Ai Weiwei: un disidente en siete obras de arte
Dolores Garnica – Edición 451
Es uno de los artistas más visibles de la actualidad, y su trabajo en buena medida está orientado por la batalla contra el autoritarismo, la inequidad y la censura. Provocador y polémico, el creador chino es también un crítico tenaz de las consecuencias de la falta de democracia en su país, y ahora mismo está trabajando en llamar la atención del mundo sobre la crisis de los refugiados en Europa. Aquí presentamos siete de sus obras que resumen sus principales preocupaciones
“Incluso si fuera mil veces / más alta, más ancha y más larga, / ¿podría bloquear las nubes, el viento, la lluvia o el crepúsculo?,” escribió en 1979 el poeta Ai Qing acerca de la Gran Muralla China, después de lavar baños públicos durante más de 15 años en Xianjiang como castigo por su poesía. A pesar de la longitud, la anchura y la altura de la muralla, hoy podemos saborear sus versos.
En 1958, Ai Qing fue obligado a quemar todos sus libros, abandonar su casa y trasladarse a uno de los campos de trabajo forzado que funcionaban en la República Popular China, el país de la Muralla, cuando su hijo Ai Weiwei apenas cumplía un año de edad. Hoy, 59 años después, ese niño —artista visual, arquitecto, activista, jugador profesional de blackjack y bloguero— conoce lo mejor y lo peor de su país. Ai representa, para muchos dentro y fuera de China, un símbolo, un ejemplo de cómo se viven la vida, la política y el arte de ese país complejo, diverso y, para nosotros, tan contradictorio.
Definir y comprender a China en la totalidad de sus más de nueve millones de kilómetros cuadrados es tan imposible como comprender a cada uno de sus mil trescientos millones de habitantes. Pero acaso podríamos intentar aprender algo de uno de ellos: ¿cómo es la China de Ai Weiwei? ¿Los muros pueden bloquear las nubes, el viento, la lluvia, el crepúsculo o el arte?
1. Fuera de China: Fotografías de Nueva York
Foto: Ai Weiwei Studio
Son alrededor de 10 mil fotografías de una estancia en Nueva York que duró 12 años, de 1981 a 1993. El joven Ai Weiwei, falto de información pero con mucha intuición acerca del futuro del arte, se convenció de que en Estados Unidos encontraría respuestas a sus preguntas estéticas. Mientras conocía los trabajos de Andy Warhol, Marcel Duchamp y Jasper Johns —sus grandes influencias incluso hoy en día—, descubrió en la fotografía el soporte ideal para su propia obra, dada su escasez de recursos (trabajó como jardinero, entre otros oficios).
Fotografías de Nueva York (en este enlace puede apreciarse una muestra de la colección) es un trabajo personal e íntimo, no sólo acerca de su vida y su relación con la ciudad (ahí consta, por ejemplo, el registro de su contacto con el poeta Allen Ginsberg, amigo de su padre), sino también de las vidas de cientos de inmigrantes chinos, la mayoría disidentes y refugiados. En estas fotografías retrata su presente, el de los chinos fuera de su patria y sus condiciones de vida en Estados Unidos: es un conmovedor trabajo acerca del exilio y la nostalgia, y en él también renovó sus votos políticos por la conciencia de la disidencia.
“Creía que Nueva York era la capital del arte contemporáneo, y yo quería estar en la cima. De camino al aeropuerto, mi madre me decía cosas como: ‘¿Te pesa no hablar inglés?’, ‘¡No llevas dinero!’ (llevaba treinta dólares en la mano). Yo le respondí: ‘Me voy a casa’”, explicó el artista al renombrado crítico y curador suizo Hans Ulrich Obrist. Así, entre imágenes de la vida cotidiana en su pequeño departamento del East Village, fachadas del barrio chino, autorretratos e incluso imágenes de piezas de arte, la fotografía se convirtió —desde entonces— en una especie de extensión expresiva de Ai: “El Nueva York que conocí ya no existe. Cuando veo el pasado, veo que estas fotografías son hechos, pero no necesariamente verdades. El presente siempre supera al pasado y al futuro no le preocupa el hoy”.
Foto: Ai Weiwei Studio
2. La ruptura: Dejando caer una urna de la dinastía Han
Ai Weiwei regresó a China en 1993 porque su padre agonizaba. Comenzó a trabajar —con las influencias de lo aprendido en Estados Unidos— abordando lo conocido y reflexionado sobre la realidad china desde afuera. Uno de sus primeros temas, todavía recurrente, es la relación entre la tradición y la memoria, entre la tradición y el presente, ¿y qué más tradicional en el arte chino que su cerámica? Así, sus primeros experimentos involucraban piezas simbólicas de la alfarería china. Dejando caer una urna de la dinastía Han es el registro en tres tomas fotográficas de una acción realizada en 1995, en la que el artista deja caer una valiosísima urna que databa de los años 206 a.C. a 220 d.C. La acción subraya el rompimiento del valor de la tradición en apenas un segundo, la fragilidad de la cerámica como metáfora de la memoria y, antes que nada, la ruptura de un creador con su historia, con su genealogía artística. Para muchos, también simboliza una crítica a la excesiva veneración del gobierno chino por su tradición y a la persecución que ejerce sobre las nuevas manifestaciones artísticas.
China, es verdad, venera su pasado, pero no todo. Aunque la tradición es importantísima en su vida cotidiana, parece que la memoria sobre sus hitos históricos es bastante frágil: “Muchos de los grandes problemas que vive China en la actualidad provienen, sobre todo, de la Revolución Cultural, que fue un parteaguas en su historia. Fue tan dura y radical que, debido a causas meramente políticas, se castiga la intelectualidad y el estudio de su historia. Nunca se recuperaron de eso y nunca lo harán. Quizá por ello, Ai Weiwei pone el dedo en la llaga, porque las nuevas generaciones han olvidado de dónde vienen y se han quedado solamente con la forma, pero sin fondo en lo que respecta a sus culturas y tradiciones”, explica Bernardo de Niz, fotógrafo mexicano que vivió más de cuatro años en China.
Foto: Ai Weiwei Studio
La ruptura es uno de los temas favoritos de Ai. Lo es porque quizás encontró en el efecto del rompimiento una respuesta inmediata a sus acciones. Después de dejar caer el jarrón de la Dinastía Han, pintó sobre otras vasijas antiquísimas el logotipo de Coca-Cola o las sumergió en pintura industrial, para después incursionar en otros soportes y procesos. En 2006, por invitación de una empresa de internet china, abrió uno de los blogs más concurridos que han existido, con cerca de 200 mil visitas diarias. Allí, el artista relataba su vida cotidiana, sus problemas y la actualidad de China, sin filtros gubernamentales de por medio. Sorprendentemente, el blog se mantuvo funcionando hasta 2009, con lo que sentó un precedente sobre la relación entre la vigilancia oficial y la libertad de expresión, y también abrió una controversia acerca de las clases privilegiadas en aquel país.
“En China, la gente es libre de hacer su vida, de elegir y ahora hasta de viajar o de tener hijos, pero es una libertad sujeta a las posibilidades económicas: entre más ingresos, más libertades, porque esas libertades implican, en algunos casos, sanciones económicas que hay que pagar”, explica Alberto Gámez, consultor independiente con seis años de estancia en Hong Kong. “En efecto, Ai Weiwei pertenece a una clase privilegiada; sin embargo, esto no lo ha limitado en su lucha por los derechos de quienes menos tienen, ni para señalar y denunciar las problemáticas del sistema de partido único en China, de su falta de democracia, del control que tiene sobre la población en general. Definitivamente, él es una gran piedra en el zapato para el gobierno comunista de Pekín”, dice Bernardo de Niz.
3. Las ausencias: Cabezas del zodiaco
Foto: Corbis
“Apenas había libros. No podía quedar un solo libro en todo el país. Conseguí mis primeros libros sobre Van Gogh, Degas y Manet y otro sobre Jasper Johns, gracias a un traductor que estaba casado con una alemana. Estos libros se convirtieron en algo muy valioso y en Pekín todo el mundo los compartía”, dijo Ai a Obrist sobre la escasez de fuentes bibliográficas durante su juventud. Y a pesar de la importancia intelectual de su padre, fueron quizás estas carencias —más los silencios históricos y la represión intelectual—, las que lo movieron a intentar completar los espacios vacíos. Cuando, en 1993, el artista regresó de Estados Unidos, se encontró con una floreciente escena artística invalidada por el gobierno, pero repleta de propuestas. Ante la falta de espacios y difusión del arte, publicó tres libros que funcionaban como una antología de creadores actuales, una especie de exposición editada: el Libro Negro apareció en 1994, el Libro Blanco en 1995 y el Libro Gris en 1997. “La gente tiene miedo de dejar algo por escrito; las palabras impresas pueden ser utilizadas como pruebas de un delito”, dijo a Obrist.
Sus Cabezas del zodiaco (exhibidas durante 2014 en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México) funcionan como una representación del tradicional zodiaco chino, pero también como un intento de recuperación arqueológica para llenar algunos de los vacíos. A partir de grabados, algunos dibujos y crónicas, en 2010 el artista recreó las doce esculturas que rodeaban un reloj de sol y una fuente en el palacio de verano de Yuaming Yuan —complejo construido en el siglo xviii por la corte china y destruido durante la Segunda Guerra del Opio en 1860—. Con este ejercicio de recuperación (no exacta, sino reinterpretada y exagerada a tamaño monumental), subrayaba la importancia del pasado destruido, el saqueo y la anulación de la memoria durante una guerra, en este caso, pero también como metáfora de cualquier saqueo. Hace poco, en enero pasado, Ai cubrió en Praga sus cabezas de zodiaco con mantas térmicas doradas para protestar por el sufrimiento de los refugiados provenientes del sur en su camino hacia Europa.
Foto: AP
En 2013, para una exposición en Alemania, reunió seis mil bancos de madera de aldeas del norte de China: sencillos banquitos de trabajo que datan de 1368 hasta 1911 (de la dinastía Ming a la Qing), de todos colores y formas, como símbolo de la fuerza laboral china y como una evidencia del día a día, del rastro de vida en cada grieta, clavo y señal de uso. Los seis mil bancos se juntaron en un intento por mostrar el pasado de un objeto, la vida cotidiana a lo largo del tiempo y su importancia como patrimonio.
4. Mil millones de chinos: Semillas de girasol
De algún modo, hablar de China es intentar comprender a cada uno de sus habitantes, y son más de mil millones. “China es un país enorme donde norte, centro y sur son muy diferentes entre sí. Es un país en constantes desarrollo y dinamismo. Tiene las mejores infraestructura y fuerza de trabajo del mundo, allí lo que siembras da frutos rápidamente. Uno llega siendo una persona y sale siendo otra”, dice Roxana Quirarte, consultora independiente, residente en el país asiático por nueve años. “A China se le puede definir con una palabra: diferente. Tratar de definirla con más palabras sería encasillar la diferencia”, dice Jorge Salcedo, quien trabajó allá como maestro de inglés durante dos años. “China es cultura, historia y misterio. Te impresiona e intimida en una primera mirada, pero te cautiva y maravilla cuando empiezas a conocerla”, dice Alejandro Romero, que estudió tres años en Hong Kong. “La amas o la odias, con China no hay medias tintas: es un país lleno de contrastes y puedes experimentar cosas muy desagradables o maravillosas”, puntualiza Alberto Gámez.
Para que observemos a sus compatriotas, a cada uno, muchos de ellos sin voz o amordazados, Ai Weiwei mandó fabricar con artesanos de su país, cien millones de semillas de girasol en cerámica, cada una hecha a mano y diferente a las otras, para luego extenderlas sobre una superficie de mil metros cuadrados. Semillas de girasol, expuesta en 2010 en la galería Tate Modern de Londres, es también un recordatorio de los carteles de propaganda de la época de la Revolución Cultural, en los que se representaba a Mao como el Sol y a la masa del pueblo como girasoles vueltos hacia su ubicua presencia.
Foto: EFE
Ai Weiwei nos anima a intentar capturar la singularidad en cada elemento de Semillas de girasol. Esta obra sólo necesita que el espectador se acerque para reconocer cada semilla como diferente dentro de un mar donde parecen tan iguales: es una representación de la colectividad y a la vez del valor individual de cada uno de sus componentes. “Si nuestro sistema se resiste a comunicarse y rechaza la idea de que todos nacemos iguales, ¿por qué tendríamos que aceptar este sistema?”, explicó a Obrist.
En 2007, para Documenta 12 —exposición de arte contemporáneo que se celebra cada cinco años durante cien días en Kassel, Alemania—, Ai decidió convertir en realidad un sueño. Con el sarcástico título Cuento de hadas llevó, como pieza principal, a mil y un chinos seleccionados mediante una convocatoria lanzada por internet. Así, de 200 en 200, campesinos, amas de casa, artistas, políticos o policías —incluso una señora sin acta de nacimiento a la que hubo que acompañar al registro civil para que obtuviera su pasaporte— recorrieron libremente la exposición y la ciudad. “Ahora no es símbolo eso de que vienen los chinos: vienen de verdad”, dijo el artista en entrevista, y mediante esta acción creó una presencia singular y diferente de la población china en Europa y, al mismo tiempo, personalizó los números con rostros de personas.
Entre la inmensidad de mil trescientos millones de chinos, la historia de cada uno cuenta para Ai, por lo que resulta necesario mencionar a Yang Jia, importante para su vida y para la de China: “Un día Yang alquiló una bicicleta en Shanghái y la policía lo paró en una esquina para pedirle los papeles de la bicicleta. Mostró los papeles de alquiler y los policías se lo llevaron a la comisaría. Nadie sabe qué sucedió después. Él afirma que lo trataron de manera brutal y que debido a los golpes quedó impotente. Se quejó y presentó una demanda, pero nadie respondió. Volvió y mató a seis policías e hirió a otros cinco, y esto se ha convertido en un hecho extraordinario porque, para los chinos, tan sólo decirle ‘no’ a la policía resulta impensable. Durante el juicio, su abogado defensor trabajaba para el gobierno, y en esta historia hay mucho que definitivamente no cuadra”, contó Ai a Obrist. El artista dirigió un documental sobre este caso.
5. El refugio: Konzerthaus cubierto con salvavidas
Foto: Corbis
Cuando era niño, Ai Weiwei vivió en una pequeña aldea, compartiendo el castigo del sistema chino a su padre; durante sus años en Nueva York conoció de cerca a los refugiados chinos. Conoce bien la idea y el impulso de la huida y el refugio. Después de cuatro años sin salir de China por estar sujeto a una investigación, en 2016 recuperó su pasaporte para realizar una exposición en Berlín: una pieza monumental en la céntrica plaza de Gendarmenmarkt, como parte del ciclo Cinema for Peace, donde Ai también fungiría como presidente del jurado. La pieza cubre las columnas de la Konzerthaus con cientos de los chalecos salvavidas color naranja usados por los refugiados que llegan a las costas europeas, en representación de los millones de migrantes en Europa. Ésta es sólo la última de sus piezas que tratan acerca del tema.
Desde la salida de su país, Ai lleva trabajando más de un mes en la isla de Lesbos, en Grecia, adonde arriban los refugiados que lograron salir de sus países. Toma fotografías y las sube a su cuenta de Instagram (@aiww), donde hace unas semanas causó gran polémica al posar replicando la fotografía de Aylan Kurdi, el pequeño niño sirio ahogado en el Mediterráneo, una imagen que impactó al mundo. La foto fue publicada en el Indian Today de febrero y ha provocado serias críticas contra el artista y a su ego, ante lo que señalan como la utilización de lo que ya es un símbolo de la lucha por la dignificación de los migrantes y refugiados en todo el mundo. Lo que pocos saben es que Ai patrocinó un gran estudio-taller en Lesbos, donde trabajan creadores de diversas nacionalidades y voluntarios de instituciones humanitarias no gubernamentales, para dar a conocer las realidades y magnitudes del problema desde esa pequeña isla a la que llegan a diario más de cinco mil personas huyendo de la guerra y la pobreza.
6. La arquitectura: Estudio de Caochangdi
La historia del arquitecto autodidacta Ai Weiwei comenzó en Nueva York cuando encontró un libro acerca del proyecto arquitectónico del filósofo Ludwig Wittgenstein para la casa de su hermana. Construida entre 1926 y 1928 en Viena y proyectada con el mínimo posible de elementos, colores y adornos, esa edificación intentaba una simetría extrema entre el interior y el exterior. “Al ver aquel precioso libro pensé: ‘¡Caramba, este tipo sí que sabe construir una casa para su hermana!’”, contó el artista chino a Obrist. En 1999, Ai alquiló un terreno al noreste de Pekín y, a partir de una serie de dibujos realizados en una tarde, construyó el estudio en sólo seis días: una estructura de ladrillos con el mínimo de elementos. “En aquel tiempo se construía mucho en China, y la mayor parte de los edificios eran muy comerciales y provenían de un mismo tipo de estudio de arquitectura. Así que muchas revistas dijeron: ‘Podemos construir de un modo distinto. Hay un tipo que construye solo, con pocos recursos y muy poco dinero’, y así se convirtió en un edificio muy publicitado en el país”, explicó entonces. Lo que pudo parecer un error, pero en realidad era algo insorteable, fue el hecho de alquilar el terreno, y es que “en China la gente no es propietaria del suelo, sólo de los edificios construidos, así que el gobierno puede reubicar gente cuando lo desee y construir lo que quiera”, explica Roxana Quirarte. Durante la noche del 11 de enero de 2011, el estudio fue destruido en su totalidad y ahora sólo quedan fotografías de él.
A causa del fenómeno en que se convirtió esa construcción, Ai obtuvo reconocimiento como arquitecto. Le llegaron solicitudes para proyectos dentro y fuera de China. “Poco a poco, algunos buenos arquitectos dijeron: ‘Nos gusta tu obra y, a juzgar por tu control y tu modo de mirar y tratar las cosas, creemos que eres un verdadero arquitecto’. Quedé sorprendido, porque nunca había pensado que la arquitectura era algo importante. Puede que sea una especie de poesía para mí”, dijo a Obrist.
Foto: tulanebasebeijing.com
Quizá su edificio más icónico sea el que realizó con la firma suiza Herzog & De Meuron, el Estadio Nacional de Pekín, conocido como el Nido de pájaro, para ser sede de los Juegos Olímpicos en 2008. Envuelto en una estructura formada por una trama de trabes de acero que se doblan y giran sobre su propio eje, la obra constituye una red exterior semejante a un nido. Durante el trabajo en esta monumental construcción, los colaboradores planeaban dejar a la ciudad no solamente un espacio para lucir, sino también para usar en comunidad: “Desearía que algún día se convirtiera en un lugar representativo de la sociedad civil, un lugar para la celebración ciudadana”. Esos deseos no se cumplieron. Hoy, según visitantes, el estadio es un elefante blanco.
En 2008, Ai y Herzog & De Meuron se reunieron otra vez para fundar Ordos, una ciudad con cien villas de mil metros cuadrados, construidas por cien arquitectos de 27 países diferentes: “No se trata sólo de un arquitecto construyendo una casa, sino de formar parte de un movimiento mucho más grande. Es sobre la comunicación, el intercambio de ideas, de conocimiento, de experiencias que son mucho más fuertes. No buscamos solamente crear arquitectura, sino crear un intercambio conceptual”, explicó el artista sobre el proyecto, donde participaron los mexicanos Tatiana Bilbao, Frida Escobedo, Rojkind Arquitectos, Taller Territorial, Javier Sánchez, frente Arquitectura, AT103 y Dellekamp Arquitectura.
7. El encierro: 81 días
Foto: Gao Yuan
Ai, encerrado en una pequeñísima celda, encandilado por la intensa luz de una sala de interrogatorio; vigilado mientras come, se baña, duerme o visita el inodoro. Ai soñando con intercambiar papeles con sus celadores, con chicas en fina ropa interior. Ai rapado y transformado en mujer al final de Dumbass, el video musical dirigido por Christopher Doyle que describe los 81 días que el artista pasó preso, desde su detención en el aeropuerto de Pekín el 3 de abril de 2011, por presunta evasión de impuestos, hasta su liberación el 22 de junio del mismo año.
Estos 81 días no fueron una obra de arte ni una acción política. Se trató de una detención ilegal que lo desapareció por más de dos meses, sin derecho a visitas. Su libertad se puede atribuir a sus admiradores alrededor del mundo, quienes se hicieron presentes mediante cartas en las que exigían su liberación e incluso donaron dinero para pagar su supuesta deuda con el fisco (supuesta, porque las empresas estaban a nombre de su esposa). En junio de 2012 le confiscaron el pasaporte debido a una nueva investigación en relación con los delitos de “pornografía, bigamia e intercambio ilegal de moneda extranjera”. Los procesos legales no siguieron su curso, por lo que sus documentos fueron devueltos finalmente. “Mi proyecto todavía no realizado sería desaparecer”, había dicho a Obrist en 2010. Las circunstancias políticas, como le sucedió al poeta Ai Qing, lo llevaron a realizarlo. m.
Libros
:: Ai Weiwei, conversaciones. Hans Ulrich Obrist, Gustavo Gili, Barcelona, 2014.
:: Ai Weiwei, Interlacing. Urs Stahel y Daniel Janser (eds.). Wegelin & Co. Private Bankers y George Foundation, Alemania, 2012.
:: Ai Weiwei, Evidence. Prestel & Berliner Festspiele, Alemania, 2014.
:: Ai Weiwei: New York 1983-1993. Distanz, Estados Unidos, 2011.
:: The Political Space of Art: The Dardenne Brothers, Ai Weiwei, Burial and Arundhati Roy. Benoît Dillet y Tara Puri. (El libro saldrá en mayo a la venta por Amazon, pero ya se puede adquirir la edición electrónica).
En internet
:: Sitio oficial.
:: En Twitter e Instagram: @aiww
:: Aunque su mítico blog ya no existe, se publicó un libro-antología: Ai Weiwei’s Blog: Writings, Interviews, and Digital Rants, 2006-2009. MIT Press, Estados Unidos, 2011.
:: Documental Ai Weiwei: Never Sorry, dirigido por Alison Klayman en 2012.
* Un agradecimiento especial a Alcides Mayo, quien facilitó la bibliografía para la realización de este reportaje.