Comida de utilería
Jaime Lubin – Edición 403
La comida ya tiene un lugar en Holywood. Desde la improbable merienda de El Santo, el Enmascarado de Plata, y el martini de Bond… James Bond, hasta los tacos que Cantinflas devoraba en su primera fase, en blanco y negro, cuando sí daba color.
La literatura y el cine, así como la ópera y el teatro (en primer lugar), le han dado un sitio especial a la comida. Desde la improbable merienda de El Santo, el Enmascarado de Plata, y el martini de Bond… James Bond, hasta los tacos que Cantinflas devoraba en su primera fase, en blanco y negro, cuando sí daba color.
La utilería de los escenarios, en la representación de La Traviata o en la trilogía de El Padrino, es asunto serio, en el que los productores prestan atención. No ponen cualquier cosa para una escena, como en la que un Mike Corleone dispara contra Sollozo. La salsa bolognesa, aunque sea un lugar común de la comida italiana, tiene sus particularidades en la textura y el color. No como esa sangre de utilería que parece catsup del más corriente y que ni se embarra con la suavidad de la sangre real.
Así, las pútridas escenas de comedor, en los bodrios de Harry Potter, se antojan menos que una tostada de chicharrones mal rasurados. Si el tema “mágico-esotérico”, de por sí es una perorata para imbéciles, la utilería de la escuela de brujería no tiene perdón de Savarín.
La comida falsa nos ha invadido y ahora casi todo es “estilo tal o cual”, siguiendo las cursilerías “jolibudenses”. Los apaleados niños y niñas comen basura de plástico, en platos de plástico decorados con toda suerte de princesitas, superhéroes, dinosaurios y monos varios, en los que se estila un miasma, apto para padres muy fatigados y niños muy manipulados.
Superman no come, Batman toma vino tinto en las copas que su fiel mayordomo le ofrece, y Harry el Sucio no tiene ni plato aborrecido ni conocido. Los policías de la tele siempre salvan a la humanidad mientras comen donas y café, y los malvados millonarios urden planes para robar bombas atómicas terribles en los banquetes delicados y exquisitos. Pero lo mejor de la comida de utilería y el refinamiento de las perversidades, son los gustos gastronómicos del buen Dr. Lecter, que cena con sus queridos amigos y en un acto de hospitalidad máxima… los cocina e ingiere con la delicadeza de tres estrellas Michelin.
El “harbano” Pardavé o la rumbera Ninón Sevilla comían como gente común y corriente, sin preocuparse por las calorías que pudieran arruinar su figura; Tin-Tán y su carnal Marcelo, tanto como los Soler y las atribuladas Marga López o Sara García, lloraban y hacían sopa para alimentar al alma nacional y no pasar hambres deshonrosas. Pedro Infante y Luis Aguilar sabían cómo agarrar el taco, y el charro cantor Jorge Negrete le entraba al pozolito y a los sopes.
No cualquier cosa se come, ni cualquier comida puede pasar a la pantalla. Pero hay mucha basura que apantalla.