Antojo de algo

Antojo de algo

– Edición 504

Foto: Wikimedia Commons.

Si el antojo es algo que el cuerpo busca compensar con urgencia, entonces no necesito comer las costras de la pared por falta de calcio, sino una semana entera para ver todas las películas que dejé pasar

Me ha vuelto a pasar. Llego a la tiendita mejor surtida del vecindario como guiada por una voz espectral a la que no entiendo, pero de la que no puedo escapar. El antojo es el conde Orlok, llamándome desde la profundidad, hasta que me abandona en cuanto pongo pie en el sitio, justo al centro, estorbando a los demás, tratando de decidir qué es lo que quiero llevarme. “Antojo de algo”, balbuceo bajito, escaneando las repisas cual T-800 modelo 101, sin moverme un centímetro.

Si el antojo es algo que el cuerpo busca compensar con urgencia, entonces no necesito comer las costras de la pared por falta de calcio, sino una semana entera para ver todas las películas que dejé pasar por darle prioridad a un empleo que ya no tengo ahora. Quizá de esta forma encuentro algo de ese asombro que el cinismo se esfuerza en convertir en amargura para no sentirme tan desechable, tan a la merced de lo que ocurre fuera de mi control. ¿Eso dónde se compra?

Pero aceptamos la línea con la que algunos científicos querían explicar que los antojos —tan caprichosos, efímeros y desquiciados— se originaban en las hormonas, ¿por qué esta ansia no se me desvanece con un sándwich de pan blanco con nieve de chocolate? ¿O una quesadilla en tortilla de harina con una embarrada de crema de avellana y mermelada de fresa? Ese vaso de clamato con Valentina, jugo de limón agrio y mucha sal en ayunas sólo sirvió para echarle fuero a la gastritis, no para que mi embarazo no existente, mi todavía no menopausia, mi inofensiva primera semana del ciclo menstrual ni otra supuesta batucada hormonal de mi cuerpo se dén por saciadas.

Será que los antojos todavía no podemos entenderlos a profundidad, desde su origen. La comunidad científica no se pone de acuerdo y, como yo, se para en medio de esta tienda de conveniencia llamada vida a buscar las respuestas en todos los pasillos del inmueble. “Es una insuficiencia en nuestra dieta”, “No, es un capricho de un cerebro marinado en cambios abruptos y no permanentes”, “No, no, ya lo tengo”, y todos aguantamos el aire a la espera de la respuesta y suelta un “es emocional, es lo que asociamos con nuestras memorias más queridas”…, así que ahora resulta que esto que no me ha dejado dormir bien desde septiembre del año pasado es un antojo de otra noche en El Cardenal antes de que lo gentrificaran, una sesión de compras con la amiga que se fue a vivir a la orilla del Golfo de México, las ganas de ir a Vallarta a comer un pescado zarandeado con mi padre, la necesidad de una siesta con el gato que enterramos hace dos años en el jardín. ¿Es el antojo de sentarme junto a mi madre que lee un libro, fuma un cigarro, se bebe un café, reina del multitasking, nomás para acompañarla en silencio y oler esa mezcla de L’Air du Temps, tabaco y jabón Dove? O, pienso también, es el maldito antojo de estabilidad emocional, seguridad en mí misma, una bolsa del Melate.

Suspiro bien fuerte. Por fin, lo tengo: “Uy, una Coca-Cola en lata y un cigarrito en la banqueta, al cobijo de cualquier sombra que me conceda un respiro para este calor que comienza a amenazarnos”.

Sí, sí, eso era.

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MAGIS, año LXI, No. 504, marzo-abril de 2025, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A. C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Édgar Velasco, 1 de marzo de 2025.

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