Cuando el sueño americano no se cumple
Rubí Bobadilla – Edición 486
Durante años, millones de personas hicieron hasta lo imposible por migrar a Estados Unidos con la ilusión de mejorar sus ingresos y su calidad de vida. Sin embargo, en muchas ocasiones el sueño termina abruptamente y, al despertar, sus protagonistas se encuentran solos para reiniciar con sus vidas
Julián vivía en Zapopan. Un día, hacia finales de 2020 y mientras convivía con dos amigos, un hombre armado los amenazó. Detrás de él venían otros 15 encapuchados, vestidos de negro y con más armas. Era un secuestro. No hubo hacia dónde correr. A los tres los golpearon, los amordazaron, los subieron a varios vehículos y se los llevaron.
Julián es un seudónimo que usa por seguridad. Cuenta que lo tuvieron encerrado cuatro días, lapso en el que nunca pudo hablar con su familia. Supo que habían puesto una denuncia por su desaparición porque los secuestradores le mostraban fotografías de su familia dentro de la Fiscalía de Jalisco; supo que los agentes estaban coludidos. Cuando fue liberado, luego de negociar con sus captores, huyó a Estados Unidos para buscar una mejor vida. Por lo menos una más tranquila y sin miedo a ser perseguido.
En principio, la historia de Jules es diferente. Durante años trabajó en cruceros de Estados Unidos, hasta que la pandemia por la covid-19 los detuvo. Debido a que conoce muy bien el vecino país del norte, consiguió trabajar para dos empresas tequileras con sede allá. Entraba y salía del país tranquilamente y con pasaporte en mano. Un día, de la nada, sus viajes le parecieron raros a los agentes de migración.
Y es en ese punto donde las historias de Julián y Jules se unen: ambos fueron interceptados por las autoridades y deportados a México.
La vida es sueño
De acuerdo con Ignacio Díaz de la Serna, investigador del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el llamado “sueño americano” tiene sus inicios históricos en las migraciones europeas que tuvieron lugar hacia finales del siglo XV y principios del XVI.
En ese entonces, los protestantes franceses vieron en el nuevo continente un lugar donde refugiarse de las disputas religiosas de la época, lo que motivó la migración de gente de Inglaterra, Escocia, Irlanda y Francia, que se dirigieron principalmente a la costa de Virginia.
La necesidad de refugio y de una mejor calidad de vida vino después para los nativos del continente, especialmente mexicanos y centroamericanos, que comenzaron a migrar hacia el norte buscando mejores condiciones económicas y sociales. Según el sueño americano, Estados Unidos era el lugar perfecto para cumplir el anhelo de tener una vida digna.
No obstante, en ocasiones las cosas no salen según lo planeado y el sueño termina abruptamente: las personas son detenidas por las autoridades estadounidenses y devueltas a su país de origen.
En su sitio web, el gobierno de Estados Unidos define la deportación —también nombrada “repatriación”— como la expulsión de una persona extranjera por no cumplir con las leyes del país. Una persona puede ser detenida y deportada si ingresó al país ilegalmente, aunque también puede ser repatriada si cometió un delito, no obedeció las leyes o representa una amenaza para la seguridad pública.
En el caso de México, quienes más emigran al vecino país del norte son los trabajadores del sector agrícola, que no tienen forma de competir contra las grandes compañías procesadoras de alimentos y deciden emprender su camino para buscar un mejor pago por su mano de obra, refiere Díaz de la Serna.
Sin embargo, para algunos connacionales llega el día en que el sueño de una vida mejor termina y son deportados. Entonces deben encontrarse de nuevo con la vida que conocían. Y con sus problemas.
Despertar en cifras
Julián intentó llegar a Estados Unidos dos veces. La primera lo hizo por Tecate. Fue difícil, pero consiguió cruzar. Había pactado con un coyote para que pasaran por él, pero ya en el punto de recogida éste le dijo que no podrían pasar esa noche porque la zona “estaba muy caliente”, que lo buscarían al día siguiente. Llovía y el frío lastimaba. “Empecé a hacer ruido, a moverme mucho para que la migra me encontrara y mejor me regresara, y así fue”, cuenta Julián.
El segundo intento fue por Calexico-Mexicali. Pagó 9 mil 500 dólares (unos 190 mil pesos mexicanos) para que lo recogieran en la frontera y lo llevaran con su primo, quien criaba caballos en Chicago. Ahí ayudaba a cuidar a los animales, aprovechando lo que había aprendido en el rancho en Jalisco. Así pasó sus días durante tres meses, hasta que la policía de Migración de Estados Unidos llegó al camper donde lo albergaba su primo. Aunque iban buscando a su familiar, en realidad ninguna de las personas que estaban ahí tenía papeles. A todos los subieron a la patrulla y los llevaron a un centro de detención, donde los tuvieron cuatro días comiendo burritos y tomando agua.
Según el Instituto Nacional de Migración (INM), desde 2012 y hasta noviembre de 2021 se han registrado dos millones 348 mil 636 repatriaciones. La cifra documenta casos, por lo que es probable que una misma persona haya sido repatriada en varias ocasiones, como Julián.
El año en que más repatriaciones se reportaron ha sido 2012, con 369 mil 492, pese al establecimiento del Programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por su sigla en inglés), impulsado por el entonces presidente de Estados Unidos Barack Obama.
Con este programa, el gobierno estadounidense acordó “diferir” por dos años cualquier acción relacionada con el estatus migratorio de personas que llegaron a aquel país cuando eran menores de edad, con la posibilidad de renovar el beneficio. La medida contemplaba también congelar los procesos de deportación, y permitir a los beneficiarios incluso trabajar y obtener licencias de conducir. Así surgieron los llamados dreamers.
Las cifras de repatriación fueron a la baja hasta 2016, cuando se registraron 219 mil 905 eventos y cambiaron las reglas de operación para deportar a migrantes que habían ingresado de manera ilegal después de 2014.
El año con menos repatriaciones fue 2017, primer año de gobierno del presidente Donald Trump, pese a su postura política contra los migrantes. Aquel año se registraron 167 mil 64 casos y se anunció la contratación de 15 mil nuevos agentes para devolver a sus países de origen a todos aquellos indocumentados que tuvieran menos de tres años en el país. También se anuló el DACA. ¿Resultado? Al cierre de la administración de Trump, la repatriación de mexicanos alcanzó un nuevo tope, llegando a 211 mil 241 eventos en 2019.
Durante 2020, las repatriaciones de connacionales de Estados Unidos a México volvieron a descender, y sumaron 184 mil 423. De acuerdo con Iliana Martínez, maestra en Migración Internacional por El Colegio de la Frontera Norte y académica del ITESO, esto podría relacionarse con el aislamiento por la pandemia de covid-19, que obligó a los mexicanos a permanecer en sus hogares, exponiéndose menos a la autoridad estadounidense. En 2021, con el regreso a las calles, se registró un nuevo incremento, llegando a 209 mil 383 casos.
Iliana Martínez señala que las deportaciones de connacionales han tenido subidas y bajadas de acuerdo con los intereses y objetivos de cada presidente que llega al poder en Estados Unidos. “Se cumple un año de gobierno de Joe Biden, había muchas expectativas y no eran en vano: las promesas de campaña eran muy puntuales sobre todas las modificaciones que iba a hacer respecto de las políticas de Trump. Pero aun cuando emitió muchas órdenes que en principio revertían algunas medidas, también se implementaron otras que permiten deportar personas en procesos exprés”. Así, la política migratoria, agrega, no corresponde con las necesidades estadounidenses, pues necesitan trabajadores y mano de obra para impulsar la reactivación económica. “Es una contradicción: por un lado, necesitan la mano de obra, pero por otro los temas migratorios les han funcionado como un botín político”, añade la académica.
Protocolos inadecuados
“Eran unos cuartitos donde cabían unas diez personas, pero nos metían como de a 40. La pandemia les valía madre. Como a los tres, cuatro días, nos mandaron a Querétaro. En el avión íbamos encadenados como si fuéramos delincuentes, amarrados con cadenas en cintura, pies y manos. Y la verdad es que los que vamos de inmigrantes no somos delincuentes”, cuenta Julián acerca del lugar donde la policía del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, en inglés) lo tuvo detenido.
Aunque las condiciones de la deportación de Jules fueron distintas, el trato no lo fue. Tras impedirle el paso luego de que los agentes migratorios decidieran que había riesgo de que se quedara a trabajar como ilegal —porque a sus 38 años no está casada ni tiene hijos—, la ingresaron en un pequeño cuarto de un centro de detención. De nada sirvieron su historial laboral ni los sellos de su pasaporte.
“Fue una experiencia muy fea, humillante, porque te tratan como criminal, no hay ningún respeto. Ni siquiera me dejaron hacer una llamada, por más que se lo rogué al agente. Me tuvieron como unas 11 horas, en plena pandemia, en un cuarto con otras 30 personas, todos usando el mismo baño, sin ninguna medida sanitaria”, dice.
Iliana Martínez señala que, si bien ha disminuido el número de redadas en Estados Unidos, siguen documentándose malas prácticas por parte de los elementos del ICE. “En algunos centros hasta tienen cuota de detenciones. A muchos los detienen sólo por su aspecto y a veces se ven escenas terribles de cómo separan a las familias. Como no son espacios que sean transparentes a la prensa o a la sociedad civil, es difícil conocer las condiciones en que operan”, cuenta la académica.
Añade que, en muchos casos, para las personas la experiencia de encontrase en dichos centros y ser devueltas a sus países de origen es tanto o más traumática que el camino que recorrieron para llegar a Estados Unidos. Por ello, apunta, deberían establecerse procesos más transparentes y vigilados que garanticen el respeto a los derechos humanos.
“Por la forma en que se llevan a cabo, éstas no son deportaciones: son expulsiones. Se dan desde los once puestos instalados en la frontera con México por donde la gente suele entrar, aunque actualmente se están concentrando en Tijuana. Si lo analizamos desde el punto de vista psicológico, podríamos decir que esto es violencia simbólica. Lo más dramático es que se normaliza y la mayoría de estas situaciones no son públicas”, lamenta el sacerdote José Juan Cervantes, quien esta a cargo de la Casa del Migrante Scalabrini, en Guadalajara, donde desde hace varios años se brinda asistencia a personas repatriadas.
Sin seguimiento y sin apoyo
Al llegar a México, agentes de la Guardia Nacional le preguntaron a Julián a dónde quería ir. Podía elegir cualquier destino en autobús, incluso regresar a Baja California para intentar cruzar otra vez, pero decidió volver a Jalisco y comenzar de nuevo. Nadie le ofreció ayuda ni le habló sobre algún empleo. Lo dejaron en la central de autobuses y no hubo seguimiento de su deportación.
Aunque a Jules la enviaron directamente a Jalisco, después de llegar a México tampoco tuvo ningún ofrecimiento de ayuda. Las repatriaciones de Jules y Julián son parte de los 10 mil 552 casos jaliscienses en 2021.
“Mucha gente que venía conmigo estaba asustada porque no sabía qué iba a hacer: no tenían familia, no sabían moverse y algunos sí se regresaron para Mexicali para intentarlo de nuevo”, narra Julián.
De acuerdo con Iliana Martínez, con la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia se eliminaron estímulos como el Fondo de Apoyo al Migrante, dirigido a las personas retornadas y que era operado por los estados. A esto se suma la falta de difusión de programas que pueden beneficiar a los connacionales en su retorno al país, lo que da como resultado que no haya seguimiento y se deje a su suerte a las personas repatriadas.
“Había varios proyectos, varios fondos que no sólo existían para las personas migrantes de retorno o repatriadas, sino también de otras poblaciones en Estados Unidos. Como sucedió con muchos programas de gobierno, fueron eliminados del presupuesto y no se recuperaron. Ahora el tipo de apoyo es básicamente una atención humanitaria: se les ofrece agua, alimentos, llamadas telefónicas, el trámite de la CURP, la gestión de actas de nacimiento, pero son cosas muy puntuales”, dice la académica El auxilio más importante que ofrece México a sus repatriados recién llegados, detalla, es el relacionado con el pago del transporte que los llevará al estado donde las personas decidan ir.
A Duke, deportado hace 12 años de Los Ángeles a Tijuana por problemas de pandillas, ni siquiera lo apoyaron con los documentos. Cuando lo dejaron en Tijuana nadie le ofreció ayuda, así que decidió venir a Guadalajara para conocer el lugar donde nació su mamá. Consiguió por su cuenta los recursos para el viaje, como pudo obtuvo sus papeles de identificación y trabajó varios años como elemento de seguridad privada en un coto de Zapopan.
En el portal del Instituto Nacional de Migración (gob.mx/inm) se difunde un programa denominado Héroes Paisanos, mediante el cual se ofrecen distintos apoyos a los connacionales que todavía radican en Estados Unidos o que han sido repatriados. Dichos apoyos incluyen orientación jurídica, de salud, búsqueda de empleo, opciones educativas, cursos de capacitación para emprender, entre otros. Sin embargo, hasta ahora no hay una campaña para difundir estas iniciativas más allá de publicaciones en redes sociales. Julián, Jules y Duke son ejemplo de que ni siquiera llegan a quienes las necesitan.
José Juan Cervantes lamenta que no existan programas eficientes y de fácil acceso para las personas que son devueltas a su país de origen. “Necesitamos pasar de la asistencia a la promoción. No se necesitan muchos programas, lo que se necesita es que las reglas sean claras y que el acceso sea para todos. Trabajo hay, el problema es que estas personas en muchas ocasiones no pueden acceder a él por no tener ni siquiera un comprobante de domicilio a su llegada. Hay muchas aristas, pero el principal problema es que no hay suficientes programas de apoyo, y los que hay son asistenciales: pan para hoy, hambre para mañana”, indica el sacerdote.
Jaliscienses en retorno
Los 10 mil 552 eventos de repatriación de jaliscienses en 2021 colocan a Jalisco en el noveno lugar nacional, luego de que durante 2020 ocupara la posición 14, con 6 mil 928 repatriaciones.
El libro Jalisco, tierra de migrantes, publicado en 2021 por el gobierno del estado, documenta que la región Centro —que incluye a la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG)— es la que más “personas de retorno” reporta, seguida por las regiones Altos Norte, Altos Sur y Valles. Entre los municipios que lideran los retornos fuera de la zmg se encuentran Tepatitlán, Arandas, Yahualica, Jalostotitlán, La Barca, Ocotlán, Atotonilco el Alto, Autlán, San Martín Hidalgo, Lagos de Moreno, San Juan de los Lagos y Ameca.
En el capítulo 5, Enrique Martínez y Luis Rodolfo Morán, académicos de la Universidad de Guadalajara (UdeG), dan cuenta de que Jalisco es un estado con una larga tradición migratoria y con uno de los mayores flujos de emigrantes. No obstante, esta tradición no se corresponde con los apoyos.
De acuerdo con el portal del gobierno del estado, existen al menos dos estrategias para brindar asistencia a las personas migrantes en retorno. La primera es el Fondo de Apoyo al Migrante, a cargo de la Secretaría de Asistencia Social. El objetivo, se explica en el portal, es apoyar a los trabajadores migrantes en retorno y a las familias que reciben remesas para que puedan encontrar una ocupación en el mercado formal, cuenten con opciones de autoempleo, generen ingresos y mejoren su capital humano y de vivienda. La segunda estrategia es el subprograma Repatriados Trabajando, a cargo de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social. El problema es que al entrar a las páginas web de ambos programas, éstas dirigen a páginas del gobierno de federal sin opciones específicas para Jalisco. Aunque se solicitó a ambos órdenes de gobierno información sobre políticas o apoyos específicos dirigidos a la población repatriada, en ninguno de los dos casos hubo respuesta.
Los menores se van… y regresan
La Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas de la Secretaría de Gobernación también reportó 547 eventos de repatriación de jaliscienses menores de edad provenientes de Estados Unidos, la mayoría con edades de entre 12 y 17 años. Al menos en un centenar de los reportes se indicó que los menores viajaban o estaban solos al momento de ser detenidos por las autoridades migratorias; el resto había cruzado o había intentado cruzar acompañado de alguna persona adulta.
El número de deportaciones de menores jaliscienses el año pasado es el más alto registrado en la última década. La cifra que más se acercaba a 2021 data de 2012, cuando se registraron 535 eventos de repatriación de menores.
La titular de la Procuraduría de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes del Estado de Jalisco (PPNNA), Eurídice Paredes Jaramillo, afirma que, en coordinación con el INM, se han logrado establecer distintos protocolos para tratar de asegurarse de que las y los menores regresen con bien a Jalisco. “Cuando tenemos conocimiento de que algún menor repatriado es de Jalisco, nos ponemos en contacto con el estado adonde llegó, que lo tiene en tránsito, que nos notifica de la repatriación, y se hace la coordinación para trasladarlo al municipio del que es originario”, explica la procuradora.
Sin embargo, más allá de la ayuda con el transporte para quienes así lo requieren, no hay un apoyo adicional que sea jurisdicción de la PPNNA.
Suman redes de apoyo
Ante la falta de apoyos eficaces por parte de las autoridades, desde la sociedad civil se han establecido diversas redes de asistencia para ayudar a que las personas repatriadas reinicien su vida en México.
Un ejemplo es la Casa Scalabrini de Atención al Migrante, operada por los Misioneros de San Carlos, quienes establecieron la primera casa migrante en México en Tijuana, en 1987. En Guadalajara, la Casa Scalabrini está a cargo de José Juan Cervantes y fue inaugurada en 2016.
En un principio se buscó atender necesidades que no eran cubiertas por otras casas migrantes que ya existían, como FM4 y la Casa Migrante El Refugio, por lo que optaron por ofrecer un espacio de estancia prolongada. Sin embargo, a partir de una reunión con el inm, en 2017 se determinó abrir el espacio como una estancia para las personas deportadas de Estados Unidos, esto debido a que Jalisco es uno de los seis puntos a los que se envía a las personas tras ser detenidas en Estados Unidos. Los otros cinco son Ciudad de México, Querétaro, Morelia, Puebla y Villahermosa.
“En la frontera les decían a las personas deportadas: ‘Cuando llegues a tu estado ve a la delegación del Instituto y ahí te van a ayudar con una bolsa de trabajo’, pero llegaban, veían la bolsa de trabajo y no tenían dónde quedarse; entonces empezamos a hacer el enlace. En un lapso de dos, tres años, ayudamos a unas 40 personas. Lo que hacíamos era ayudarles a que consiguieran sus documentos, un trabajo, que ahorraran y pudieran rentar una casa o un cuarto. Pero con el cambio de gobierno se acabó ese programa”, cuenta el padre José.
Cuando comenzaron las repatriaciones vía aérea, el INM les pidió ayuda para instalar un punto de atención en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara, para recibir a las personas y ofrecer a quienes son repatriados orientación acerca de los apoyos que pueden solicitar a las autoridades migratorias de México. “La intención del INM es que regresen a sus lugares de origen, pero el problema es que ahí no van a tener trabajo. Por otra parte, hay personas que no pueden regresar a sus casas. Lo que nosotros hacemos es orientarles. Si no estuviéramos ahí, mucha de esta gente se quedaría vagando en el aeropuerto y sería víctima de especuladores o de personas sin escrúpulos, y podrían terminar en situaciones complicadas”, comparte José Juan Cervantes.
Otro espacio que asiste a quienes son devueltos a Jalisco es la casa de la asociación civil Grupo Destino Libertad, conocida como gdl Sur, ubicada en la colonia Tetlán, en Guadalajara. Su fundador, Roberto Hernández, apoya de manera gratuita a hombres deportados en contextos de pandillas, conocidos como homies, que tuvieron conflictos con la ley en Estados Unidos —como Duke—, y quienes habitualmente tienen problemas de adicciones. La finalidad de este espacio, cuenta Roberto, es brindarles un espacio donde recuperen su salud física y emocional para que puedan continuar su vida.
La Casa de Vida, como es llamada por Roberto —un originario de Sinaloa que fue deportado de Estados Unidos en 2004 por infringir la ley—, abrió sus puertas en marzo de 2010. Desde ahí, cuenta Hernández, ha contribuido en la rehabilitación de poco más de dos mil personas que, como él, tuvieron problemas con las autoridades.
El espacio busca ser un lugar en el que los homies encuentren una familia para salir adelante. Aquí, a diferencia de distintos centros de rehabilitación, no se les discrimina por haber vivido en Estados Unidos o por no hablar bien español. En cambio, se les enseña distintos oficios, como mecánica, soldadura, reparación de bicicletas, enseñanza de español, entre otros; además, se les brinda orientación para que, una vez que se han rehabilitado, puedan conseguir empleo y emprender una nueva vida. Incluso tienen su propio club de autos clásicos reconvertidos, llamado Firmeza.
“Cuando yo llegué aquí hace tres meses todavía era adicto a fumar piedra. Tenía trabajo en un call center, pero prefería irme al baño a fumar. Entonces mi jefe, quien ya había estado aquí con Robert, me trajo. Tengo tres meses con él y me ha ayudado mucho, ya me estoy desintoxicando y en el trabajo ya me promovieron. Cuando llegué, él me preguntaba cómo estaba, cómo me sentía, y eso nadie lo había hecho nunca, eso hizo mucho la diferencia. Veo a mis compañeros cómo se han levantado, cómo se han hecho de sus trabajos, de sus cosas, que tienen una familia, y eso también me motiva mucho”, cuenta Droopy, quien fue deportado a Tamaulipas hace siete años y llegó a Guadalajara para conocer el lugar de donde era su abuelo.
Éric es otro homie deportado. Él llegó a México en 2012 luego de que, por problemas de pandillas y drogas, fuera deportado a Tijuana. Aunque buscó trabajo, la falta de documentos mexicanos dificultó la tarea, hasta que una de sus tías, y no alguna autoridad, le echó la mano. Llegó a la Casa de Vida gracias a Duke, a quien conoció la noche que intentó robarle el celular.
Hoy Éric se ha rehabilitado y trabaja en una empresa de paneles solares. Logró recuperar a su pareja y a su bebé de dos años, y han comenzado a formar su hogar en Guadalajara. “No quiero volver a pasar la noche en la calle por estarme drogando, quiero tener un anhelo en la vida, estar para mi familia. Se me despertó la esperanza luego de todo lo que pasé tras la deportación”, contó el joven.
Resiliencia
Julián lamenta que luego de la deportación no hubiera quien le ayudara a comenzar de nuevo. Sin información, sin apoyo y sin saber qué hacer, regresó a su rancho a criar y vender cerdos; después comenzó con los caballos. Puso una pequeña siembra de aguacate que ya esta dando frutos y regresó a la compra-venta de carros que él mismo arregla. En los últimos meses ha logrado mantenerse económicamente.
“Con lo que pasó antes de irme me di cuenta de la mierda que son las autoridades, del cagadero y la corrupción que hay en la Fiscalía. Sí tienen mucho poder. Ya me siento un poco más tranquilo, pero a medias. A lo mejor me llega a ir bien otra vez, pero no puedo comprarme una casa o un buen carro porque puede que me estén vigilando. Tengo miedo de que sepan que estoy acá otra vez y la historia se repita. Hoy lo único que quiero es vivir tranquilo”, finaliza Julián.
Cuando la enviaron de regreso a Jalisco, los agentes migratorios cancelaron el pasaporte de Jules y le informaron que no podrá entrar a Estados Unidos en un periodo que puede durar entre cinco y 20 años. Esto, dice, cambió su vida porque debido a ello tampoco podrá trabajar nuevamente en cruceros, como lo había hecho hasta antes de la pandemia. “Todo fue muy humillante, traumático. Todavía sueño con todo lo que pasó, me duermo pensando en qué pude haber dicho o hecho diferente”, termina Jules.
“Un día, uno de los que vivían en el coto donde trabajaba como personal de seguridad me dijo: ‘¿Qué estás haciendo aquí? Aprovecha que hablas inglés y ve a pedir trabajo en un call center’. Yo ni sabía qué era eso. Investigué y hoy me va muy bien”, recuerda Duke.
Al respecto, Iliana Martínez destaca que la mayoría de las personas que regresan a México suele tener el potencial necesario para comenzar de nuevo sus vidas debido a que, en los casos de quienes permanecieron en Estados Unidos por un tiempo prolongado, adquirieron conocimientos. Por ejemplo, dice, el dominio del inglés facilita el proceso para conseguir empleos en agencias de telemarketing, en escuelas, como maestros de inglés, o en sitios turísticos donde suelen convivir y residir extranjeros, como la ribera de Chapala.
“Si bien hay muchos obstáculos que tienen que enfrentar a su regreso, las experiencias que vivieron allá, sus aprendizajes, la perspectiva de haber estado inmersos en una cultura internacional e intercultural, les hace tener puntos de vista muy interesantes que pueden aprovechar de mejor manera”, concluye la académica. .