David Lodge: el novelista del novelista
José Israel Carranza – Edición 443
La novela ¡El autor, el autor! es un apasionante fresco del final de la Inglaterra victoriana y la cúspide de una obra, además, divertidísima: David Lodge cuenta como uno de los principales representantes de la novela humorística inglesa
El gran escritor agoniza. A sus casi 73 años, rodeado de un breve séquito integrado por sus tres sirvientes, su secretaria y la anciana cuñada que llegó de Estados Unidos para cuidarlo (la viuda de su querido hermano William, el psicólogo, tan famoso como él), Henry James se borra poco a poco entre silencios y delirios, tan agotado y desvalido que el último homenaje debe recibirlo en cama: la Orden del Mérito que le ha otorgado el rey. Súbdito británico desde que, apenas un año antes, se desprendió por fin de la nacionalidad estadunidense que había llevado como una incomodidad permanente durante la buena parte de su vida que residió en Europa, James se habría sentido tremendamente honrado por esa distinción si hubiera estado consciente de ella; pero, en los días que aún le restan, su atención confusa apenas puede ir posándose en episodios del pasado que lo reclaman como si no hubiera terminado nunca de salir de ellos. Acaso su última batalla esté librándola contra la imposibilidad de resignarse a no haber alcanzado la celebridad de la que se sabía merecedor, mezclada con la envidia por quienes sí la gozaron: en especial su mejor amigo, George du Maurier, autor de una novela exitosísima —algo inexplicable para James— que en cierto sentido acabó con él, lo mismo que con las aspiraciones artísticas del autor de Retrato de una dama. También debe de estar regresando a la culpa por la muerte de la mujer que lo amó sin ser correspondida: James se consagró enteramente al arte, y eso implicaba el celibato tenaz por el que se negó a admitir la posibilidad del amor.
Tal entrega, en estos momentos postreros, tal vez le parezca desproporcionada en razón de los frutos cosechados: su ambición de fama y riqueza, pero sobre todo de inmortalidad, empezó a verse defraudada tras su temeraria incursión fallida en el teatro, unos veinte años antes. Luego de haber perdido cinco años en esa insensatez, James se había encontrado con que habitaba un mundo donde le sería imposible triunfar: ya había pasado su oportunidad de ser un Dickens, un Balzac o un George Eliot. Su arte, a lo sumo, podría conformarse con el reconocimiento de una minoría de espíritus refinados que, como él, estuvieran aún obstinados en “la interminable búsqueda de la perfección estética”. Presenciaba con perplejidad la gloria de Oscar Wilde en la escena londinense y la consternación generalizada por la muerte de Robert Louis Stevenson en Samoa, llorado con devoción y gratitud inmensa por sus multitudes de lectores. Y aunque sus últimas novelas, como Otra vuelta de tuerca, Lo que Maisie sabía o Las alas de la paloma le han restituido parte del respeto, ya no vivirá para enterarse de que sus lectores del futuro verán en él a uno de los mayores artífices de la lengua inglesa y a uno de los escritores que más hondamente han penetrado en la mente humana.
“Es tentador, por consiguiente, permitirse la fantasía de una especie de viaje hacia atrás en el tiempo hasta aquella tarde de febrero de 1916”, apunta David Lodge, autor de ¡El autor, el autor!, novela que evoca los últimos años de James, “y decir a HJ, antes de que abandone este mundo, unas cuantas palabras reconfortantes sobre su futuro literario. Qué placer decirle que al cabo de unas décadas de relativa oscuridad se convertiría en un clásico establecido […], que todas sus obras capitales y la mayoría de sus textos menores se reeditarían una y otra vez y que serían escrupulosamente editadas, anotadas y estudiadas en escuelas, institutos y universidades del mundo entero, y tema de interminables tesis de licenciatura y artículos y ensayos […] Y qué divertido informarle que millones de personas en todo el planeta conocerían sus historias en adaptaciones para el teatro, el cine y la televisión, que Otra vuelta de tuerca la transformaría en ópera uno de los más grandes compositores británicos modernos…”.
Apasionante fresco del final de la Inglaterra victoriana, la novela de Lodge es uno de los homenajes más conmovedores que se han rendido a un autor literario. Emocionante y admirablemente documentada, es la cúspide de una obra, además, divertidísima: Lodge cuenta como uno de los principales representantes de la novela humorística inglesa, lo que se constata en otros títulos suyos como los que integran la Trilogía del campus: las novelas Intercambios, El mundo es un pañuelo y ¡Buen trabajo!, que recrean los absurdos interminables que rigen en la vida académica. Lodge, qué duda cabe, es un autor capaz de volvérsenos tan entrañable y decisivo como Henry James. Y eso no es poca cosa. m.
Libros de David Lodge
:: ¡Buen trabajo! (Anagrama, 1996)
:: Intercambios (Anagrama, 1997)
:: El mundo es un pañuelo (Anagrama, 2003)
:: ¡El autor, el autor! (Anagrama, 2006)
:: El arte de la ficción (Península, 2011)