Del calor interior da cuenta el color

Del calor interior da cuenta el color

– Edición 487

Imagen de la película “Amelie”

Llevados a extremos chillantes, los tonos cálidos pueden provocar incomodidad y hacer sensibles aristas enfermizas. Si además se añade humedad al ambiente, la calidez puede resultar desagradable

En el cine, como en el teatro, el color es emoción y significado. Es fundamental en vestuarios y maquillajes, escenografías y luces, que se suman para crear espacios y generar atmósferas. Los diseñadores de arte y los fotógrafos utilizan lo que la psicología explica acerca de las paletas de colores, susceptibles de empujar diversas emociones: azul y verde remiten a la frialdad; el café a la seriedad; amarillo, naranja y rojo aportan los matices de la calidez. De ahí que los romances sean bañados con luces naranjas, que a menudo provienen del sol del poniente.

El cine (se) cuenta con la cámara, que, con el encuadre, la exposición y la nitidez con profundidad pueden resaltar las expresiones de los actores. Y si antes las películas vírgenes eran más o menos sensibles a determinados colores, hoy la corrección de color, en edición, matiza cada fotograma. Imagen y sonido transmiten y expresan: son una extensión del interior de los personajes —de lo que viven, sienten y piensan— y de la acción en la que se involucran. Del calor interior da cuenta el color.

Llevados a extremos chillantes, sin embargo, los tonos cálidos pueden dirigir la reacción a otro destino (aun en blanco y negro): a provocar incomodidad y hacer sensibles aristas enfermizas. Si además se añade humedad al ambiente, la calidez puede resultar desagradable, como el agobio provocado por los calores de Nueva Orleans en Un tranvía llamado deseo (1951), o las incomodas sudoraciones —por sus hallazgos y por el clima— del protagonista de Ventana indiscreta (1954).

Soy Cuba (1962), de Mikhail Kalatozov

Esta cinta fascinante es una coproducción de la Unión Soviética y Cuba. Estructurada en cuatro episodios, esboza el paisaje previo a la Revolución: los abusos del poder contra campesinos y estudiantes, los servicios que se ofrecían al turismo estadounidense. Con plano-secuencias prodigiosos y expresiva luz natural, Kalatozov capta el clima social y las condiciones atmosféricas de la isla. Para el registro, en blanco y negro, se utilizó película infrarroja, con lo cual se consiguen matices dramáticos y aparece la Cuba profunda.

Una historia sencilla (The Straight Story, 1999), de David Lynch

Un anciano se entera de que su hermano —con el que peleó años atrás— sufrió un infarto. Decide visitarlo, pero los separan más de 500 kilómetros y su salud le impide viajar en avión. Se sube, entonces, a su podadora. Como en El hombre elefante, Lynch explora el otro lado de lo humano: el luminoso, la solidaridad que cabe en esta especie fallida. Aun en exteriores, el cinefotógrafo Freddie Francis utilizó luz artificial para ver los ojos del protagonista, pues “importa ver lo que él piensa, y en el cine la gente piensa con los ojos”.

Deseando amar (Fa yeung nin wah, 2000), de Wong Kar-Wai

Hong Kong, 1962. El mismo día se mudan a un estrecho edificio Li-Zhen y Chow Mo-wan. Ella es secretaria; él es periodista. La constante ausencia de sus respectivos cónyuges propicia una relación amistosa, y aun cuando descubren que los ausentes son amantes, se rehúsan a emularlos. Wong Kar-Wai es un maestro de la sensualidad visual y auditiva: su cine seduce por los ojos y los oídos. Aquí, la cinefotografía, cortesía de Christopher Doyle, es de una belleza extraordinaria y, en la banda sonora, hay espacio para más de un bolero.

Amélie (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain, 2001), de Jean-Pierre Jeunet

Amélie tuvo una infancia llena de restricciones, pues su padre creía que tenía un mal cardiaco y la alejó del mundo. Ella, que posee bastante imaginación, crece en un mundo raro, fantástico. Un buen día decide dedicar sus afanes a alegrar la vida de los que la rodean. Del candor que su comportamiento irradia dan cuenta el color y el encuadre, que contribuyen a dar un toque lúdico a la cinta. Así se materializan la generosidad y el amor. Y no es raro que, como reza el título original, el destino de Amélie resulte fabuloso.

El festival de Rifkin (Rifkin’s Festival, 2020), de Woody Allen

Sue y Rifkin asisten al festival de cine de San Sebastián. Mientras ella está ocupada con la prensa de un joven cineasta, él pasea por la ciudad y sueña con las películas que le dejaron honda huella. Como Rifkin, Allen visita la ciudad con cariño. El registro es bastante cálido, como el clima: la cámara, con planos abiertos, y la puesta en escena —que tiene rasgos virtuosos, en particular la luz, cortesía de Vittorio Storaro— la hacen amable. Al final, en el cine, como buen hogar (dulce hogar), Allen hace residir el fuego primordial.

Para saber más

:: Vittorio Storaro habla del arte del color en los recuerdos.
:: Vittorio Storaro: la psicología del color en el cine.
:: Pasajes ilustrativos de Amélie.
:: Soy Cuba (completa y con subtítulos).
:: Pasajes ilustrativos de Deseando amar.
:: Tributo a la fotografía de Freddie Francis.
:: Esquemas de color en el cine.

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