Del hartazgo al gozo de la realidad
Luis Orlando Pérez Jiménez – Edición 452
Ver y sentir con los ojos de la imaginación a un ser humano libre nos contagia y nos involucra en un proceso contrario al del hartazgo. Ignacio duró 20 años compartiendo sus Ejercicios Espirituales antes de llegar al texto definitivo
Uno de los problemas de la sociedad actual es la incapacidad de caer en la cuenta de la vitalidad y la energía creativa que la rodea. Reconocer la estructura de bondad que sostiene a la realidad y la posibilita no es tarea sencilla; requiere, en primer lugar, un acto de la voluntad. No se obtiene lo que no se quiere. Cuando el ser humano se reconoce como un ser espiritual, la bondad es su principal fuente de energía y su aliada para hacer de su entorno, una novedad.
La falta de pasión en la vida de todos los días puede tener como causa el no reconocer que el espíritu quizás esté enfermo y necesite ser curado. Porque así como el intelecto se cultiva mediante el estudio y la reflexión, y el cuerpo se fortalece con algún deporte, asimismo el espíritu humano necesita de ejercicios para estar sano y fuerte. La dimensión espiritual que no se ejercita, se atrofia y se debilita.
Uno de los medios de fortalecimiento del espíritu es la imaginación. Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, propone como dinámica interior utilizar la imaginación como herramienta para crear escenarios afectivos que nos ayuden a despertar los sentidos, con la finalidad de captar la realidad desde la trascendencia, desde lo que está más allá de lo obvio.
Un escenario afectivo es aquel que involucra nuestro mundo interior con sus dolores y alegrías. Al imaginar desde los afectos, construimos espacios para degustar cuestiones como la amistad o la infidelidad, la traición o la compasión, la solidaridad o la desilusión y, desde esas historias narradas en el centro de nosotros mismos, encontrar la claridad que necesitamos.
Es necesario tomar la historia del Otro, no cualquier historia, sino la del ser humano pleno y realizado. La propuesta de Ignacio es revivir la historia de Jesús de Nazaret contada por los evangelios. Tomar distancia de nosotros mismos para imaginar la historia del Otro y experimentarla desde adentro nos ayuda a trascender y nos habilita para percibir en la vida ordinaria, la dinámica del amor y de la paz.
Ver y sentir con los ojos de la imaginación a un ser humano libre nos contagia y nos involucra en un proceso contrario al del hartazgo. Ignacio duró 20 años compartiendo sus Ejercicios Espirituales antes de llegar al texto tal como lo tenemos hoy en día. Durante este tiempo fue constatando que, para fortalecer el espíritu humano, es vital tocar con las manos del corazón, oler con el olfato interior y saborear con el gusto que no está en la razón, sino en las entrañas.
La imaginación al servicio de la fe es la imaginación al servicio de la confianza en los demás, en Dios, en el mundo y en uno mismo. Con un espíritu despierto y ejercitado, el ser humano es capaz de generar planes que posibiliten el desarrollo de lo excelso: la amistad, el arte, la ciencia, los actos de inclusión y de perdón. Y desde ahí transitar por el gozo de la realidad cotidiana. m.