Una nueva generación de jóvenes huicholes que hicieron el complicado viaje a la ciudad para realizar sus estudios profesionales, ha vuelto a sus comunidades para aportar sus conocimientos para el desarrollo de su pueblo y en la defensa de la cultura y el territorio wixárikas
Por Alejandra Guillén y Raúl Torres
La voz de los consejos de ancianos, de los sabios cantadores, de los jicareros y de todos los wixaritari [huicholes] de Jalisco, Nayarit, Durango y Zacatecas se escuchó en el Foro Permanente de la Organización de las Naciones Unidas para asuntos indígenas. Ese 19 de mayo de 2011, Santos de la Cruz habló en nombre de ellos: “Tetexi –Tekaxi Uximayatsika te ka hauyeh+wá takaka+ma memurakaniere Wirikuta” (“No a la construcción de minas en nuestro sitio sagrado Wirikuta”).
“Wirikuta es donde están nuestro corazón, nuestra vida y nuestros ancestros”, explicó en Nueva York De la Cruz, de 31 años, autoridad de la comunidad autónoma de Bancos de San Hipólito, “y es a donde peregrinamos año con año para venerar y ofrecer a nuestros ancestros que ahí coexisten desde tiempos inmemoriales para que la vida continúe”. Pero también es el sitio en el que el gobierno de México otorgó 22 concesiones a la minera canadiense First Majestic: “Por eso solicitamos al Foro que considere este asunto como prioritario y que se exija al gobierno mexicano la cancelación de las concesiones mineras”, expuso. Un mes después, Santos de la Cruz apareció junto al poeta Javier Sicilia como representante del Frente en Defensa de Wirikuta. Recordó que si se explota este sitio, ubicado en el desierto de San Luis Potosí, “morirán como pueblo”, porque la vocación de dicho territorio no es la minería, “sino el alumbramiento y la renovación del corazón del mundo”.
Hace algunas décadas era imposible imaginar que un wixárika viajara en representación de su pueblo a alguna sede de las Naciones Unidas para defender su cultura tradicional. El aislamiento geográfico, la pobreza y la carencia de instituciones educativas en la sierra orillaban a muchos jóvenes a desertar del sistema escolar. Los que conseguían completar sus estudios en la ciudad, con el tiempo eran devorados por la cultura masiva: olvidaban sus raíces, su lengua, nunca volvían a su comunidad. ¿Por qué cambió el panorama? Gracias a que algunos wixaritari, como Santos, salieron de sus comunidades para estudiar y hoy dedican su tiempo a desarrollar proyectos en o para sus comunidades; proyectos que buscan preservar su cultura y defenderla de la lógica occidental que en ocasiones intenta someterla.
Foto: www.frenteendefensadewirikuta.org
Otras relaciones, nuevas formas de entendernos
Las posturas que cada comunidad en la sierra wixárika ha tomado respecto a la educación de sus miembros comienzan a tener resultados. “Cuando llegaron los franciscanos y pusieron las primeras escuelas, allá por finales de los años cincuenta, se generó la necesidad de la educación en la sierra”, recuerda Carlos Chávez, director de la Asociación Jalisciense de Apoyo a Grupos Indígenas (AJAGI), quien trabaja en la sierra huichola desde hace más de 30 años.
“Una de las localidades donde se establecieron las escuelas fue San Miguel Huaixtita, que hoy es semillero de profesionistas; ésa fue decisión de los ancianos, que en ese momento aceptaron a los franciscanos porque necesitaban que sus hijos aprendieran para defenderse mejor del mundo tewari (mestizo). Mientras, en otras comunidades prefirieron que sus hijos se formaran en la tradición y esos sitios son entonces semillero de marakames (chamanes), como San José. Ahora, las localidades que optaron por el estudio tienen que conseguir cantadores porque ya no hay quién siga la tradición, ya no les interesa la vida de sacrificio que implica ser cantador: quieren estudiar y hacer otras cosas”.
Esta dinámica también ha ido transformando la forma en que los wixaritari actúan con respecto al mundo tewari. El ejemplo más palpable es el de Santos de la Cruz y Claudio de la Rosa, quienes además de tener cargos comunitarios, trabajan en AJAGI. “Al mismo tiempo que perfeccionan su capacidad de interactuar con el mundo mestizo, conservan con fuerza su identidad; sus rasgos íntimos como wixaritari los mantienen vivos y fuertes. Desarrollan actividades comunitarias o tienen un cargo, pero claramente hacen eso, vinculado al trabajo en la asociación”.
Santos de la Cruz, autoridad de la comunidad Bancos de San Hipólito. Foto: Natalia Fregoso
En ese sentido, la defensa de Wirikuta es un caso emblemático: “Para la conformación del Frente en Defensa de Wirikuta en septiembre de 2010, las comunidades toman una decisión fundamental: en la punta de la flecha está el pueblo wixárika y detrás vamos más de 20 organizaciones esperando lo que determinen las comunidades. Cuando ellos dicen: ‘Por acá’, hacia allá nos volcamos; pero hay situaciones muy especializadas en las que se detienen y preguntan: ‘¿Qué hacemos?’. Estamos enhebrándonos, tejiendo; como sociedad mexicana es una nueva relación con nuestra diversidad que no significa estructuralmente el sometimiento de sectores indígenas sino lo contrario, la valoración de su sabiduría para darle fuerza. No dejo de mirar fascinado cómo académicos prestigiados reivindican Wirikuta porque dicen que ahí nació el Sol, y sostienen que si ese sitio se acaba, se acabará el mundo. Y en el fondo tienen razón, porque si realmente seguimos en esta carrera desbocada en la que ya no respetamos ni lo que es sagrado y está protegido por las concepciones más avanzadas de derechos humanos, entonces vamos hacia nuestra propia destrucción y no hay remedio”.
Wirikuta no sólo es la posibilidad de construir una nueva relación entre la gente de la sierra y los mestizos, sino que también ha despertado en los huicholes el sentimiento de nación que se había fragmentado con la repartición agraria. “El pueblo wixárika existe gracias a los sitios sagrados y a la madre naturaleza. ¿Cómo lo fortalecemos? Trayendo agua bendita de Real de Catorce, porque ahí están las venas de la madre tierra y es nuestro corazón”, relata Santos de la Cruz, que hoy está empeñado en la defensa de la esencia de su cultura, igual en Nueva York y la onu que en cualquier foro en el país.
Foto: Lalis Jiménez
Pensar desde lo colectivo
Santos es una de las autoridades comunales más jóvenes en la región Wixárika. La comunidad autónoma de Bancos de San Hipólito —situada en los límites de Durango y Jalisco— le ha otorgado el cargo de presidente del Comisariado de Bienes Comunales. Su preparación como abogado y su trabajo en AJAGI fueron fundamentales para que lo consideraran capaz de contribuir a la defensa del territorio de la comunidad, que está en disputa con el pueblo mestizo de San Lucas de Jalpa, en el municipio de Mezquital, Durango.
A diferencia de otros wixaritari, Santos logró estudiar en la sierra hasta el nivel medio superior: la primaria en su comunidad, la secundaria y la preparatoria en Huazamota, Durango. Pero decidió seguir. “Desde el año 1998 iba gente a la comunidad a impartir talleres sobre los derechos de los pueblos indígenas establecidos en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y entonces me preguntaba: ‘Si vienen personas externas a dar talleres, ¿significa que no hay gente preparada en la región?’ Fue cuando empecé a decidirme por estudiar Derecho”.
Para preparar su viaje a la ciudad comenzó a trabajar en un programa de reforestación de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), y después de un mes, con algo de dinero en el bolsillo, uno de sus primos y él emprendieron el camino. “Fuimos a la comunidad a despedirnos, un viernes subimos a Huejuquilla y de ahí a Guadalajara; era la primera vez que venía [a la ciudad]. Contactamos a la gente de AJAGI y nos apoyaron, comenzamos a buscar trabajo y dónde estudiar, nos juntamos con otros dos wixaritari y entre los cuatro pudimos rentar algo, pero era complicado porque llegamos al punto de tener que estudiar o trabajar. En el año 2000 nos integramos a la Unión de Jóvenes Wixaritari, donde había chavos de muchas comunidades y entre todos tocamos puertas hasta que tuvimos éxito con el ITESO”.
Desde 1998, la universidad jesuita tenía acuerdos con la Unión de Comunidades Indígenas Huicholas (UCIH), lo que facilitó la celebración de un convenio con las comunidades para becar estudiantes huicholes. La condición era que quienes se habían beneficiado de una beca regresaran a sus sitios de origen para aplicar lo aprendido. Santos fue uno de los tres admitidos en 2004; la Unión de Jóvenes Wixaritari caminaba en el mismo sentido y su política era que quien lograra terminar una carrera debía regresar a trabajar a la sierra.
Comenzó así un intento por fortalecer la región con gente preparada en las universidades. El camino no fue fácil: “Tienes que ser muy tolerante y paciente, hay problemas económicos, muchos chavos tuvieron problemas de formación y no entendían muchas cosas; la lengua es distinta y de repente llegas a la ciudad… es un impacto fuerte, es otra cultura. Acá los intereses son más individuales y para nosotros todo es más colectivo”.
Foto: Lalis Jiménez
Construyendo un nuevo modelo educativo
Cuando tenía apenas seis años de edad, Claudio de la Rosa tuvo que separarse de su familia para poder estudiar la primaria en Nueva Colonia, en la comunidad de Santa Catarina Cuexcomatitlán, Mezquitic, la localidad más cercana en la que había un albergue.
Cuando llegó la hora de entrar a la secundaria, Claudio ni siquiera sabía dónde había una. Su papá buscó a un pariente en Guadalajara para que les ayudara a encontrar escuela e intentó inscribirlo en el Colegio Luis Silva, pero Claudio no pasó el examen: “Fui víctima de la distancia cultural entre lo rural y la ciudad… La educación que tenemos en la sierra tiene muchas deficiencias. Aun así mi papá buscó otras opciones y encontró que en San Juan Cosalá había un internado, y ahí estudié el primer año de la secundaria”.
Luego se trasladó a Mezquitic a terminar la secundaria y el bachillerato lo hizo en Villa Corona, donde también había un albergue: “La adaptación fue más fácil porque la mayoría éramos del mundo rural”. Sus padres siempre lo apoyaron, pero en el aspecto económico era imposible, pues los únicos ingresos que percibían provenían de sus trabajos temporales en el corte del tabaco, apenas suficientes para subsistir.
Después del bachillerato, Claudio entró al ITESO a estudiar Educación: “No sabía qué iba a hacer, pero estaba seguro que tenía que ser algo para la comunidad”, y aunque gozaba de una beca, la manutención en la ciudad era difícil. “Trabajaba como obrero, pero a veces no alcanzaba ni para pagar las copias para la tarea”.
Claudio de la Rosa, director de la preparatoria de Santa Catarina Cuexcomatitlán. Foto: Natalia Fregoso
Al terminar la escuela comenzó a trabajar en los proyectos de comunicación indígena de la Secretaría de Educación Jalisco, donde habría permanecido más tiempo, pero en 2008 su comunidad le pidió apoyo en el conflicto que enfrentaba con el gobierno de Jalisco por la construcción de la carretera que atravesaría la Región Norte (Amatitán-Bolaños-Huejuquilla). “Fue un momento importante porque mi pueblo decidió alejarse de todo lo oficial y entonces pensé que yo quería una escuela para mi comunidad. Así es que dejé el trabajo que tenía y me fui de voluntario a ajagi, donde comencé a escribir mi proyecto. Meses después lo presenté en la sierra y [la comunidad de] Santa Catarina dijo que sí, que lo respaldaba. Fue muy importante porque por primera vez no era un proyecto de gobierno o externo, sino que surgía de la misma comunidad”.
Claudio consiguió apoyo del ITESO para la realización de los planes de estudio, pero adaptados a las necesidades y los designios de la comunidad: “En un principio el proyecto se llamaba Bachillerato Intercultural de Santa Catarina Cuexcomatitlán, pero con el tiempo le cambiamos el nombre, porque intercultural es una palabra que utilizan instancias oficiales. Así que ahora lo definimos como una educación situada y contextualizada, que parte del contexto regional”.
Como uno de los proyectos de la comunidad es crear un plan autónomo de manejo del bosque, los planes de estudio incluyen una especialización como técnicos forestales, en la que los alumnos no sólo reciben instrucción técnica sobre cómo aprovechar los recursos, sino también aprenden el saber tradicional para entender cómo se talan los árboles de acuerdo con la cultura wixárika.
Caminos solitarios, abriendo brecha
Para que jóvenes como Santos y Claudio pudieran tener mejores condiciones de educación, otras generaciones tuvieron que caminar la brecha que separaba la sierra de la ciudad. Aunque sus esfuerzos por reivindicar la cultura wixárika no siempre se insertaban en procesos comunitarios, no por ello son menos importantes.
Es el caso de Xitákame Julio Ramírez de la Cruz, doctor en Lingüística Aplicada por la Universidad de Guadalajara, quien lleva más de 20 años estudiando su lengua materna para describirla por medio de la gramática y hacerla pervivir más allá de la oralidad: “Cuando tuve que sacar el certificado de primaria tuve que ir a Guadalupe Ocotán, Nayarit, a 14 horas de camino. Después me gané la confianza de los franciscanos y me llevaron al curato de Huajicori, donde estuve dos años”, relata Xitákame. Para terminar la secundaria debía dominar el español y ocultar su lengua materna, pues los tewaris se burlaban de él.
Por entonces, pocos habitantes de la sierra habían cursado la secundaria y Xitákame se convirtió en maestro comunal, terminó los cursos de Mejoramiento Profesional para acreditarlos como preparatoria y siguió con la Normal. Después, regresó a la comunidad.
A Xitákame le daba curiosidad la forma en que la gente hablaba en las distintas zonas de la sierra y quiso seguir estudiando para comprender eso. En 1983, luego de trabajar ocho años como maestro, ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad de Guadalajara. Para entonces también trabajaba como profesor bilingüe en la Dirección de Educación Indígena del gobierno federal, pero aún no sabía cómo desmenuzar los textos, estructurar la gramática o estudiar el léxico. “Entonces me metí a Lingüística en el Departamento de Estudios Lingüísticos de la udeg, donde llevamos ya casi 20 años analizando la lengua wixárika y nos falta todavía descubrir ciertas cosas. Hemos descubierto que es una lengua aglutinante, en una palabra hay muchas marcas y todavía hay que aprender a distinguir núcleos nominales, género, número. Estamos desarrollando la gramática de esta lengua; hemos traducido algunas leyes y creado libros de texto en wixárika para las escuelas de la sierra”.
Xitákame Julio Ramírez de la Cruz, doctor en Lingüística aplicada por la Universidad de Guadalajara. Foto: Natalia Fregoso
Gracias a este trabajo, el Centro Universitario del Norte (CUNorte) de la UdeG, ubicado en Colotlán, logró que toda su plataforma de OpenOffice fuera traducida a lengua wixárika, y lo mismo sucedió con su página de internet. De los alumnos de este Centro Universitario, 72 son huicholes, que representan diez por ciento de la población estudiantil; muchos de ellos cursan la carrera de Derecho, pero también hay quienes se interesan por las áreas de salud.
Gabriel Pacheco, originario de la comunidad wixárika de Guadalupe Ocotán, en Nayarit, trabaja desde hace 20 años en la UdeG y desde hace un año dirige la División de Cultura y Sociedad del CUNorte; en su opinión, las generaciones que llegan a este centro tienen una visión más amplia de la convivencia intercultural: “Los estudiantes mestizos entienden que están ubicados en una zona wixárika, que se encuentran con estudiantes wixaritari, y los wixaritari entienden que tienen que acoplarse con esta gente que no los rechazará. Sí se marcan las diferencias culturales, pero el choque no es fuerte. Se integran bien”.
Pacheco también es lingüista y ha notado que muchos de los wixaritari que llegan al CUNorte hablan su lengua materna pero no la escriben, por lo que inició un proyecto para que ahí se promueva la escritura en wixárika. “Es un derecho y el centro universitario está generando condiciones para ejercerlo. Estamos intentando que quienes brindan la atención a los alumnos tengan nivel básico de lengua wixa. También tenemos un taller donde se enseña la escritura para que los muchachos que quieran redactar en su lengua aprendan a hacerlo”, explica el profesor universitario.
Foto: Lalis Jiménez
La historia de Xateke Samuel Salvador es similar a la de Xitákame: “Soy de los profesionistas de la segunda o la tercera generación de San Miguel Huaixtita. Me vine a estudiar porque mi papá siempre nos había inculcado desde jóvenes que nos preparáramos para el futuro, para apoyar a la comunidad. Él había sido autoridad en San Miguel, fue gobernador tradicional y vio los conflictos territoriales que teníamos sobre todo. En aquel entonces no existían secundarias y menos prepas en la sierra”.
Para estudiar la secundaria en Guadalajara, su padre logró inscribirlo en la Escuela Manuel López Cotilla 1, donde la directora se ofreció a darle alojamiento al niño a cambio de que hiciera trabajo doméstico. “Era difícil que chavos de la sierra se acoplaran a la ciudad; otros compañeros prácticamente se regresaron, había mucha discriminación, eran los años ochenta; te ponían apodos. Pero con el tiempo me acoplé, me levantaba a las cinco para limpiar la casa, a las siete me iba a la escuela y volvía a hacer la comida”, recuerda. Llegó el momento en que Samuel se sintió autónomo y decidió seguir el camino por sí mismo, dejó la casa de la directora, se inscribió en el turno nocturno de la Preparatoria número 2 de la UdeG y trabajó en tortillerías, como obrero o como artesano para mantenerse: “Eran días de mucho trabajo y poco sueño”. Cuando era niño, en los años setenta, vio a su madre morir en un parto y supo de muchas personas de su comunidad que fallecían por enfermedades curables; eso lo marcó y aunque su intención era ser médico, decidió seguir la carrera de Derecho para defender el territorio de su comunidad.
“Entré a Derecho, pero en 1994, cuando ya me faltaba un año para terminar, el EZLN salió a la luz y sentí que me hervía la sangre; decidí irme a Chiapas para involucrarme con los zapatistas y ayudar en todo lo que pudiera. Luego regresé a mi comunidad para trabajar y entré de nuevo a la escuela; me tardé otros tres años en terminar porque los planes de estudio habían cambiado. Ahora soy el abogado de San Andrés y llevo todos sus asuntos legales”. m
IGUALES PERO DIFERENTES
Al estudiar su lengua materna y desvelar el tipo de pensamiento que ella arropa, Xitákame Julio Ramírez de la Cruz logra definir un poco el pensamiento de los wixaritari: “Es ascendente, mientras que el europeo occidental es horizontal y nunca llega a una meta; el wixárika es como la milpa: nace, crece, se desarrolla, llega a una etapa, da fruto, vuelve a servir, vuelve a caer otra vez a la tierra. Nosotros nacemos, llegamos a adultos, el anciano es consejero, es orientador, vale mucho, son los portadores de los grandes conocimientos, pero cuando mueren se les recuerda, se les cita: ‘Como decía Zutano o Mengano’. No hablamos en lo abstracto de nuestras divinidades porque son la naturaleza, son la realidad que vivimos ahora, no como la religión que viene de Europa, que es abstracta, que nadie puede tocar, que es intangible”.
3 comentarios
Excelente artículo,
Excelente artículo, felicidades!
Articulo muy interessante.
Articulo muy interessante. Que sigue la defensa de su cultura.
Jean-luc arène desde Québec.
Que buen artículo, tuve la
Que buen artículo, tuve la oportunidad de convivir con la comunidad wixárika en San Adrés Comehata cuando era estudiante del ITESO me da gusto que cada vez existan mas apertura, y mayores oportunidades para que también nosotros tengamos oportunidad de ese gran intercambio cultural
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