Aunque la vida de todos los días continuamente ofrece ocasiones para lo inesperado, tal vez estemos demasiado atareados para darnos cuenta. O en realidad no queremos ninguna aventura que esfume la ilusión de seguridad y certidumbre
Toda verdadera aventura es única: intentar repetirla sólo conduce a la decepción, porque su ocurrencia la decide el carácter impredecible de los acontecimientos. También ha de tener un final pues, de prolongarse indefinidamente, llegará el momento en que se vuelva rutina. Así, en rigor no podemos proponernos vivir ninguna, sino apenas confiar en que el azar nos la facilite; tampoco podremos afirmar que hayamos protagonizado una sino hasta que haya concluido: las aventuras auténticas sólo existen en el recuerdo.
Aunque la vida de todos los días continuamente ofrece ocasiones para lo inesperado y nunca nos faltan contrariedades, sobresaltos, peligros que sortear, metas por alcanzar, adversidades de toda índole, enemigos por doquier en el territorio amenazante que atravesamos cada jornada a toda prisa, universos por explorar, descubrimientos insospechados, hazañas formidables, tal vez estemos demasiado atareados para darnos cuenta. O es que en realidad no queremos ninguna aventura que esfume la ilusión de seguridad y certidumbre que creemos encontrar en nuestro agobio y nuestro tedio. Pero conviene recordar lo que dijo Chesterton: que el único pecado imperdonable es el aburrimiento. m.