De músico y cineasta… Muy pocos tienen algo
Hugo Hernández – Edición 406
Reza el dicho que “de músico, poeta y loco todos tenemos un poco”. La frase es democrática e inclusiva, incluso simpática… pero absolutamente inexacta. Y más restrictiva se torna si al poeta lo mandamos a declamar a otro lado, con todo y su locura, y reunimos al músico con el cineasta.
No faltan los cineastas que, como Martin Scorseseo y Fernando Trueba, regresan una y otra vez sobre músicos y músicas, pero que no se aventurarían a la escritura de una partitura. También los hay que se reconocen como músicos frustrados (el chileno Ricardo Larraín y el israelí Ari Folman) y que en la cámara encontraron un posible desquite a la repartición de talentos. No abundan, pero existen músicos a los que de pronto les “da” por hacer cine, como Fito Páez (que, es justo reconocer, no lo hace tan mal, tampoco genial, en Vidas privadas). Menos frecuentes, felizmente, son aquellos que se sienten con talento musical, aunque no lo tengan ni como cineastas ni como músicos (como Robert Rodriguez, a quien además le da, con similar poca fortuna, por editar, fotografiar y de seguro hasta cocinar y tejer) o músicos decentes pero realizadores infrecuentes y deficientes como Rob Zombie o Serge Gainsbourg. Quienes se aventuran en ambas lides y salen bien librados son muy pocos. Algunos han tenido una estricta formación musical, otros han militado en bandas más o menos famosas, vigentes o extintas, lo cierto es que en su cine se nota, nota por nota…
La distribución geográfica tampoco es muy democrática que digamos. Y si en México podemos consignar las canciones que compuso Joaquín Pardavé o algún otro, es casi imposible detectar un cineasta-músico o músico-cineasta de medianos vuelos. En Argentina, además de Páez, vale la pena mencionar a Fernando Pino Solanas, quien ha compuesto la música para la mayoría de sus cintas. Mención aparte merece el español Alejandro Amenábar, quien manifiesta igual rigor como compositor de sonidos y de imágenes.
Previsiblemente (¿o no?), la mayor concentración se presenta en Estados Unidos. Al lado de Clint Eastwood, Woody Allen y David Lynch, aparecen directores menos reputados como John Carpenter, hijo de un profesor universitario de música y responsable del score y de los sustos de muchas de sus películas, o el actor Billy Bob Thornton, quien fue el primero, como director, en llevar al cine una novela de Cormac McCarthy (Espíritu salvaje) y que en sus inicios artísticos fue músico y cantante, además de ser intérprete de canciones para cine. Acaso la explicación habría que buscarla en el hecho de que ahí sí hay una sólida industria del cine y otra igual de la música.
El cine, aquí, ahí, en el infinito y más allá, dialoga bien con la música (para muestra, ahí está el videoclip), pero el monólogo demanda el conocimiento y el manejo del ritmo, que para muchos es inasible y a menudo es más fácil de detectar que de crear.
Tony Gatlif
Descendiente de gitanos y argelinos, en el cine de Tony Gatlif la música es mucho más que un tema. En Gadjo dilo (1997), la película que lo lanzó a la fama, sigue a un joven que emprende un viaje para buscar a un músico que escuchó en un casete. En Exilios (2004), con la que obtuvo el Premio a Mejor Director en Cannes e inicia con el resguardo de un violín en un muro, ritmos tecno y flamencos acompañan a la pareja a Argelia para reencontrar sus raíces. Transilvania (2006) sigue a una mujer tras la huella de un músico del que está embarazada. En todas comparte créditos en la composición musical. Para Gatlif la música es más que un tema, un motivo, un leitmotiv.
Emir Kusturica
Cobijado por la No Smoking Orchestra, ha desfilado por algunas de las más prestigiosas salas del mundo. En Super 8 Stories (2001), documental que registra algunos pasajes de una gira de la banda, concibe una especie de autorretrato que da cuenta del desenfado de sus miembros. Luego de su “divorcio” de Goran Bregovic, quien musicalizó tres películas suyas, se estrenó como compositor en La vida es un milagro (2004). Maltrata la guitarra con singular rabia, pero su entusiasmo alcanza para producir sonidos que también caben en los márgenes de la música. No, no es cierto: como su cine, su música desborda todo borde…
Woody Allen
Cuentan las malas lenguas, que casi siempre aciertan, que el día que la Academia por fin lo reconoció con un Oscar, Allen prefirió ir a su sesión nocturna de jazz de los lunes a tocar el clarinete. En Wild Man Blues (1997), documental de Barbara Kopple, además de ser maltratado por su odiosa esposa, se le ve destilar timidez detrás del instrumento (musical). Alguna vez confesó que Charlie Parker fue su primera influencia. No se considera un ejecutante talentoso, mas su amor por el jazz es tan fuerte como su amor por el cine. De ambos da cuenta el soundtrack de casi todas sus cintas. Rara vez incluye temas en los que él participa. ¿Qué mejor prueba de su respeto por ambos?
Clint Eastwood
Es considerado como el último gran clásico. Y la hipérbole es apenas exacta: Clint Eastwood maneja con particular destreza, y al estilo clásico, las técnicas del cine. Así, la puesta en escena, la puesta en cámara, el montaje y el sonido son tan eficientes como transparentes. Autor a carta cabal, el estadunidense ha compuesto el score de sus más recientes películas: de Río místico (2003) a Changeling (2008), Golpes del destino (2004) y La conquista del honor (2006), las partituras del “jinete pálido” son como sus películas, discretas e intensas. Sabe que el score no compite con la imagen: es un apoyo sustancial. En su caso, un apoyo que no palidece.
Mike Figgis
Su primer oficio artístico fue el de músico: realizó estudios musicales en Londres, y entre sus primeras “chambas” ocupa un lugar especial su participación como tecladista de la banda de Bryan Ferry. Más adelante se uniría a un grupo de música para teatro. En su debut cinematográfico, Lunes tormentoso (1988), contribuyó con el guión y el score. En adelante no ha dejado de ayudarse con sus propias músicas. Y además de las partituras, en Tan sólo una noche (1997) toca la trompeta, gesto que repite en Hotel (2001), en la que además se hace cargo de los teclados y la guitarra. Su música es como su cine: ácida y arriesgada.
Alejandro Amenábar
Es director, guionista y compositor de todas sus películas. El realizador de Los otros ha incluso colaborado con las partituras para las cintas de otros, como La lengua de las mariposas (1999) de José Luis Cuerda y Nadie conoce a nadie (1999) de Mateo Gil. En su música exhibe contrastes que van de lo apacible a lo intranquilo, de lo pausado a lo desasosegado. Este español nacido en Santiago de Chile deja ver un rigor y una solvencia que redundan en gran emotividad. Para muestra, Tesis (1996), en la que el terror empieza con el sonido y, particularmente, las de Mar adentro (2004), que, literalmente son profundas.
Satyaji Ray
En una treintena de películas por él escritas y dirigidas, también aparece como compositor. Y si en Pather Panchali (1955), su primera película (y su primera obra maestra), inicia una fructífera colaboración con Ravi Shankar, aquí autor único de las partituras, luego firmarían juntos las de Parash Pathar (1958). Después caminó solo. Su música va más allá de lo folclórico: es un elemento que apoya la singularidad de sus historias. Como músico fue reconocido en su país: recibió en más de una ocasión el premio de la especialidad que concede la industria. Y si recordamos que en India se producen más de 500 películas por año, se verá que no es cualquier cosa…
Michel Gondry
En la banda sonora de La ciencia del sueño (2006) se le escucha tocar la batería. En Be Kind Rewind (2008), su más reciente largo, tampoco se queda con las ganas de aporrear la bataca. Justo es decir que el francés Michel Gondry tampoco es un improvisado. Fue el baterista de la banda Oui Oui, con la que grabó un par de discos de larga duración. Su debut como realizador fue en el campo de los videoclips, y son particularmente memorables los que hizo para Björk. Si el cine aspira a entretener, entre otras cosas por el ritmo, el autor de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004) es un resplandeciente entretenedor.
David Lynch
Si bien es cierto que su filmografía “suena a” Angelo Badalamenti, responsable entre otras de las partituras de Terciopelo azul (1986) y El fuego camina conmigo (1992), David Lynch lleva la música por dentro (es frecuente que en sus cintas, músicos conocidos actúen en roles secundarios: como Sting en Dunas). Ha compuesto algunos pasajes del soundtrack de cintas como Salvaje de corazón (1990) y El imperio (2006). Incluso grabó un disco con John Neff, BlueBob. Se dice que toca la guitarra “de cabeza y al revés”. Parece automático, así, hacer el nexo con sus películas, que no son precisamente ordinarias y a menudo parecen de cabeza.
Tom Tykwer
Lo descubrimos a lo largo de las premuras de Lola en Corre, Lola, corre(1998), pero para entonces el alemán Tom Tykwer ya había dirigido dos largometrajes, formado un trío musical (Pale 3) y compuesto igual número de scores. La música de Perfume, historia de un asesino (2006) fue nominada para el premio de la categoría por la industria de su país. Como en su cine, en sus composiciones es posible apreciar una rica diversidad de registros, un sólido ropaje estilístico y un provechoso contraste rítmico. Como buen músico es un cineasta precoz: empezó a tomar lecciones de piano a los ocho años y a hacer películas a los 11. m.