¡Aficionados que viven la intensidad de… ¿la lectura?
Carol Johnson – Edición 464
En este país, leer cuesta no sólo dinero sino también amigos, trabajos y un esfuerzo intelectual que tratan de sabotear a toda costa. Porque la lectura no es la salvación, pero ayuda contra la indiferencia.
El primer asomo consciente a la lectura suele ser fortuito, fugaz e intenso. Un momento inesperado que solemos evocar entre café y pláticas sin tiempo. Todos tenemos una historia que contar, un pasado que visitar y desempolvar. Somos un ramillete de buenas y malas experiencias, que nos hacen ser lectores o no lectores.
La afición por la lectura es un proceso, un camino lleno de incertidumbre y desconfianza en uno mismo. Es el impulso de un deseo oculto, una estrategia para pertenecer o ser bien visto en algunos ámbitos, una salida de escape a la soledad o una rendija de luz en medio del desasosiego. La lectura, como el futbol o la melomanía, se entreteje siempre de un cúmulo de experiencias conscientes e inconscientes.
El arte de la lectura está en lo sutil. Las negociaciones inconscientes para pensar sobre lo que pensamos, los libros abandonados porque no lograron despertar nuestro interés, la tenacidad que implica la comprensión de ciertos autores. El permiso de aborrecer algunos géneros y leer hasta el hartazgo otros. La complicidad entre lectores y la ridícula idea de que leer es sencillo; de que no duele, de que todo es gozo, felicidad y magia. Esa línea grisácea que pocos cruzan por miedo a que los piensen menos lectores. Seamos honestos: en este país, leer cuesta no sólo dinero sino también amigos, trabajos y un esfuerzo intelectual que tratan de sabotear a toda costa. Porque la lectura no es la salvación, pero ayuda contra la indiferencia.
Y la tendencia es a mantenernos indiferentes, anestesiados, sin opiniones propias y con información suficiente para opinar, pero no para argumentar. Leer nos moviliza, nos saca de nosotros mismos y nos permite alcanzar otros grados de atención, otras formas de silencio y comunicación. Como escribió Heinrich Böll: “Cuando leer comienza a ser algo más que un proceso técnico o el mero estudio mecánico, se torna peligroso. Leer hace pensar, lo vuelve a uno libre y rebelde…”.
Nunca es tarde para acercarse a la lectura, van algunas recomendaciones:
Libros, revistas, papeles, palabras
No es necesario tener una gran biblioteca, con dos o tres libros propios es posible ir construyendo una relación de afecto en torno al libro. En los primeros años es deseable que los libros compartan lugar con los juguetes, que sean un elemento más del juego libre, que se lean y repitan tantas veces como sea necesario y se muerdan o avienten según las necesidades del pequeño lector. Existe una enorme oferta de libros de cartón, plástico y tela, para las primeras etapas. Las revistas, los folletos y otros materiales de lectura también permiten experimentar y compartir significado con un interlocutor dispuesto a interpretar y hacer uso de nuevas palabras.
Ver leer
A veces, la mejor recomendación para formarse en la lectura no tiene nada que ver con un título o una lectura en específico. En más ocasiones de las que creemos, la lectura se cuela en nuestras vidas por imitación. Observando a esos lectores que son cercanos, poniendo atención en sus gustos y manías, descifrando el título del libro que llevan bajo el brazo o intentando adivinar qué encuentran tan interesante que los mantiene absortos en la lectura. Como ejercicio de ocio, piense usted en las veces que se ha contorsionado en el camión, el café o la biblioteca para intentar espiar las lecturas de personas desconocidas, que leen con tal ferocidad que despiertan nuestro interés.
La voz
La lectura en voz alta es una actividad íntima que permite estrechar lazos y construir puentes hacia la lectura. No es en vano la recomendación a los padres del “cuento antes de dormir”, ese momento íntimo que permite cerrar el día y compartir dando voz a las historias. A menudo, la lectura en voz alta desaparece cuando llega la lectura en silencio, el intercambio cesa y parece que leer tiene que ser un asunto más acartonado y distante. Pero leer para otros y que te lean es una práctica que no tiene edad. Durante siglos fue motivo de tertulias y fiestas. Lo que es indispensable es que el lector sepa leer, que no sea sólo alguien que entienda el código escrito. Para leer en voz alta hay que comprender la lectura, administrar las emociones, modular el ritmo y el tono y entablar cierta complicidad con los que escuchan.
Las recomendaciones
La mejor persona para recomendarte un libro es aquella que ¡te conoce! No necesariamente tiene que ser alguien que sabe todo de ti, pero sí alguien capaz de hacer las preguntas correctas para saber qué te gusta, qué te emociona y por dónde pueden ir tus intereses de lectura. Entre adolescentes esta práctica funciona de maravilla, es entre amigos donde pueden encontrar lecturas hasta para los más renuentes lectores. Además, hay que estar atentos, hay libros que no necesitan interlocutores, esos que se recomiendan solos, los vemos y no podemos explicar por qué nos parece que deben ser leídos.
La libertad
La escritora brasileña Ana María Machado dice que “el encuentro entre un lector y un texto merece ser respetado. Es un momento íntimo y privilegiado”. Nada sacude más las ganas de leer que la restricción, las actividades forzadas, la lectura como pretexto y chaleco de fuerza. Leer es un acto que nos permite conocernos mejor, nos ayuda a ser más libres y conscientes. Pero eso sólo sucede cuando la lectura se suelta, cuando no se evalúa con cronómetro en mano, cuando no se cuestiona y critica: ¿y si se quedan dormidos mientras leen? ¿Si no entienden lo que yo quería que entendieran? ¿Si no les gusta?…