Banana Yoshimoto: Una mujer a solas
José Israel Carranza – Edición 449
Con una obra que rebasa ya la veintena de títulos, Yoshimoto no deja de suscitar recelo entre quienes se preguntan si merece en realidad tanta fama, pero también mantiene la admiración de multitudes de lectores
Hay una joven mujer que no quiere dormir. Sabe que eso la libraría del espanto de la vigilia, como si al sumergirse en el sueño olvidara los motivos de ese espanto o, mejor, como si tales motivos dejaran de existir o no hubieran existido jamás. Necesita abandonarse al descanso profundo, bienhechor, omitirse del mundo y ser ella misma inexistente. Pero la atemoriza aún más la certidumbre odiosa de que el sueño habrá de tener un final y que, al cabo de las horas que haya durado, será inevitable abrir los ojos otra vez, encontrarse otra vez sin remedio en aquel mundo del que se sustrajo, volver a vivir. (Borges afirmaba que es un auténtico milagro el hecho de que no nos volvamos locos al despertar.) Sin embargo, por más que se obstine en el cultivo del insomnio, acaba cerrando los ojos, su respiración se ralentiza y la hunde, se duerme. Y despierta de nuevo: a la soledad inmensa en la que se encuentra, imbatible en la luz insidiosa del amanecer: “Había empezado a conocer el terror hacia aquellas horas de soledad parecidas a una larga demencia que esperaban la primera luz de la mañana”.
Un día comienza a correr. Antes de que aquella luz termine de imprimirle toda su contundencia a la vida que prosigue, ella se lanza a cruzar la ciudad aún dormida, hasta el arranque de un puente sobre un río, donde vio por última vez al hombre que ama. Lo que encuentra ahí no es el recuerdo de la despedida, sino algo peor, porque ninguno sabía que sería la última vez. Él murió en un accidente, ella quedó despojada brutalmente de la felicidad que habían ido construyendo a lo largo de cuatro años —una felicidad redoblada porque se afirmaba en la convicción de que nada habría de interrumpirla—: quedó sola. ¿Y si las cosas hubieran sido distintas? “Muchas, muchas veces, soñé que le seguía, cruzaba el puente y le atraía hacia mí diciendo: ‘No te vayas’. En el sueño, Hitoshi sonreía, y decía: ‘Tú me has retenido, por eso he podido escapar a la muerte’”.
Banana Yoshimoto (Tokio, 1964) escribió su primer libro en los tiempos muertos mientras terminaba sus estudios universitarios y trabajaba como mesera en el restaurante de un campo de golf. Integrado por las novelas breves Kitchen (que da título al volumen) y Moonlight Shadow (la historia de la mujer que corre y no quiere soñar más), ese libro de 1988 obtuvo un éxito vertiginoso en cuanto fue publicado, que se replicó en las numerosas traducciones que siguieron y colocó a su autora en la difícil posición de quienes alcanzan una notoriedad mayúscula muy pronto: ¿era una revelación auténtica de insospechable calidad literaria, o se trataba de una fama propiciada por un mercado editorial que había descubierto, y aprovechado, una voz inusitadamente apreciada por los lectores jóvenes? Con una obra que rebasa ya la veintena de títulos, por lo general tan bien vendidos como aquel debut, Yoshimoto no deja de suscitar recelo por parte de quienes se preguntan, no sin desdén, si merece en realidad tanta fama, pero tampoco la admiración rendida de las multitudes de lectores —sí, jóvenes— que tiene alrededor del mundo. (Y los problemas de esta naturaleza, sin embargo, terminan concerniendo a cada lector en particular, en su experiencia personalísima, y ahí terminan por importar muy poco: ¿de cuánto terminaríamos perdiéndonos si les prestáramos siempre atención?)
La protagonista de Kitchen, otra mujer joven y solitaria, prefigura en buena medida el sentido del propósito de la obra de Yoshimoto en su conjunto. “Hace tiempo que escribo porque hay una cosa, solamente una, que quiero decir. Me gustaría seguir escribiendo, sea como sea, hasta que me canse de repetirla. Este libro es el principio de esta historia obstinada”, anotó la autora en el epílogo de ese libro. Y esa cosa que quiere decir tiene que ver con la constatación de una certeza fundamental: nuestro destino prescinde impecablemente de nuestros deseos. Mikage, la protagonista, ha perdido a su abuela, que era su única compañía, y por una muy extraña sucesión de acontecimientos se ve vinculada misteriosamente a la vida de un muchacho de su edad y de su madre —que en realidad es su padre, un hombre que al enviudar entendió que debía asumir radicalmente el papel de la esposa muerta en beneficio del niño, y de sí mismo—. Mikage intuye que “la felicidad es vivir sintiendo, lo menos posible, que el hombre, en realidad, está solo”. Y la narrativa de Banana Yoshimoto, al margen de lo que quieran el mercado y la fama, bien puede ser también otra forma de la felicidad. m.
Algunos libros de Banana Yoshimoto
:: Kitchen (1988)
:: N.P. (1992)
:: Honeymoon (2000)
:: La pequeña sombra (2002)
:: Recuerdos de un callejón sin salida (2011)