Argentina, reflejos en un espejo roto
Mario Mercuri – Edición 499
La realidad perdió firmeza y se transformó en una arcilla que cada uno moldea a su gusto. El otro dejó de ser simplemente alguien diferente y se volvió un enemigo al que hay que destruir
El plan económico del presidente Javier Milei tiene dos ejes: motosierra y licuadora. Recortar los gastos del Estado y licuar los ingresos y ahorros de la gente. Desde que asumió, la inflación ronda 65 por ciento: “Soy el general AnCap. Vengo de Liberland, una tierra creada por el principio de apropiación originaria del hombre”, dice él.
Hubo un ciego que veía las cosas con mucha claridad. “El mundo, para el argentino, es un caos”, escribió Jorge Luis Borges. Si el pasado parecía darle la razón, el presente lo confirma. El mundo para el argentino es un caos en el que, a golpe de crisis económicas, pobreza y escándalos, el individualismo se convirtió en política de Estado, por el impulso de Javier Milei, un presidente que se define como “anarcocapitalista”. En este caos sudamericano, lo que de por sí ya era complejo se redujo a frases y consignas huérfanas de racionalidad. La realidad perdió firmeza y se transformó en una arcilla que cada uno moldea a su gusto. El otro dejó de ser simplemente alguien diferente, incluso un adversario, y se volvió un enemigo al que hay que destruir: “No la ven, no la ven”, repite el presidente de un país y un momento que sólo se dejan ver en los múltiples reflejos de un espejo roto. El ciego, Borges, sí la pudo ver.
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Argentina tiene un presidente que lidera una organización criminal. Un Al Capone sudaca. Al menos eso es lo que dice el propio presidente, Milei: “El Estado es una organización criminal violenta que se beneficia con los impuestos”.
Pero esas palabras no llaman la atención. Son gotas perdidas en el torrente de las que dijo antes y las que dirá después.
Más sobre el Estado: “Entre la mafia y el Estado, prefiero a la mafia. La mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente, la mafia compite”.
Cómo se ve a sí mismo: “Soy el general AnCap [anarcocapitalista]. Vengo de Liberland, una tierra creada por el principio de apropiación originaria del hombre[…]Mi misión es cagar a patadas en el culo a keynesianos y colectivistas hijos de puta”.
El libre mercado: “La venta de órganos es un mercado más”.
La agenda ecológica: “Una empresa que contamina el río, ¿dónde está el daño?”.
Cómo ve al papa Francisco: “El Papa es el representante del Maligno en la Tierra”. “Habría que informarle, ‘al imbécil que está en Roma’, que la envidia, que es la base de la justicia social, es un pecado capital”.
“[El Papa] tiene afinidad con los comunistas asesinos”.
¿Esas palabras suenan duras, fuera de lugar, quizá groseras? Él mismo se explica: “Me importan un carajo los forros que ponen las formas por sobre el contenido”. En la Argentina, el forro es la denominación coloquial para los condones. Reyes Heroles no estaría de acuerdo.
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Pocas elecciones argentinas tuvieron una participación tan decisiva de los jóvenes. Las redes se llenaron de youtubers e influencers libertarios. Éstos iluminaron los sueños de chicos que crecieron con la bronca de ver que su futuro no es un horizonte de posibilidades, sino una muralla de pobreza.
Están sin trabajo formal. Han sido sometidos a esa forma de explotación tan actual llamada uberización, en la que deben sentirse afortunados por tener la oportunidad de pasarse el día pedaleado bicicletas para repartir pizzas a cambio de unas monedas. Se sienten condenados por una idea de meritocracia que no distingue entre el que tiene padres que pagan la universidad privada y el que trabaja para medio comer. Lo peor es que trabajo no hay tanto. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, la Argentina tiene la tasa de desocupación juvenil más alta de América Latina. Los jóvenes de entre 15 y 29 años triplican la tasa de desempleo que padecen los adultos de entre 30 y 64 años. Once por ciento de los niños, niñas y adolescentes crece en la pobreza extrema; en su casa no hay garantía de una canasta básica de alimentos.
En Argentina, los jóvenes dieron “el voto de esperanza” de los desesperanzados.
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Manuel es un periodista con más de 30 años de oficio. Vio muchas cosas, pero aún le quedaba mucho por ver. Durante el periodo electoral pasado, de la jefatura de su redacción bajó una consigna ineludible; las notas debían motivar la indignación de los lectores: ¿Una oficina pública cierra porque es feriado? ¡Cómo puede ser que dejen de atender a la gente que tanto necesita ese trámite! ¿Los maestros hacen paro por un aumento de sueldo? ¡No vamos a confiar la educación de nuestros hijos a quienes sólo les importa el dinero! ¿Un funcionario es acusado de corrupción? ¡Son todos iguales, sólo sirven para robarle a la gente! ¡A usted, querido lector! Así de simple. Sin contextos, antecedentes ni posibilidad de defensa. Lo analizaba hace unos meses un psicólogo en el diario La Nación. “El enojismo (el uso exclusivo del enojo como forma de ver el mundo) genera mecanismos de pura reacción frente a los cuales mueren la política y la capacidad de vinculación comunitaria, que supone gestionar las diferencias sin pensar que, de alguna manera, la solución es la eliminación simbólica o, peor, real, del otro”.
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Donald Trump tiene, en Milei, a un admirador y a un émulo. “Lo amo porque él me ama”, dijo el estadounidense. No sólo los une el lema de hacer otra vez grande a su país. Los hermana la pasión tuitera. Desde el 10 de diciembre de 2023, cuando asumió, hasta el 10 de febrero de 2024, Milei hizo cuatro mil 364 publicaciones. Setenta y tres mensajes diarios; unos 14 mil likes. En un fin de semana de febrero y entre una disputa con los gobernadores, dedicó ocho horas y 19 minutos a publicar tuits.
Pocas cosas se escapan de su frenesí digital, en el que caben desde peleas con legisladores, periodistas y artistas, hasta burlas contra ciegos y personas que viven con el síndrome de Down. No se priva de compararse a sí mismo con leones y superhéroes, ni de atribuirse la tarea de la mismísima Daenerys Targaryen, la de Juego de Tronos: “No vinimos a continuar con la rueda del juego de la política de siempre. Vinimos a romperla”.
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Es un mexicano de vacaciones paseando por Buenos Aires. Mientras camina, ve en los televisores de los escaparates al presidente Javier Milei anunciando sus primeras medidas de gobierno. Son casi las 10 de la noche y, de regreso a su departamento, encuentra columnas marchando por las calles, al ritmo del golpeteo de cacerolas. Gente que avanza hacia el edificio del Congreso, en protesta por esas primeras medidas de Javier Milei. El mexicano, veracruzano para más precisión, no sale de su asombro. “Qué rapidez para reaccionar, para salir así sin que ningún partido o líder los convoque. ¡Qué politizados son los argentinos!”.
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En noviembre de 2015, un dólar en el mercado oficial —en la Argentina hay muchos mercados para el dólar— se pagaba en casi nueve pesos argentinos y cerca de 18 pesos mexicanos. En marzo de 2024, el dólar en México está más cerca de los 17 que de los 18 pesos. En la Argentina se paga a 830 pesos, después de haber llegado casi a mil pesos.
Eso es muy malo, pero como advierten las leyes de Murphy, no hay nada tan malo que no pueda empeorar.
El actual plan económico de Javier Milei tiene dos ejes declarados por él mismo: motosierra y licuadora. Recortar los gastos del Estado y licuar los ingresos y ahorros de la gente.
Desde que asumió, en diciembre de 2023, la inflación ronda 65 por ciento; el precio de los medicamentos se duplicó; el de la gasolina aumentó 165 por ciento, y hay que pagar cuatro veces más por boleto de autobús en Buenos Aires.
En dos meses, los salarios cayeron 21 por ciento; se les retiraron fondos a los comedores populares y a los planes sociales, y la miseria alumbra nuevas formas de delincuencia. Ya es noticia cotidiana que alguien se incinere robando cables de alta tensión, para vender el kilo de cobre por el equivalente a 140 pesos mexicanos.
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Argentina sufre una epidemia de dengue. Por suerte hay vacuna. Por desgracia, en los últimos cuatro meses, su precio aumentó 90 por ciento.
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Las protestas callejeras se hacen más frecuentes; la represión policial es decreto. Hasta se intentó prohibir las reuniones públicas de más de tres personas. Las redes libertarias se llenan de aplausos ante los gases lacrimógenos. “Celebramos a la Policía, los felicitamos.Cada balazo bien puesto en cada zurdo ha sido para todos nosotros un momento de regocijo. Cada imagen de cada zurdo lloriqueando por el gas pimienta en su cara ha sido para nosotros un momento muy placentero de ver”, publicó un politólogo libertario que se precia de ser antiabortista y militante de “las dos vidas”.
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Como cantaba Andrés Calamaro: “Qué lástima Argentina, eras bizcochuelo, ahora sos gelatina”. Calamaro, por cierto, es ahora un gran admirador de Milei.