Café Scientifique: el sabor de la curiosidad
Enrique González – Edición 441
Este innovador y desenfadado ejercicio de divulgación, que nació en Inglaterra hace 16 años y que se ha extendido a los cinco continentes, reúne a miles de personas curiosas para conversar sobre la infinidad de temas que atesora el universo de la ciencia con el pretexto de tomarse un café o una copa de vino. El del ITESO celebrará en septiembre sus primeros diez años.
En México, la ciencia no es importante; debería serlo, pero no lo es.
Para sostener esta afirmación habría que recabar datos de muy distinta índole y en distintos periodos de tiempo, verificarlos, establecer relaciones entre los hechos, generar estadísticas, llevar a cabo diversos experimentos y pruebas… Seguir el método científico, vamos.
México tiene un investigador por cada mil personas, Corea casi 11, Japón 10, Estados Unidos 9.1, Argentina 2.1 y China 1.5; en Corea o España se gradúan más de 10 mil doctores al año, en México menos de 4 mil y en Estados Unidos arriba de 45 mil; el país le dedica 0.4 por ciento de su Producto Interno Bruto a la investigación y el desarrollo, porcentaje muy por debajo de lo recomendado por cualquier organismo internacional y con un nivel similar al de Rumania; 80 por ciento de los universitarios mexicanos reprueba sus materias de ciencias exactas y tenemos un paupérrimo registro de patentes: en 2012, Japón obtuvo 224 mil 917, Alemania 21 mil 485 y México… 290, según datos de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.
Entre las innumerables razones que explican la poca relevancia que tiene la ciencia para los mexicanos, una de las más críticas es su escasa divulgación, un rubro que los países desarrollados cubren de muy distintas maneras.
Una de las iniciativas de divulgación científica más populares nació en 1998 en Leeds, al norte de Inglaterra, gracias al empuje de un profesor llamado Duncan Dallas, quien percibía que las discusiones y los avances científicos se quedaban en los laboratorios y las aulas de las universidades y no eran compartidas de forma adecuada con la población “común y corriente”.
Duncan, padre del Café Scientifique y uno de sus principales promotores en el mundo, murió el 11 de abril de este 2014, a los 73 años. Su premisa era sencilla, como la explica el sitio cafescientifique.org, una comunidad que engloba a 263 cafés registrados en todo el mundo: “Es un lugar donde, por el precio de una taza de café o una copa de vino, cualquiera puede llegar a explorar las últimas ideas en ciencia y tecnología, siempre fuera del contexto académico tradicional”.
La iniciativa de Duncan, que nunca presumió de estar haciendo algo muy original, tiene su germen en los años ochenta, cuando el filósofo francés Marc Sautet fundó espacios similares dedicados a la discusión filosófica: el Café Philosophique.
La dinámica de cualquier café, en Guadalajara o en Copenhague, es prácticamente la misma: un invitado experto en, digamos, física nuclear, nanotecnología o cambio climático, expone durante veinte minutos sus conocimientos y últimos hallazgos, sin ninguna clase de apoyo audiovisual, sólo con la palabra; posteriormente se hace una breve pausa, los asistentes van por un café o lo que quieran tomar y luego pueden formularle al científico todas las preguntas que deseen.
En México existen oficialmente tres cafés de este estilo: uno en Campeche, otro en Morelia y otro en Guadalajara, el que desde 2004 organiza el iteso, y cuyas sesiones tienen lugar los primeros martes de cada mes (excepto enero y agosto, por las vacaciones de la institución) en la Casa ITESO Clavigero.
“El Café Scientifique ITESO siempre ha tenido como finalidad mostrar el funcionamiento de un campo sociocultural. No es un conjunto de temas o de sujetos, sino que hablamos de física, matemáticas, instituciones, dinámicas, historia… Me encanta cuando surge esta complejidad en cualquier sesión, porque así funciona la ciencia”, explica Maya Viesca, coordinadora del proyecto, gestionado por el Centro de Promoción Cultural.
Para celebrar sus diez años de existencia —el martes 2 de septiembre es la fiesta principal—, el Café Scientifique iteso ha organizado actividades que se desarrollan a lo largo del año, entre ellas la entrega de reconocimientos a todos los invitados que ha tenido desde 2004, la creación de una tarjeta de “asistente frecuente” y un cartel conmemorativo a cargo del ilustrador Gibran Julian.
“El hombre, por su naturaleza, desea saber”: Aristóteles
Además de las 112 charlas organizadas hasta junio de 2014 (es posible escucharlas todas en la página este enlace cultura.iteso.mx/cafe) y de los cientos de asistentes que se han ido del lugar con un par de nuevos conocimientos en torno a sus inquietudes astronómicas o físicas, el Café Scientifique ITESO ha generado otros productos, como el libro La curiosidad formulada. 60 preguntas a científicos mexicanos (Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología/ITESO, 2009).
¿Qué fue lo que propició la edición del libro? ¿Qué mueve a estos cafés? ¿Qué hace avanzar a la ciencia?: La duda y la curiosidad.
“El planteamiento fundamental de la ciencia es: cuestiónalo todo”, asegura Viesca.
Ruy Pérez Tamayo, jefe del Departamento de Medicina Experimental de la Facultad de Medicina en el Hospital General de México, escribe en el prólogo del libro: “Aunque se puede decir de manera bastante más complicada, la ciencia consiste esencialmente en la reiteración de dos acciones distintas pero complementarias, que son tener ideas y ponerlas a prueba”.
Pérez Tamayo, quien en septiembre será el invitado de honor en la fiesta del décimo aniversario del Café Scientifique ITESO, abunda: “Las buenas preguntas son cruciales para hacer buena ciencia, y son buenas porque por lo general sugieren el tipo de observaciones o experimentos críticos que las pueden responder mejor”.
El maravilloso ejercicio de pensar
En todo el mundo, 2 + 2 son cuatro; casi todo el mundo cree en la teoría de la evolución (aunque un tercio de los estadunidenses se resiste); la ciencia ha comprobado que los seres humanos somos los principales responsables del cambio climático (aunque también algunos no lo crean).
“La ciencia es un trabajo duro que requiere pensar, un ejercicio que a la mayoría de la gente no le gusta hacer”, afirma Michael Shermer, profesor y divulgador científico.
Efectivamente, no son hordas de ciudadanos las que acuden a los Cafés Scientifique del mundo. Al iteso acuden en promedio unas 80 personas, cuyas edades oscilan entre los 20 y los 70 años. Unos cuantos preguntan, la mayoría escucha, varios muestran su sorpresa ante tal o cual revelación y, después de dos horas, todos se retiran de la Casa ITESO Clavigero con un par de conocimientos nuevos, por lo menos.
Más que discursos grandilocuentes, explicaciones barrocas, discusiones bizantinas o la ciencia como objeto de estudio, el corazón de estos cafés es la conversación amable, generosa y comprensible sobre temas científicos.
Esta flexibilidad y el espíritu de diálogo se cristalizan en el Café Scientifique ITESO a través del equilibrio que plantea con sus invitados entre las ciencias llamadas exactas y las ciencias sociales.
Sociólogos, lingüistas, arqueólogos o antropólogos se han sentado en la misma mesa que matemáticos, físicos nucleares, químicos, geólogos o astrónomos, y nadie se ha escandalizado; al contrario, el público agradece esta amalgama de disciplinas.
Es en este espíritu de apertura y en la certeza de que “la ciencia es la misma alrededor del mundo, pero las culturas son muy diferentes” –según proclaman varios sitios web de estos cafés–, donde radican la fuerza y la importancia del proyecto gestado por Duncan Dallas y otros pioneros, como el neurólogo inglés Oliver Sacks, quien declaró que el objetivo de un Café Scientifique era “traer a la ciencia de vuelta a la cultura”, al día a día de los ciudadanos, a su cotidianidad, y sin necesidad (ni ganas) de hacerla aburrida, difícil o críptica. Hay que hacer de la ciencia algo relevante y poderoso para la gente, sostiene Sacks.
Discutamos las malas, las buenas, todas las ideas…
Esta capacidad de adaptación y de querer “bajar a la tierra” los temas científicos según el contexto cultural, permite que en los cafés de África la gente aprenda cómo evitar la malaria o cómo purificar agua, mientras que en los de Japón –donde se tiene un profundo respeto por la gente mayor–, las preguntas al experto se envían desde dispositivos móviles y se proyectan en una pantalla, de manera que nadie pueda saber la edad del que pregunta.
Flexibles, incluyentes, amenos, útiles… Probablemente éstos fueron algunos de los adjetivos que Duncan Dallas tenía en la cabeza cuando empezó a idear los Cafés Scientifique.
El periódico británico The Guardian lo describe en su obituario como un tipo que amaba el debate y al que le encantaba desentrañar el pensamiento de los eminentes invitados a aquel primer café de la historia, el de Leeds, quienes al terminar las sesiones reconocían también haber aprendido un par de lecciones.
“Es igual de útil discutir una mala idea que una buena idea”, sostenía Duncan, enemigo de dogmas, verdades absolutas y científicos enclaustrados. “Duncan se mantuvo activo en los Cafés Scientifique hasta el final. Disfrutaba escuchar lo que pasaba en sus numerosos ‘vástagos’, especialmente en los de Uganda, donde una red nacional de cafés científicos ha logrado una importante reputación por echar luz sobre temas como el vih o las enfermedades transmitidas por medio del agua, manteniendo una amplia agenda que incluye aceleradores de partículas o agujeros negros”, escribió The Guardian. m
Para alimentar al científico que hay dentro de usted
:: Museo de la Ciencia Cosmo Caixa Barcelona.
:: Fragmento de El mundo de Beakman.
:: Obituario de Duncan Dallas en el periódico británico The Guardian.
:: Café de la Ciencia de Florencia (en italiano).
:: Bar de las Ciencias (en francés).
:: Museo de Ciencias Dana Centre, en Londres.
:: Sentido acerca de la Ciencia (en inglés).