Con-fiar
Héctor Eduardo Robledo – Edición 450
Confiar es fiarse en conjunto, en consonancia, de forma agregada y recíproca. En realidad no se confía en alguien, sino en el vínculo que se sostiene con alguien.
Si nos tomamos en serio el prefijo con- que forma parte del sustantivo confianza y del verbo confiar, tendremos que aceptar que es gramaticalmente incorrecto suponer que se puede confiar unilateralmente en alguien. Porque confiar es fiarse en conjunto, en consonancia, de forma agregada y recíproca. En realidad no se confía en alguien, sino en el vínculo que se sostiene con alguien. Un vínculo —dice el diccionario— es una atadura material y/o simbólica entre una persona y otra. Como los “lazos de sangre” que toman forma de apellidos y que tradicionalmente comprometen cuidados, bienes, herencias y hasta profesiones; y que usualmente también generan muchos conflictos, pues se trata de vínculos en cuya formación no ha habido acuerdos, solamente imposiciones.
Sin embargo, los índices de violencia intrafamiliar y de abandono de infantes por parte de sus progenitores hablan de lo poco confiables que son en realidad los lazos sanguíneos. Madres y padres responsables tampoco suelen fiarse de sus hijos cuando son pequeños, de que puedan salir solos a la calle, de que puedan encargarse hábilmente de determinadas tareas. Cuando nuestros hijos crecen y aun así no nos fiamos de ellos, posiblemente sea porque no queremos asumir que los necesitaremos cuando seamos viejos, porque nos negamos a mirar que la vida es una trama de interdependencias que nos sostienen. La lógica individualista propia del orden social que se impone a nuestras formas de vida, torna invisible el campo común de estas interdependencias.
Aparentemente es sencillo confiar en nuestros padres, porque son mayores y somos su responsabilidad (“lazos de sangre”), de la misma forma que ocurre con el gobierno o con Dios —vínculo al que los filósofos modernos llamaron “contrato social” —. Esta mitología forma parte de una ética patriarcal que traslada la confianza de los vínculos, a los sujetos que encarnan el poder (Hernando). Así es como opera también el amor romántico, forma de relación que consiste en construir un rostro a imagen y semejanza de nuestros ideales para luego conferirle plenamente nuestra felicidad. Las traiciones no se hacen esperar, porque la lógica del poder es su propia reproducción, no la del cuidado de los vínculos; mientras, los periódicos dicen que las debacles económicas se deben a “crisis de confianza en los mercados financieros”, evidenciando que nuestro bienestar material depende de las disputas entre unas cuantas familias de inversionistas y gobernantes que de pronto no confían unos en otros.
¿Cuáles son entonces los vínculos en los que realmente podemos confiar? Aquellos que no se asumen por imposición (institucionalizada) ni por tradición, sino que se cultivan de forma conjunta, recíproca, y asumen que sólo la interdependencia sostiene la vida. Como la amistad. m.
Para leer
:: Mujeres, hombres, poder, de Almudena Hernando (ed.) (Traficantes de sueños, 2015): bit.ly/Almudena-Hernando