Algún atardecer he pisado la calle
Yara Patiño – Edición 482
Ahora tenemos más conciencia del número de personas en un lugar, por ejemplo, lo que altera nuestra experiencia ahí. La mayoría de estos cambios son involuntarios, imperceptibles y, posiblemente, inevitables
El exterior empieza cuando decidimos —o tenemos que— salir. La acción de salir tiene distintas implicaciones según el punto de vista de cada individuo. Afuera y adentro no implican lo mismo para unos que para otros, pero hay una distinción clara para cualquiera. El exterior es una sensación. Salir del ensimismamiento es recomendable para la salud mental y física. Y también salir del clóset. Salir del cuadro, salir del huevo, de la regla o del margen. Y, por supuesto, salir al exterior, al espacio común, al encuentro con lo otro o los otros.
Pero el exterior ha cambiado. Tal vez tanto como el interior. No hay muchas certezas, pero hay cambios seguros. Salir es distinto en el mundo pospandemia. Por otro lado, salir siempre ha sido difícil y, por lo general, hacerlo implica ventajas, además de complicaciones nuevas. Eso permanece igual.
Durante la pandemia, el exterior ha sido hostil y peligroso, aunque no haya sido el mismo para todos: el espacio donde el exterior se define depende de la percepción individual. Por sentir el peligro en el aire, o por mandato gubernamental, el confinamiento generalizado ha operado en la percepción de lo seguro y lo inseguro en cuanto a distancias, tiempo de exposición o contacto.
Más requisitos para una misma experiencia: pasaporte sanitario para viajar, vacunación, prueba de hisopado o PCR y evidencias de seguridad que permitan la convivencia en espacios de uso común.
El encierro nos ha llevado al estrés, primero, y a la frustración, después. Para muchos, la carga emocional y física ha pasado la factura a nuestra salud mental. Algunos de los asuntos poscovid-19 al respecto son los duelos no resueltos, el síndrome de la cabaña (miedo a salir después de una temporada de confinamiento) y las alteraciones del sueño. Todo esto aporta a los problemas por agotamiento, desorden de ansiedad, abuso de sustancias, trastornos de ánimo o violencia intrafamiliar.
El exterior ha cambiado desde el interior. Desde adentro, los espacios comunes han empezado una metamorfosis, y al salir no los percibiremos igual. Ahora tenemos más conciencia del número de personas en un lugar, por ejemplo, lo que altera nuestra experiencia ahí. La mayoría de estos cambios son involuntarios, imperceptibles y, posiblemente, inevitables.
Ahora, el exterior empieza antes de lo que solía. Nos sabemos más vulnerables y nuestra zona de seguridad, el interior, se ha hecho más amplia. El exterior parece reducido. Las nuevas restricciones y los nuevos miedos se reúnen con el nuevo aprendizaje y los motores de la supervivencia: el cuidado y el placer.
Algunas formas en que el exterior ha alterado nuestra percepción:
: De lo lleno o lo vacío. ¿Cuántos son demasiados? La respuesta al distanciamiento social como práctica de seguridad es la intuición respecto a la capacidad de un espacio. Ahora, menos personas son suficientes para causar incomodidad. Según William Whyte, todo espacio público llega a una capacidad de carga, que es el número máximo de personas que permite un espacio para mantener la sensación de comodidad.
: Del espacio entre nosotros. Quién está cerca y quién lejos. El espacio peripersonal es determinante para las interacciones sociales. Es la línea que nos separa del mundo y la distancia a la que permitimos aproximarse al otro sin que nos resulte violento. Es el espacio que rodea al cuerpo. También es un espacio subjetivo. Se ha observado que las personas con ansiedad guardan un mayor espacio peripersonal. Un estudio publicado en Journal of Neuroscience señala los límites físicos de este espacio entre los 20 y los 40 centímetros de distancia desde la cara, aunque esta cifra puede variar de acuerdo con cada individuo.
Exteriorizar lo que se ha llevado dentro es más complicado que sólo salir. Dar un paso afuera es nacer un poco y es, sobre todo, ser vulnerables. La exposición al exterior nos puede enfermar, pero también puede hacernos más felices. Así como en la distancia peripersonal, en el exterior también está aquello que nos vulnera y aquello que nos hace más felices.