Cinco Londres
Más allá de las imágenes preestablecidas sobre Londres —sede los Juegos Olímpicos de 2012—, un acercamiento a los grupos migrantes que viven en ella nos ofrece una mirada distinta. Estas fotografías de Elizabeth Dalziel, acompañadas por el texto de D’Arcy Doran, reflejan la diversidad cultural que caracteriza a esta gran ciudad y la complejidad de la vida global a inicios del siglo XXI.
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“¡No lloren!”, dice Wang Rei en mandarín a sus amigos al presionar el botón para grabar. “Papá, estoy en Londres con mis amigos”, le dice su amigo Mao Weiqing a la cámara; su voz reverbera con el efecto de eco del micrófono del karaoke. Este micrófono pasa alrededor de la mesa y cada uno de los diez amigos les desea a sus padres un feliz Año del Dragón. Varados en Londres la noche del Año Nuevo chino, decidieron por la tarde acortar la distancia con un video. El Año Nuevo Lunar es el momento de la mayor migración humana en el mundo, cuando cientos de millones de chinos recorren enormes distancias para estar con sus familias. Para muchos de ellos, es el único día del año en el que pueden verlas. Pero Wang, estudiante de posgrado de la Universidad Middlesex en Londres, no puede viajar a Ordos, en Mongolia interior. Graban y cantan en el karaoke de Local Friends, un restaurante hunan en el noroeste de Londres. El aviso de que no lloren viene después de que Wang ha derramado algunas lágrimas. La añoranza de los amigos se refleja en las canciones que eligen. Una, descrita como “la canción para las madres”, hace llorar a casi todos los que están a la mesa. Mao ríe con timidez después de algunas canciones, cuando “la canción para los padres” sale en la lista de reproducción y los ojos se humedecen otra vez. Las botellas de cerveza Tsingdao se acumulan en la mesa y, en mandarín, piden más al mesero. Hablan de sus hermanos que estudian en Miami, Stanford y Toronto. Uno tiene un hermano soldado en el Tíbet. En China, tener un hermano o una hermana, como estudiar en el extranjero, es signo de privilegio. Gran Bretaña es una de las principales opciones para que los estudiantes de clase media estudien en el extranjero, pero para la mayoría, Londres es sólo una parada, no un destino. Tina Zhao, estudiante de la London School of Economics que está celebrando en el Local Friends con un grupo de amigos de la iglesia china, dice que lleva aquí tres años, pero que regresará a su casa después de graduarse. “Allá hay muchas oportunidades”, dice. “Es un país más grande y mi familia está ahí. Tengo la responsabilidad de cuidarlos”. Mientras tanto, uno de los amigos de Wang Rui, que parece una estrella pop de Taiwán con su abultado abrigo negro, canta suavemente “My Chinese Heart”.
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“En 800 años, éste ha sido el primer templo de su tipo fuera de la India”, dice Yogesh Patel, de 56 años, al describir el Shri Swaminarayan Mandir, el enorme templo que se levanta tres kilómetros al oeste del estadio de Wembley. “Los últimos estuvieron en Camboya, en Angkor Wat. Originalmente eran templos hindúes y posteriormente los convirtieron en templos budistas”. Ahora camina con bastón, pero Patel fue parte del ejército de cientos de voluntarios que pulieron y transportaron bloques de mármol italianos y piedra caliza de Bulgaria para armar el gigantesco rompecabezas en tercera dimensión que se convertiría en el templo. Las piezas viajaron desde las canteras hasta la India, donde artesanos, basándose en el Shilpa Shastra, “El libro de piedra”, les dieron forma de dioses vivientes y las enviaron al noroeste de Londres. La comunidad hindú construyó durante tres años el templo, financiado en su totalidad con donaciones, después de soñar con él por décadas. Desde que lo terminaron, en 1995, ha inspirado la construcción de una nueva generación de templos tradicionales en Atlanta, Chicago, Malibú y Toronto. Sin embargo, dice Patel, estas ciudades no pudieron reunir el mismo ejército de voluntarios. “Se tratara de médicos, abogados, contadores, enfermeras o amas de casa una vez que pasaban las puertas del templo dejaban de ser esas personas y se convertían en voluntarios. No importa qué trabajo se les asignara —limpiar, pulir, cavar, cargar, mezclar—, todos lo hacían”. Anju Chag, de 63 años, iba al templo el viernes por la tarde a pulir piedras durante todo el fin de semana, después de haber terminado su semana como cajera de Boots, en la Calle Fleet. Entre semana tomaba su almuerzo admirando la cercana Catedral de San Pablo y los Reales Tribunales de Justicia y se imaginaba que lo que estaban construyendo sería así de grandioso. Vuelven a contar sus historias mientras miles se reúnen alrededor de la fogata Holi Dakan para dar la bienvenida a la primavera en la escuela hindú que está enfrente del templo. El siguiente gran festival será el Aniversario Real, dice Patel. Quizás el templo no parezca un lugar obvio para brindar por la reina, dice, pero la comunidad siempre trata de retribuir en agradecimiento. Patel, Chag y muchos de los voluntarios nacieron en África Oriental y, a principios de la década de 1970, cuando Idi Amin expulsó de Uganda a decenas de miles de sudasiáticos, éstos reconstruyeron su vida en Londres. “Londres nos ha recibido con los brazos abiertos y nos ha dado mucho: libertad de culto, libertad de expresión”, dice. “Esto habla por sí mismo y es algo por lo que a fin de cuentas estamos agradecidos”.
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“Después de los bombazos en Londres, la gente empezó a preguntar: ‘¿Eres musulmán británico?’”, dice Sarah Elenany, de 27 años. La respuesta era complicada, dice, no porque la gente se identificara con los cuatro terroristas nacidos en Gran Bretaña que estuvieron detrás de los ataques del 7 de julio de 2005, sino porque se oponían a la participación de Gran Bretaña en la guerra de Irak. Los líderes de la comunidad musulmana respondieron retirándose de la sociedad, dice Elenany. “Tenemos malos liderazgos”, dice esta diseñadora de modas. “Por eso ahora tenemos revoluciones”. Quedarse callada no es su estilo. Ella diseña ropa de calle para las mujeres hijabi para su marca Elenany; creó el nuevo uniforme scout para las niñas musulmanas y está en pláticas para diseñar una línea de ropa deportiva para caballero para un fabricante de motocicletas. No tiene ninguna duda acerca de su condición de musulmana británica. El programa de televisión infantil Blue Peter le enseñó a hacer cosas y sus referencias van de South Park a El Señor de los Anillos. A una llamativa prenda de su más reciente colección la llamó “el vestido Jedi”. “Ser musulmán respetuoso no significa ser soso”, dice. Elenany decidió usar el hijab cuando tenía 15 años, la edad en que la mayoría de los jóvenes se preguntan si fumar los hará verse “en la onda”. No fueron ni su padre egipcio ni su madre palestina los que la influyeron, sino el grupo de amigas de una prima que usaban hijabs y eran cariñosas y auténticas. “Ése era el tipo de amigas que vale la pena tener”, decidió. Cuando sus maestros de la Universidad de Southbank la animaron a emprender un negocio después de graduarse, decidió crear una alternativa de moda para las jóvenes musulmanas. Al principio le molestaban los que opinaban que estaba diseñando para quienes no eran musulmanas. Pero cuando empezaron a llegar los pedidos, se dio cuenta de que había un equilibrio entre sus clientes musulmanes y no musulmanes. Lo aceptó y ahora su lema es “Elenany para todos”. “La manera en que diseño es producto de mi vida. Todo se basa en la intuición. El diseño es un sentimiento; es lo que sale a la luz. Vivo en Londres, así que es una parte enorme de lo que hago”.
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Es el día de las elecciones en Rusia, y en la entrada lateral de la embajada rusa en Londres los guardias revisan los pasaportes y las cédulas de identidad conforme la comunidad rusa entra a votar. Alexey Danilov, de 32 años, dice que nunca había sentido la necesidad de votar, pero que la expectativa de un resultado fraudulento que enfilara a Vladimir Putin a un tercer periodo como presidente lo obligaba a hacerlo. “Si van a robar votos, más vale hacerlo [votar] para que tengan que robar más”, dice Irina Ioannesyan, de 43 años, después de dejar su boleta en la urna. En la esquina, en un desafío aún más abierto, una joven rusa toma un megáfono, rodeada por manifestantes que sostienen carteles contra Putin dirigidos hacia la embajada, del otro lado de la calle. Ioannesyan cuenta que se mudó a Londres hace siete años porque le preocupaban la seguridad y el ambiente moral en el que crecía su hijo en Moscú. Ahí, como niño pequeño, ya había empezado a juzgar a la gente por sus autos deportivos. Ahora, con 14 años y en Londres, no puede creer que alguien pague 200 libras esterlinas por unas botas, dice. Antes de Londres, la familia intentó mudarse a San Francisco, pero Ioannesyan dice que no pudo adaptarse. “Cuando iba a la casa de la gente, siempre me daba frío. Después me di cuenta de por qué: la gente no tenía libros en su casa. Allá no leen como aquí”. “Londres se ha hecho más rusa desde que llegó”, dice afuera de la embajada, en Kensington Palace Gardens, una calle conocida como Billionaires Row —la Calle de los Multimillonarios—, un ruso no identificado que pagó hace un año 140 millones de libras esterlinas por una casa. En adquisiciones más públicas, Roman Abramovich compró el club de futbol Chelsea, Alexander Lebedev acaparó los diarios The Independent y The Evening Standard, y Alexander Mamut rescató la librería Waterstones. “La desilusión por la reelección de Putin atraerá a algunos de los rusos más brillantes a lo que se conoce como ‘Moscú en el Támesis’”, predice. “Para nosotros, Londres es la capital del mundo”.
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El sol entra a raudales por la nave a través del aire lleno de incienso, conforme la congregación ingresa descalza, vestidos todos de blanco. Todo comienza solemnemente, cuando los ancianos suben al altar y las mujeres desfilan por la izquierda y los jóvenes por la derecha. El ambiente se transforma cuando el coro, que lleva estolas moradas, enciende de entusiasmo el área de “la barricada” al frente. Los tambores, guitarras, saxofones altos y tenores, y una calabaza cubierta de cuentas llamada shekere, inician un highlife groove, que mezcla sonidos de gospel, de jazz y de las grandes bandas. Durante 111 años, esta iglesia de estilo gótico francés ubicada en Glengall Road, en Peckham, fue la iglesia de San Andrés. Sin embargo, el número cada vez más reducido de fieles obligó a la Iglesia anglicana a cerrar la parroquia en 1977. La Iglesia Celestial de Cristo, una iglesia pentecostal con sede en Lagos, Nigeria, empezó a alquilar la edificación poco tiempo después y terminó por comprarla hace dos años. En primer plano, cantando armonías en yoruba a voz en cuello, está Adedoyin Adeleye Mathew, de 43 años. Hace siete años, la Iglesia la ayudó a huir de Nigeria y de un esposo muy tradicional que, según dice, quería que tanto ella como su hija se hicieran la circuncisión femenina. Llegó a Londres hace siete años y su más grande impresión fue el clima frío. “A veces sólo me quedaba acurrucada junto al radiador. Pero ahora ya estoy acostumbrada”, dice, señalando sus pies descalzos una mañana de febrero. “No hay otro lugar en donde preferiría vivir”, dice, y asegura que en la Iglesia, su segundo hogar, se siente exactamente como en Lagos. Olatunde Akande, uno de los líderes, dice que la diversidad de Londres facilita la adaptación. “No diría que vivo una doble vida. Reacciono ante el entorno. Cuando estoy en el trabajo, lo hago como lo haría un inglés”, dice Akande, quien trabaja como gerente en una tienda Tesco. “Pero en la Iglesia soy nigeriano”.
Traducción: Luis López Rodríguez