Un simple mortal que busca tomar una decisión informada utilizando la ciencia como herramienta, lo tiene muy difícil. Pero, ¿qué razón más básica de ser tiene la ciencia, si no ayudarnos a ser racionales?
Es más probable encontrar un diamante en un pesero que a cualquier fulano leyendo una revista científica en el mismo lugar. La rareza del evento no se explica porque la ciencia sea interesante sólo para ciertos especímenes humanos, sino porque su libre y fácil acceso está colmado de obstáculos. Y una consecuencia de esto ha sido que la comunicación imprecisa de la ciencia provoca deshonrosos resultados y, en ocasiones, graves consecuencias.
Tomemos, por ejemplo, la aseveración que se hizo famosa a final de los años noventa: “Se demostró que existe una relación entre las vacunas y el autismo”. Hoy se sabe que el experimento en el que se basaba la interpretación tuvo un mal diseño y, aunque el artículo fue posteriormente retirado y su autor se retractó, su publicación no dejó de impactar directamente en la decisión de muchos padres de no vacunar a sus hijos, lo que trajo graves consecuencias para la salud pública mundial. Es fácil caer en la crítica a los padres que no vacunaron; sin embargo, lo cierto es que una persona que quiera tomar una decisión con base en información científica deberá enfrentar varias dificultades.
Primero, desentrañar los detalles de la ciencia es prohibitivamente caro, no sólo para los simples mortales, sino incluso para los mismos científicos. Las revistas científicas siguen siendo (como lo han sido desde el siglo XVII) el principal medio para diseminar el último grito del conocimiento entre la comunidad; tener fácil acceso a la información de primera mano es vital y el costo para lograrlo es alto. Por ejemplo, para tener una amplia perspectiva del estado de la cuestión que se investiga, no sólo basta con acceder a una revista, sino que hace falta revisar decenas de artículos provenientes de diversas ediciones (la suscripción a un journal científico va desde los mil 500 hasta los 16 mil pesos y, en caso de que no se tenga la suscripción, descargar un solo artículo cuesta en promedio 700 pesos). Por esto, es costumbre que un científico activo pida a colegas de otras instituciones compartir papers o, cada vez más a menudo, que use la plataforma Sci-Hub (una especie de Pirate Bay de la ciencia) para descargar ilegalmenteestos artículos.
Al costo hay que sumar las barreras del lenguaje, pues cualquier avance importante se publica principalmente en inglés. Además, las jergas académica y científica suelen representar un reto para interpretarla, pues se destina a un público muy selecto, que ha sido especialmente entrenado para entenderla y replicarla. Finalmente, en muchas ocasiones los artículos concluyen con datos estadísticos que no son suficientes para tomar una decisión, por lo que se necesita leer más y continuar el ciclo, mientras que otras veces, los papers sólo enseñan tendencias y utilizan modelos controlados (por ejemplo, ratones o moscas) para poder estudiar sistemas y entender resultados, y claro está que un modelo de un ratón dista mucho del de un humano. Muchos no se atreven a hacer conclusiones con esta información.
Un simple mortal que busca tomar una decisión informada utilizando la ciencia como herramienta, lo tiene muy difícil. Pero, ¿qué razón más básica de ser tiene la ciencia, si no ayudarnos a ser racionales? Somos vulnerables al no poder debatir aseveraciones como la del autismo cuando las referencias clave de las que proviene la mala interpretación están lejos de nuestro alcance. Los medios masivos o las redes sociales usan recursos emocionales para atraer la atención del lector y cumplir sus propios objetivos, y fácilmente caemos víctimas del sensacionalismo. Enseñar a los jóvenes y a los adultos a distinguir la verdadera ciencia de la pseudociencia, y promover de forma activa las herramientas de fácil acceso, los medios claros y concisos que puedan ayudar a las personas a tomar decisiones racionales, es crucial para la evolución hacia una ciencia más democrática. m.