El agua y nuestra responsabilidad
Luis Arriaga Valenzuela SJ – Edición 481
En relación con el agua y el saneamiento, cumplir con el objetivo de abatir la inequidad, que hoy excluye a 2 mil 100 millones de personas del acceso a este derecho, no se logrará únicamente con la construcción de infraestructura, sino que es necesaria una gestión basada en la reducción del consumo de agua y en el cuidado de las fuentes
El agua es indispensable para la subsistencia del planeta. No sólo como sostén de la vida humana, sino como base de una multiplicidad de procesos orgánicos y físicos que dan forma a nuestro mundo.
Desde un punto de vista antropocéntrico, se ha destacado la importancia del agua como soporte de otros procesos orientados al bienestar humano. Por ejemplo, desde el llamado enfoque del “Nexo” se considera que el agua es soporte de la seguridad energética y de la seguridad alimentaria.1 Sin embargo, los enfoques antropocéntricos suelen olvidar que la actividad antrópica ha sido, justamente, el factor preponderante de la degradación ambiental y del incremento de los riesgos asociados al cambio climático; situaciones ambas que redundan en la escasez del recurso.
Vale la pena ampliar la mirada. Si entendemos que el bienestar de la humanidad, sin exclusiones, depende fuertemente de la salud de los procesos planetarios, es posible comprender que no puede darse una situación en detrimento de la otra: las relaciones entre la especie humana y la naturaleza no deben entenderse en lógica de oposición, sino como una vinculación necesaria y potencialmente armónica. Es necesario considerar enfoques alternos que podrían contribuir a generar relaciones con otra impronta: la sustentabilidad, el cuidado del ambiente, la consideración de las aguas y de los ríos como seres vivos.2
El enfoque de derechos humanos puede ser útil en este camino. Desde su reconocimiento, en 2010, por la Asamblea General y por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, el derecho humano al agua y al saneamiento forma parte de las normas internacionales en esta materia, que incluyen su protección conforme a los criterios de disponibilidad, calidad, aceptabilidad, accesibilidad y asequibilidad. Este reconocimiento puso fin a un debate largo y constituyó un paso indispensable para legitimar la meta de garantizar el acceso universal al agua potable y al saneamiento.
Junto a otros derechos sociales, la intención no es abrir la puerta a la explotación de los bienes comunes con el pretexto del bienestar de la humanidad, sino, por el contrario, ofrecer un marco jurídico que proteja el agua de la lógica de mercado y que promueva la prestación de servicios sin discriminación y en favor de las personas más pobres. Se trata de una exigencia urgente y necesaria ante la magnitud de las desigualdades y de la inequidad en el disfrute de una vida digna.
Hacer del agua un derecho humano de ninguna manera implica anular nuestra responsabilidad en el cuidado del planeta; tampoco otorga una primacía sobre las demás especies. En su informe “Situación de los derechos humanos de los pueblos indígenas y tribales de la Panamazonía”, de 2019, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en un intento por aproximarse a la episteme de los pueblos referidos, reconoce la importancia del enfoque intergeneracional arraigado en su comprensión del mundo. Éste concede gran relevancia a los ancestros y descendientes, debido a que existe cohesión social entre las generaciones que se expresa como un fuerte compromiso de transmitir toda la sabiduría acerca del cuidado del territorio y de la naturaleza. De esta manera, quienes vivimos hoy y quienes vivirán en el futuro podremos disfrutar los bienes comunes protegidos por los antepasados. Tal punto de vista podría dinamizar nuestras prácticas en relación con el agua y con todos los bienes que compartimos.
Asumir con todas sus implicaciones este paradigma es impostergable. Retomo a continuación las cifras ofrecidas por el World Resources Institute relacionadas con el incremento del consumo de agua en los últimos 50 años: la demanda se ha duplicado desde 1960, debido al crecimiento de la población y de la economía.3 Durante el periodo 1960-2014, el empleo de este bien en el sector doméstico creció 600 por ciento, aunque la mayor extracción de agua se da en los sectores agrícola y ganadero (70 por ciento) e industrial (19 por ciento), donde se emplea para la generación de electricidad, así como para la producción de combustibles y bienes donde el uso de este recurso es intensivo, como es el caso de la fabricación de textiles y automóviles.
Las consecuencias son claras: 2 mil 100 millones de personas en el mundo carecen hoy de acceso a agua potable. Sin pretender ser alarmista, una conclusión salta a la vista: de seguir con este ritmo de consumo de agua vinculado al crecimiento poblacional, a la expansión de las ciudades y al crecimiento económico, en algún momento se hará inviable, de manera irreversible, la vida en el planeta.
Estas posibilidades, que están a la vista, no son peligros externos: son consecuencias, intencionadas o no, de nuestras acciones. La contracara de esta realidad es que no estamos ante un destino fatal, sino ante esquemas que pueden ser transformados mediante acciones individuales y, sobre todo, por medio de procesos organizados que requieren un fuerte componente de participación social, a la par de compromisos institucionales.
En relación con el agua y el saneamiento, cumplir con el objetivo de abatir la inequidad que hoy excluye a 2 mil 100 millones de personas del acceso a este derecho no se logrará únicamente con la construcción de infraestructura, sino, sobre todo, mediante una gestión basada en la reducción del consumo de agua y en el cuidado de las fuentes. Para conseguirlo se requieren transformaciones profundas y urgentes, entre ellas las que implican procesos que hacen uso intensivo del agua, así como el cuestionamiento de los modelos de producción agrícola y ganadera que responden a modos de vida inducidos que promueven el consumo excesivo de energía y alimentos.
A través de sus redes sociales, el 22 de marzo de 2021, en el marco del Día Mundial del Agua, el Papa Francisco llamó la atención sobre la especial responsabilidad que tenemos frente a este desafío: “Para los creyentes, la ‘hermana agua’ no es una mercancía: es un símbolo universal y una fuente de vida y salud. ¡Muchos hermanos y hermanas tienen acceso a poca agua y quizá contaminada! Es necesario garantizar el agua potable y el saneamiento para todos”.
Es desde esta perspectiva —que reconoce en el agua una peculiar subjetividad y no mera objetividad disponible, que la defiende de la primacía mercantil y que pone por delante la situación de las más y los más marginados— que tenemos que avanzar para defender el derecho humano al agua con la hondura que este delicado momento demanda. .
Notas al pie
1. H. Bellfield, Water, Energy and Food Security Nexus in Latin America and the Caribbean. Trade-offs, Strategic Priorities and Entry Points, Global Canopy Programme, 2015.
2. L. Estupiñán, C. Storini, R. Martínez, F. de Carbalho, La naturaleza como sujeto de derechos en el constitucionalismo democrático, Universidad Libre, Bogotá, 2019.
3. B. Otto y L. Schleifer, “Domestic Water Use Grew 600% Over the Past 50 Years”, World Resources Institute, 10 de febrero de 2020: wri.org/blog/2020/02/growth-domestic-water-use