristiandad le resulta prácticamente inevitable asociar de inmediato la palabra Dios, cuando va con mayúscula, a la imagen del anciano barbado y con melena blanca en un trono de nubes: una figura patriarcal frecuentemente acompañada por la de su Hijo y por la paloma que sobrevuela. (La otra representación frecuente, tanto que está en el papel moneda de los Estados Unidos, es la del ojo que atisba inquietantemente desde el interior de un triángulo.)
Cuando es sustantivo común y va con minúscula, la palabra pierde algo de su majestad omnipotente y se presta a accidentes de género y número: tenemos diosas de la pasarela, dioses del deporte, o bien entidades en las que depositamos algo de la fe y algo del temor que demanda para sí Aquel de la mayúscula: la ciencia, el arte, las encarnaciones de nuestras aspiraciones. De un modo u otro, Dios y dios son nociones que nos rodean. m