El tiempo, en las sociedades desarrolladas o que aspiran a serlo (según la noción de desarrollo que cabría entender mejor como incremento aparentemente imparable de las capacidades de producción y consumo), es un bien escaso siempre, acorralado por las prisas que marcan el ritmo de la vida en las ciudades.
La velocidad es la droga definitiva, ha hecho ver la ensayista mexicana Vivian Abenshushan. “En un par de siglos, la velocidad se ha convertido en el gran absoluto alrededor del cual se organiza todo el sistema, desde las teorías científicas hasta la vida cotidiana, el trabajo, la educación, la comida, los sentimientos […] No es extraño que hoy, el tiempo se haya encogido pavorosamente y la humanidad entera sienta que el día no le alcanza, que su ritmo, un ritmo demasiado humano, ya no corresponde a las exigencias de una realidad dominada por el ímpetu de la máquina digital y ordenada bajo la cadencia insensata del stock exchange”.
El tiempo, en las sociedades desarrolladas o que aspiran a serlo (según la noción de desarrollo que cabría entender mejor como incremento aparentemente imparable de las capacidades de producción y consumo), es un bien escaso siempre, acorralado por las prisas que marcan el ritmo de la vida en las ciudades. La voracidad por gastar más velozmente el tiempo resulta en una paradoja: no hay tiempo que perder. ¿Hay manera de desacelerar? Parece difícil, si sentimos constantemente que están pisándonos los talones y debemos movernos a toda prisa; sin embargo, la velocidad es un factor importante de la calidad de vida, como están descubriéndolo y poniéndolo en práctica numerosas ciudades que han decidido sustraerse al ritmo frenético que prevalece en las grandes metrópolis, para recuperar así la lentitud y liberar a sus habitantes de las consecuencias más indeseables de las ansias de rapidez.
A pie y en silencio
Los automóviles han quedado fuera de las murallas que rodean a Orvieto, en Italia. Sus 21 mil habitantes no los necesitan: los niños van en “pedibús” a la escuela (formaciones que avanzan a pie, en horarios regulares, por rutas preestablecidas). Ahí se fundó, en 1998, el movimiento Cittaslow, que se propone recobrar el tiempo arrebatado por las prisas a partir de un replanteamiento del desarrollo basado en la calidad de vida. Entre otras medidas, se alienta la creación de huertos particulares, la socialización en espacios públicos, la supresión del ruido y la preservación de las tradiciones locales.
Un caracol a buen paso
El emblema del movimiento Cittaslow es un caracol que lleva sobre su caparazón una ciudad entera. Fundado como una extensión de los principios del movimiento Slowfood (surgido como reacción contra el imperio de la comida rápida: véase el artículo «Tiempo: el ingrediente secreto»), agrupa a 189 ciudades en 29 países, y lo idóneo es que las que busquen sumarse no tengan más de 50 mil habitantes; también deben observar ciertos requisitos, así como proponerse determinados objetivos por alcanzar con supervisión, como la instrumentación de programas educativos, de reciclaje de basura y de mejoría del transporte público.
Detenerse y contemplar
Al tanto de cómo los ritmos de la vida urbana obstaculizan el ejercicio de la contemplación, los más de 35 mil miembros de la Sociedad para la Apreciación de las Nubes han decidido aminorar la marcha para, sencillamente, voltear al cielo. Fundada en 2005 en el Reino Unido, y con integrantes en 108 países, esta sociedad batalla tenazmente contra los “fascistas de los cielos azules” que encuentran ociosa su afición (y es ociosísima, pero de eso se trata). «¡Mira hacia arriba, maravíllate con la belleza efímera y vive la vida con la cabeza en las nubes!», reza su manifiesto.
¿Más rápido?
El crecimiento de las ciudades está en relación directa con sus ansias de velocidades mayores, aparentemente imparables. Un ejemplo es el que será el ascensor más rápido del mundo que la compañía Hitachi está preparando para instalarlo en 2016 en el rascacielos del CTF Finance Centre de Guangzhou, en China: un complejo residencial y de oficinas de 530 metros de alto, 111 pisos y cinco niveles subterráneos. Será capaz de subir hasta el piso 95 en 43 segundos, desplazándose a mil 200 metros por segundo.