Cotidiano para la batalla: Doris Salcedo
Dolores Garnica – Edición 450
Doris Salcedo utiliza lo cotidiano para lucir el horror de la violencia, el totalitarismo y la represión política, cultural y económica desde su territorio, América Latina. Utiliza objetos comunes para describir situaciones, esperanzas o destrucciones
Enorme, monumental y bonita es Plaza Bolívar, en el centro de Bogotá, uno de los tantos sitios que hay que visitar en la capital de Colombia. Al mediodía, en la plaza adoquinada, grande y gris, es posible tomarse una fotografía sobre una llama y comprar palomitas (“crispetas”, en colombiano) para degustar o para dar de comer a las palomas mientras se busca un buen café, un ron, un aguardiente o un típico hot-dog con huevo de codorniz cocido. Frente a la plaza está el nuevo Palacio de Justicia, de estilo modernista, reconstruido después de un incendio provocado por el “Bogotazo” en 1948, gran símbolo del Gobierno colombiano. Justo allí, el 6 y el 7 de noviembre de 1985, el grupo guerrillero M-19 tomó por asalto a 350 rehenes en lo que llamaron la “Toma del Palacio de Justicia” u “Operación Antonio Nariño por los derechos del hombre”, lo que resultó en alrededor de 280 muertos (cifra discutible). Esta tragedia cambió por completo a Colombia, y cambió por completo a la artista visual Doris Salcedo (Bogotá, 1958).
En noviembre de 2002, Doris Salcedo, para que no se olvidara la Toma del Palacio, ni a sus muertos ni sus significados, fue descolgando de las paredes del Palacio de Justicia 280 sillas vacías, siguiendo la crónica de 17 años atrás. Sí. Sillas vacías colgando para dimensionar el espacio de la tragedia, para no olvidar a ninguna persona (una silla), con el poder de la representación de 105 (sillas) reunidas, titulada Noviembre 6 y 7. En 2003, la artista volvió a utilizar las sillas como recurso para la recuperación de la memoria, en la Octava Bienal de Estambul, con su Topografía de la guerra: cientos de sillas amontonadas en un baldío donde alguna vez estuvo un edificio. Y es que, para Doris Salcedo, la memoria, aunque sea dolorosa, resulta primordial para el cambio, la reflexión y la crítica. No es el dolor su materia prima, como muchos creen: es la recuperación de las sensaciones que provocaron en nosotros esos acontecimientos que, aunque quisiéramos olvidar, nos funcionan como estímulo: “Cuando se produce una emoción, nos molesta porque no se ubica en el mapa de sentido del que disponemos. Para librarnos del malestar que nos causa este extrañamiento, nos vemos forzados a descifrar la sensación desconocida hasta transformarla en un signo. Ahora bien, el desciframiento que este signo exige no tiene nada que ver con explicar o interpretar, sino con inventar un sentido que lo haga visible. El trabajo del artista consiste exactamente en este desciframiento”, explica la crítica de arte Suely Rolnik.
Doris Salcedo estudió en Colombia y en Nueva York, y seguramente está entre los artistas contemporáneos latinoamericanos más reconocidos en el circuito internacional de las artes, aunque muchos se quejen de que en su país apenas se hable de ella. Solamente en 2015 expuso en el Museum of Contemporary Art de Chicago y se compuso para ella una enorme retrospectiva en el Guggenheim de Nueva York que rememora, como a ella le gusta, muchas de sus más impactantes piezas. Ésas donde se utiliza lo cotidiano para traducir el dolor, la guerra, la violencia, la segregación y el racismo, esos mecanismos poéticos que se alejan de la denuncia que vuelve a victimizar, que más bien nos vuelven compañeros de tragedia y de dolor mediante el uso de los objetos más normales, desde un armario viejo hasta un par de zapatos, objetos que podrían ser fácilmente nuestros.
En 2007, Doris Salcedo abrió una grieta de 167 metros en el piso de concreto de la Tate Gallery de Londres, titulada Shibboleth que, en sus palabras, “representa la experiencia de los migrantes, la experiencia de la segregación, la experiencia del racismo. Es la experiencia de una persona del Tercer Mundo en el corazón de Europa”. Para ello, la pieza rescata una palabra hebrea del Viejo Testamento utilizada para establecer un código de pertenencia o exclusión a un grupo, creando así un espacio negativo dentro de la grieta, igual de negativo que el espacio que ocupan los ilegales. En otras piezas, Salcedo metió en criptas, sobre la pared de un museo, un montón de zapatos de campesinos asesinados, y almidonó y cruzó con acero camisas que representaban a desaparecidos.
Doris Salcedo detesta las entrevistas, adora a Paul Celan y utiliza lo cotidiano para lucir el horror de la violencia, el totalitarismo y la represión política, cultural y económica desde su territorio, América Latina. Llenando o haciendo vacíos, utiliza objetos comunes para describir situaciones, esperanzas o destrucciones, como la sucedida en 1985 en su Palacio de Justicia, rodeado de llamas y crispetas, desde donde se rememora a quienes utilizaron una silla, personas con nombre y apellido y una vida normal como la de todos en todos lados, alguien y algo que no debe ser olvidado. m.
Para leer y ver
:: Doris Salcedo. Elizabeth Adan y otros. University of Chicago Press, Estados Unidos, 2015.
:: En el Museum of Contemporary Art Chicago: