Entre la magia y la fe
Hugo Hernández – Edición 455
El ritual permite la comunión con la sociedad y tiende un puente con el origen, con la esencia. Deliberada o accidentalmente, el cine confirma a menudo estas premisas. Los guionistas saben que los arquetipos dan solidez y riqueza a los personajes que construyen
Para Mircea Eliade y Joseph Campbell, el ritual es un medio: para dar sentido, para alcanzar la trascendencia, para refrendar el nexo entre el ser humano actual y concreto con el arquetipo. El rito remite al mito y así la fugaz individualidad se inserta en la colectividad, cobra vigencia “la lección de la unidad esencial del individuo y el grupo”, como señala Campbell o, como anota Eliade: “obtiene sentido, realidad […] en la medida en que renueva una acción primordial”. El ritual, así, permite la comunión con la sociedad y tiende un puente con el origen, con la esencia.
Deliberada o accidentalmente, el cine confirma a menudo estas premisas. Los guionistas saben que los arquetipos dan solidez y riqueza a los personajes que construyen, y la aventura del héroe —esa que tan bien siguió George Lucas en su Guerra de las galaxias— ofrece directrices a las historias que conciben. Los realizadores exploran las diferentes aristas de lo humano a partir de las repeticiones que resultan significativas, de las prácticas que le dan sentido a la comunidad en la cotidianidad. El ciclo se concluye con la visita a la sala oscura: la asistencia bien puede considerarse como la práctica de un ritual, “un ritual maravilloso” que no tiene la televisión, como afirma Eugenio Derbez, alguien que sabe algo de cine y mucho de televisión.
El ritual convoca a la magia, se diría que es un acto de fe. Seguir una serie de pasos y asignarles consciente o inconscientemente un sentido, un propósito, es algo que comparten realizadores y espectadores, creyentes y ¿no creyentes?
Nostalgia (Nostalghia), de Andrei Tarkovski, 1983
El poeta ruso Andrei Gorchakov viaja a Italia siguiendo las huellas de un compositor que vivió en el siglo xviii. Por allá es invadido por la nostalgia y conoce a un anciano atormentado por el malestar del hombre moderno. Aquél, poco antes de morir, habla de un ritual que es necesario realizar para salvar a la humanidad: cruzar una pileta de un lado a otro con una vela encendida. El largo plano que da cuenta de este acto aparentemente absurdo es angustiante e hipnótico, es un significativo acto de fe. Así hablaba Tarkovski, cuya obra hace que den ganas de creer.
Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut), de Stanley Kubrick, 1999
Después de la revelación de su esposa sobre el deseo que ella sintió por un militar, el Dr. Harford se involucra en experiencias riesgosas (una de ellas es un ritual sexual). Vive entonces una aventura que pone en peligro su vida; de ella regresa con una lección que también refrenda su mujer: ambos descubren y abrazan la pertinencia del matrimonio para (im)poner orden a un mundo de caóticas pulsiones. El obsesivo Kubrick exhibe en esta cinta, su testamento, el ritual matrimonial como un freno conveniente, como un acuerdo de seguridad en la pareja y entre ésta y la sociedad.
Los idiotas (Idioterne), de Lars von Trier, 1998
Un grupo de jóvenes se reúne con el propósito de romper deliberadamente con el orden establecido. Llevan a cabo algo que podría considerarse como representaciones teatrales, en diferentes escenarios reales, en los que actúan como idiotas. Con ánimo provocador, Von Trier va a contracorriente del ritual para presentar a la sociedad un espejo incómodo: porque las acciones desprovistas del sentido que habitualmente se les asigna hacen inevitable la desazón, revelan la rigidez y la hipocresía de la vida en sociedad y provocan la inquietante constatación del vacío.
El ángel exterminador, de Luis Buñuel, 1962
Después de un concierto, un grupo de burgueses llega a la mansión de uno de ellos. Al terminar la cena descubren que no pueden salir de la sala. Con el paso de los días se pierden las cortesías sociales y se instala cierta hostilidad. La irreflexión lleva a los invitados al encierro. A lo largo de ésta, y como en otras cintas anteriores y posteriores, Buñuel propone escenas que se repiten. Es otra repetición la que permite la salida, tan sólo para comenzar de nuevo. Buñuel denuncia cómo los rituales de la clase dominante son huecos y restringen severamente su libertad.
8 ½, de Federico Fellini, 1963
Para Federico Fellini, la memoria es una caudal de historias y un procedimiento narrativo (su película Amarcord, de 1973, título que puede traducirse como “me acuerdo”, puede hacerse extensiva a buena parte de su filmografía). En su cine se percibe un aliento nostálgico; sus imágenes parecen surgir de un ámbito onírico. En 8 ½ hace un guiño autobiográfico y sigue a un realizador en crisis de inspiración que convoca episodios vividos como posibles fuentes de nuevas ideas: mujeres y memoria desfilan en una serie de episodios que van conformando un emotivo ritual creativo. m.