Asepsia del espacio público
Héctor Eduardo Robledo – Edición 467
No es casual que el espacio público se haya convertido en un fetiche político y académico en los últimos años. El urbanismo toma fuerza como ciencia de gobierno desde las universidades, los despachos públicos y privados de la planeación metropolitana
El concepto “espacio público” se refiere al soporte físico de una vida urbana plural, heterogénea, donde —en teoría— cualquiera tiene derecho y posibilidad de transitar y estar. El espacio público sería también el espacio moderno heredero del ágora ateniense, donde los ciudadanos convergen en cuerpo y palabra para discutir los asuntos de la polis, esto es, para hacer política. La pregunta sería dónde existe hoy en día un espacio de estas características fácticamente. En otras palabras, ¿qué tan público es el espacio público?
La historia reciente de las metrópolis nos muestra que colectividades organizadas de forma espontánea toman calles y plazas mediante marchas, barricadas, acampadas y disturbios para desmentir que haya un espacio urbano accesible a cualquiera. Al contrario: los espacios urbanos son la dimensión territorial de los movimientos globales del capital y, por tanto, son territorios en disputa. “Espacio público” lo que nombra en realidad es una jurisdicción de control estatal regulada por la policía y el mercado global. A diferencia de “la calle”, el “espacio público” es un espacio aséptico en el que no caben vendedores ambulantes, indigentes, indígenas ni trabajadoras sexuales, salvo cuando son instrumentalizados para servicio de turistas e inversores.
Actualmente, en los centros y barrios históricos de las grandes ciudades como Guadalajara se disponen programas gubernamentales y equipamientos para el disfrute de una clase social que se fue de viaje a Europa y descubrió que lo bueno de la vida está en las calles, pero no contaminadas de pueblo, sino ordenadas como secciones de un parque temático. Tales aspiraciones son promovidas y capitalizadas por las empresas inmobiliarias que invitan a repoblar estos barrios —hasta hace pocos años olvidados por la administración pública— como si se tratara de activismo político: “Transforma tu ciudad”, dice la publicidad de una torre de departamentos en las inmediaciones del centro de Guadalajara, mientras que, en sus videos promocionales, en las calles y plazas del centro no se ven vendedores ambulantes y las familias que las disfrutan hacen gala de su “blanquitud”—uno de los motivos por los cuales nos referimos antes a este proceso como blanqueamiento por despojo.
Como ha explicado la psicóloga social Nizaiá Cassián, el “espacio público” es un objeto que ha ido tomando forma en la medida en que las administraciones públicas, en extraña alianza con empresas inmobiliarias e “industrias culturales” consideran más efectivo gestionar el poder de manera productiva en las calles: donde antes había grafiti —señalado como acto vandálico—, ahora hay un “arte urbano” domesticado que adorna locales comerciales de forma armónica… pero que dice muy poco acerca del horror de la violencia narco-política que vivimos en nuestro país.
Por supuesto que no es casual que el espacio público se haya convertido en un fetiche político y académico en los últimos años. El urbanismo toma fuerza como ciencia de gobierno desde las universidades, los despachos públicos y privados de la planeación metropolitana, mientras que el “espacio público” rememora que en el ágora ateniense era también un espacio excluyente al que no podían entrar mujeres ni esclavos.
Para profundizar
:: ¿De qué está hecha una ciudad creativa?, tesis doctoral de Nizaiá Cassián. UAB, 2016.
:: El espacio público como ideología, de Manuel Delgado. Catarata, 2011.
:: Ciudades en insurrección, Oaxaca 2006/ Atenas 2008, de Katerina Nasioka. Cátedra Jorge Alonso, 2017.
:: Centro en transición, colección de dosieres de Observatorio En Ruta, ITESO, 2018.