DCW: repensar el sector cultural para proteger la cultura
Daleysi Moya – Edición 482
La Designers and Cultural Workers Union (DCW) emerge como una respuesta al desamparo legal y a la falta de garantías que sufren, actualmente, los trabajadores de la industria cultural. Con el lema “¡El trabajo cultural es trabajo!”, apoya a los trabajadores de las ramas creativas y administrativas del sector
Cuando hablamos de sindicatos o movimientos sindicales, lo primero que nos viene a la mente son los gremios laborales más extensos y mejor articulados (educación, comercio, transporte, etcétera), así como los grandes empleadores (grupos empresariales, patronales o el propio Estado). Ello, por supuesto, está relacionado con el hecho de que son estos colectivos, debido a la alta cifra de miembros que los integran y al carácter esencial de la actividad realizada, quienes inciden de un modo más determinante en la vida pública. Sin embargo, cabría preguntarse cuáles podrían ser las rutas alternas por desarrollar con el objeto de proteger los derechos laborales de aquellas personas con menor representatividad laboral.
La Designers and Cultural Workers Union (DCW) emerge como una respuesta al desamparo legal y a la falta de garantías que sufren, actualmente, los trabajadores de la industria cultural. Con el lema “¡El trabajo cultural es trabajo!”, la DCW se ha dado a las tareas de apoyar a los trabajadores de las ramas creativas y administrativas del sector, así como de reformular el concepto base que opera como justificante de la subvaloración de las actividades asociadas a la cultura. En primer lugar, y a pesar de su aporte económico constatable y de los numerosos puestos de trabajo generados, el ejercicio creativo sigue entendiéndose como una suerte de privilegio sujeto a dinámicas antojadizas y, por ello, despojado de legitimidad. Si a lo anterior sumamos que buena parte del sector funciona de manera autónoma y a partir de contratos temporales, podremos entender la creciente precarización laboral sobre la que alerta la DCW.
La iniciativa para conformar la Design and Cultural Workers Union surgió en Reino Unido, como ramificación de un sindicato tremendamente transversal que acoge a “trabajadores mal pagados, migrantes y precarios”: el United Voices of the World (UVW). Aunque su sede principal es Londres, la idea es expandirse al resto de países en los que el sector cultural presente problemas similares. Entiéndase, el resto del mundo. Los afiliados a esta red de apoyo son, sobre todo, artistas, diseñadores, curadores, cineastas, escritores, educadores culturales y demás profesionales creativos. Sin embargo, también está abierto a estudiantes y otros trabajadores administrativos.
Con ellos, por ellos, y a partir de la identificación de las grandes debilidades de la industria cultural —a saber: una feroz competitividad, abrumadoras cargas de trabajo, salarios injustos, malas praxis de contratación, impago de horas extra y feriados, falta de seguro médico—, se han ido delineando, en una labor colaborativa, sus principales reivindicaciones: luchas en favor de sueldos más acordes con el trabajo desarrollado, la retribución económica de las pasantías estudiantiles y del tiempo extra, el reconocimiento de los derechos laborales de los trabajadores, aun si los contratos son temporales, entre otros.
En este sentido, la DCW apunta a las instituciones culturales privadas o estatales, pero también a sus propios afiliados, por medio de dinámicas educativas sobre los alcances reales de la actividad y los derechos laborales que deben asistir a todos los trabajadores.
Con la sobrevenida crisis sanitaria y económica a raíz del brote de covid-19, sus acciones se han enfocado en cuestiones mucho más contingentes, como las demandas de entrega de ayudas financieras por parte del Estado a trabajadores independientes, o la congelación de las rentas de los talleres de artistas que han perdido sus fuentes de ingreso debido a la cancelación general de la cultura.
Las intervenciones de este tipo, interesadas en moverse en una ruta de doble vía entre el arte y el activismo, constituyen propuestas necesarias para dinamizar el terreno de lo social. No basta con quedarse en la burbuja de las galerías y los museos, sobre todo si los trabajadores del medio tienen que vérselas con la precarización creciente y las violaciones de sus derechos. La DCW, como un eslabón más dentro de esa cadena inclusiva que es la cultura, demuestra que hay formas de resistir los modelos prefabricados de interacción comunitaria, y que socializar la solidaridad es la mejor forma de salvaguardar la cultura. .