¿Es posible recuperar la atención? Detenerse, escuchar, mirar, apagar el barullo del mundo y preguntarnos quién está frente a nosotros: tal vez por ahí podríamos empezar.
Nuestra capacidad de prestar atención está delimitada por las ocasiones que encontremos para distraernos. Esas ocasiones, en el presente que atravesamos, se multiplican incesantemente: no sólo estamos expuestos a una sobreabundancia de información que nos llega todo el tiempo por cada vez más vías, sino que, además, nos procuramos los medios para desentendernos del lugar en el que estamos, de lo que sucede a nuestro alrededor, de los pasos que damos. Y, sobre todo, para dejar de prestar atención a los demás —para quienes, a la vez, vamos dejando de contar porque siempre hay algo más apremiante de qué ocuparse.
Tal vez eso ayude a explicarse que nos duren tan poco la indignación o la consternación, y que incluso los acontecimientos más tremendos que presenciamos pronto salgan de la esfera de nuestra incumbencia. ¿Queremos estar distraídos? ¿O, porque la realidad no deja de surtirnos con formas de distraernos, meramente hemos caído en una inercia que nos impide fijarnos en lo que hay? ¿Es posible recuperar la atención? Detenerse, escuchar, mirar, apagar el barullo del mundo y preguntarnos quién está frente a nosotros: tal vez por ahí podríamos empezar. m.