Arte y poder: YBAs
Dolores Garnica – Edición 449
Al inicio se trataba de un grupo de jóvenes que pensaban en cómo remover, escandalizar y criticar su establishment. Vale la pena analizar la incidencia que tuvo su alza en el mercado en su labor creativa y su influencia en las artes
Al principio fue una caja de jabón marca Brillo firmada por Andy Warhol (serigrafía en tinta sobre pintura sintética de polímeros sobre madera). Un cubo igualito a una caja de jabón con la que, por los años ochenta, se inició un revolución entre los estudiantes del Goldsmiths College of Arts en Londres: 16 chicos que se reunían para discutir acerca de lo que era o no arte a partir de Warhol, sus acciones, piezas, exposiciones, experimentos y contemporáneos.
Lo que sucedió después no parecería raro entre un grupo de estudiantes en busca de un espacio para exteriorizar sus discusiones: expusieron en una bodega en el puerto, junto al Támesis. Eligieron un título, Freeze, y a uno de ellos como curador: el joven de 23 años Damien Hirst. Durante la inauguración, Hirst conoció a un publicista recién expulsado de su agencia, Charles Saatchi, y la historia de los chicos orgullosos de su estatus subterráneo comenzó a cambiar, y el arte en el Reino Unido también.
Entusiasmados por ese rasgo del pop art crítico, cuestionador y escandaloso, el grupo ahora conocido como Young British Artists (YBAs) puso en marcha una táctica de choque contra los tabúes de una sociedad inglesa que experimentaba una sensación de falta de oportunidades en la era Thatcher. Los chicos se enfrentaron a los tabúes de la religión, las costumbres sexuales, los valores familiares, la muerte o la vida. Eran, entre otros, Hirst, Sarah Lucas, Liam Gillick, Fiona Rae, Tracey Emin, Douglas Gordon, Jane y Louise Wilson, Anya Gallaccio, Henry Bond, Sam Taylor-Wood, Ian Davenport, Michael Landy, Gillian Wearing, Abigail Lane, Angus Fairhurst y, posteriormente, Jake y Dinos Chapman, Rachel Whiteread, Chris Ofili y Gavin Turk. Ellos encontraron en la provocación una forma de preguntarse acerca de su tiempo, su entorno y su trabajo. En 1995, ya con la producción de Saatchi, se organizó Brilliant!, New Art of London, en el Walker Art Center de Minneapolis, Estados Unidos, donde expusieron por primera vez el famoso tiburón de Hirst y la recreación de Los desastres de la guerra, de Goya, con juguetes y maniquíes de Dinos y Jake Chapman. Donde Anya Gallaccio acomodó en una ventana un montón de flores que se fueron marchitando y Tracey Emin llenó de objetos personalísimos una casa de campaña, entre otras piezas de los adscritos a la ya para entonces famosa y valiosa agrupación.
Al inicio se trataba de un grupo de jóvenes que pensaban en cómo remover, escandalizar y criticar su establishment y, como a veces pasa, con el tiempo ellos mismos se transformaron en el establishment. Sus miembros han aceptado premios, exposiciones, compras y elogios; han acaparado mercados, museos, galerías, precios y ventas, y por esta razón han obtenido más críticas que elogios y generado más polémica que visitas. Muchos de estos artistas han reflexionado en torno a su trabajo y a su nueva posición. Una obra en particular quizá representa algunas claves para entender su controversia: en 2007, Damien Hirst presentó una calavera cubierta de diamantes. Para muchos, esta pieza resultó el colmo de la pretensión de un artista que intenta vender meras ocurrencias, y la prueba contundente de su preferencia por el dinero sobre el arte. Esta percepción se mantuvo a pesar de que el título de la pieza, For the Love of God (“Por el amor de Dios”), se debió al reclamo de la madre del artista al enterarse de la idea, o a pesar de que éste jugara con el precio de la pieza cada vez que se lo preguntaban (¿el valor de una obra está en el trabajo, en la firma o en el material? ¿Qué sucede cuando un artista presenta su obra como “la más valiosa jamás creada”?) y aun cuando Hirst haya explicado varias veces que parte de su inspiración fue la calavera azteca cubierta de turquesas que se exhibe en el British Museum.
Aunque pareciera que varios de los integrantes del grupo terminaron por traicionar sus principios, valdría la pena analizar la incidencia que tuvo su alza en el mercado en su labor creativa y su influencia en las artes. Algunos miembros de ybas parecen estancados en el espectáculo de lo trasgresor, pero otros siguen trabajando desde su nueva posición, incluso utilizándose a ellos mismos como material de choque y burla. Algunos aceptan homenajes de su reina, mientras otros utilizan su acercamiento a la realeza para crear nuevos cuestionamientos. Otros acaparan mercados para conservar un estatus más comercial o para mantener una especie de “dominio estético”; y, finalmente, otros se fueron. Pero eso no parecería raro entre unos estudiantes de Arte que buscaban un espacio para expresarse allá por los ochenta. m.
Para saber más
:: Young British Artists, de Jesse Russell y Ronald Cohn (Book on Demand Ltd., Reino Unido, 2012).
:: Texto de la exposición Brilliant!.