Prácticamente nada podemos hacer sin confianza y pocas tristezas hay tan grandes como la de descubrirnos defraudados. ¿Cómo saber si estamos confiando de más?
Hay una diferencia importante entre confiar y confiarse. El verbo en infinitivo entraña la buena fe, la certidumbre de que alguien o algo no nos fallará, y es indispensable para el funcionamiento del mundo. Pero como intransitivo pronominal, dice el Diccionario Panhispánico de Dudas, significa “actuar sin tomar las debidas precauciones”, y muchas veces implica cierta temeridad, o bien ingenuidad, que sólo cuando es demasiado tarde pueden reconocerse: “Me confié”.
La dificultad estriba en reconocer la tenue frontera que hay entre una posibilidad y otra. Prácticamente nada podemos hacer sin confianza —en los demás, en los principios físicos del universo, en un poder superior, en nosotros mismos—, y pocas tristezas como la de descubrirnos defraudados. ¿Cómo saber si estamos confiando de más? Tal vez por eso en la vida moderna vaya ganando terreno el recelo —que bien puede ser gratuito—, o la decepción anticipada. Sin embargo, acaso convenga hacer de vez en cuando un balance para corroborar cómo la confianza ha sido, la mayoría de las veces, la decisión correcta. De no ser así, quién sabe a dónde habría ido a parar la humanidad hace mucho. m.