Seis mil millones de veces el fin del mundo
Agustín Goenaga – Edición 431
La tragedia ya no es el fin de la civilización, sino los cataclismos íntimos de los pobladores de mundos hostiles, que no les permiten ser verdaderamente humanos.
Si Fredric Jameson decía que el arte posmoderno era el reflejo del capitalismo tardío, para mí las historias de los sobrevivientes del fin del mundo son el sello de nuestro individualismo en peligro de extinción.
La literatura postapocalíptica tiene un abolengo rancio, aunque no tanto. Habrá, quizás, ejemplos anteriores, pero es sólo en el siglo XIX cuando comienzan a proliferar historias sobre la vida después del Gran Cataclismo. En las novelas y cuentos de Mary Shelley (The Last Man) y Richard Jefferies (After London), o en la andanada de narraciones de H. G. Wells. La tragedia radica en que la humanidad termine antes de que nuestros esfuerzos civilizatorios lleguen a su destino. En aquellas historias, los sobrevivientes miran hacia atrás con añoranza, se refieren a la antigua civilización humana —es decir, a nosotros— como se hablaría de antiguos dioses cuyo tiempo ha pasado.
Sin embargo, ahora que sabemos que el progreso conduce a las puertas mismas del Apocalipsis bélico y ecológico y, en respuesta, hemos erigido nuestra moral en un respeto incontestable al individuo, la literatura postapocalíptica cobra nueva trascendencia. Si en los autores decimonónicos el fin del mundo llegaba como una muerte multiplicada por mil millones, en la literatura de hoy llega al revés, en la forma de seis mil millones de muertes experimentadas, una por una. La tragedia ya no es el fin de la civilización —¿a quién le importa, en serio, el fin de Microsoft o de la OTAN?— sino los cataclismos íntimos de los pobladores de mundos hostiles, que no les permiten ser verdaderamente humanos: la descripción del dolor en su singular e intransferible riqueza, el testimonio de quien siente nacer al zombie conforme el alma —en su individualidad fragilísima— se desgaja. m
El aturdimiento
Joël Egloff
(Lengua de Trapo)
Egloff rompe con los parámetros de la literatura postapocalíptica: no hay gran aventura, no hay lucha por la supervivencia, no hay trayecto ni batalla, sólo hay una rutina anodina, maloliente, en un paisaje consumido por los desechos y la basura. El protagonista trabaja en un rastro, cuida a su abuela, vive cerca de un aeropuerto y, entre descripciones de un mundo que parece surgir de un infinito cinturón industrial, hace gala de esa lucidez implacable que engendran el cinismo y la resignación. El primer capítulo está disponible en el blog del periódico español El Mundo.
El cuento de la criada; Oryx y Crake; El año del diluvio
Margaret Atwood
(Ediciones B / Zeta)
El cuento de la criada es, sin duda, uno de los mejores libros de Atwood. Se trata de una sociedad distópica en lo que alguna vez fuera Estados Unidos, ahora asolado por la infertilidad y reconstruido sobre un puritanismo sexista y opresivo que hace quedar a los talibanes como bon-vivants libertinos. Oryx y Crake y El año del diluvio son las dos primeras entregas de la trilogía MaddAddam, probablemente el proyecto más ambicioso de la literatura postapocalíptica de altos vuelos. En El año del diluvio aparecen 14 himnos devocionales de la nueva religión que ha surgido a partir de la erradicación de la raza humana. Estos himnos se pueden adquirir en la página web oficial del libro.
Una breve historia de los que ya no están
Kevin Brockmeier
(Emecé)
La novela de Brockmeier es una narración ágil y sin pretensiones que transcurre en dos mundos: uno despoblado a consecuencia de un virus terrorista que se ha diseminado en la fórmula de Coca-Cola y —como era de esperarse— ha terminado con la raza humana. Laura Byrd, miembro de una expedición de científicos en la Antártida, parece ser la única sobreviviente. La otra parte de la historia ocurre en un limbo donde los muertos esperan para pasar a la siguiente etapa. Es una ciudad como cualquier otra, salvo que los pobladores llegan y desaparecen de improviso. El primer capítulo —quizá el mejor de la novela— fue publicado (en inglés) en septiembre de 2003 en The New Yorker.
La carretera / Hijos de los hombres
Cormac McCarthy / P. D. James
(Mondadori) / (Zeta)
En ambas novelas, la tensión se construye sobre las consideraciones morales de los personajes más que sobre sus odiseas. Es esa indagación moral en medio del vívido realismo de la atmósfera lo que las hace estremecedoras, algo que Slavoj Žižek ha encomiado sobre la versión cinematográfica de Hijos de los hombres, pero que ya estaba presente en la novela. Asimismo, en La carretera, el estallido que da origen a la historia no produce zombies ni criaturas mutantes con las que pueda desarrollarse el tema de la civilización contra la barbarie —como un remake de Conrad o Kipling o Bernal Díaz del Castillo—, sino que la lucha por la supervivencia se libra entre hermanos, entre pares. No en vano, McCarthy es el reinventor del western en la literatura contemporánea.
The Walking Dead
Robert Kirkman y Tony Moore
(Image Comics)
Originalmente una colección de cómics más o menos dentro de la ortodoxia del subgénero de zombies, The Walking Dead ha dado origen a una exitosa serie de televisión y a un ramillete de productos culturales. Me ha llamado la atención, sobre todo, el videojuego lanzado para smartphones y tablets. No se trata de destreza digital ni de estrategia, sino de tomar decisiones morales y observar cómo influyen en el desarrollo de la trama. Al final, la experiencia es más cercana a leer una entrega del cómic o ver un capítulo de la serie que a jugar un videojuego; es, en pocas palabras, otra vuelta de tuerca en el desarrollo de nuevas plataformas para contar historias. Es posible ver avances de los episodios y comprar el juego en línea.
Para leer
:: Field Guide to the Apocalypse: Movie Survival Skills for the End of the World, de Meghann Marco. Entre otras cosas provee consejos para detener una invasión alienígena, salvar al mundo y realizar un ataque masivo y coordinado de animales.
Para ver
:: Apocalipsis ahorita (en 8 minutos).
:: ¿Los mayas sabían algo que nosotros ignoramos? O “El fin del mundo puede ser aburrido”.