Es poeta, ensayista y profesora en el Departamento de Filosofía y en la licenciatura en Escritura Creativa de la Universidad de Guadalajara. El poema que aquí compartimos forma parte de su libro Donde no hubo sutura (Mantis Editores, 2024).
Aún en la dureza de la piedra como un musgo pulsante y genital apareces consonante a la espera de mi cuerpo ¿Qué misterio cubre tu pecho de hiedras oscuras cuando intento tocarte con los ojos tan abiertos a la noche que enverdeces? Contigo la desnudez se vuelve verde Absorbe el tacto verde de la lluvia Amargo caracol que desliza ciego por tu piel como si estar adherido a ti lo contagiara Con un veneno dulce manso Con un veneno bueno sangre Pulso de infinito y de silencio.
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Es la noche y el deseo enciende sus luces. La proximidad del cuerpo amado se nos revela, morosamente, como quien asiste a una ceremonia íntima, en este poema de Dánivir Kent (Guadalajara, 1987). Un encuentro donde resulta indispensable la apertura de una mirada que, al recorrer el cuerpo anhelado, va descubriendo los delicados misterios que alberga. Un intercambio de texturas —de la piedra a la piel— del que surge el esplendor, como si en esa proximidad y en presencia de la lluvia, su “tacto verde”, el cuerpo recuperase su más profunda sustancia vegetal, su porción de infinito. Y si bien el misterio que guarda el poema permanece, podemos advertir que en esa entrega se opera una esencial metamorfosis, un “veneno bueno” surge entonces y fluye como una nueva sangre. Dánivir Kent es poeta, ensayista y profesora en el Departamento de Filosofía y en la licenciatura en Escritura Creativa de la Universidad de Guadalajara. Su tesis de doctorado, recientemente publicada con el título Fuego en la pupila, es un brillante acercamiento a la poética de Edmond Jabès. El poema que aquí compartimos forma parte de su libro Donde no hubo sutura (Mantis Editores, 2024).