El truco más antiguo de la humanidad
Paloma Villagómez Ornelas – Edición 461
La distracción política implica al menos dos supuestos, particularmente perversos: la fragilidad de la conciencia y la uniformidad de los intereses. Se trata de provocar un desplazamiento continuo entre la normalidad del espectáculo y el espectáculo de la normalidad
Las escenas
Un mitin partidista. Cualquier lugar, cualquier tiempo. Personas equipadas con tortas y refrescos encuentran su lugar alrededor del templete en el que alguien ejecutará la mímica del orador, el performance de un acto comunicativo que va de ida, pero no de vuelta. El público tiene una función escenográfica y lo sabe. Está ahí para contener el vacío, amplificar el sonido y engañar a la vista. La masa, el trampantojo por excelencia de la política: está, pero no está. La ves, pero no la ves.
Un terremoto. La escandalosa certeza de que una parte del desastre es responsabilidad humana se va asentando junto con el polvo. La reconstrucción del orden está comprometida. De pronto, surge entre los escombros una perrita rubia con nombre y accesorios —entre ellos, un humano—. Una perrita, un juguete para jugar a la nobleza, a la lealtad. Una figurita coleccionable para la vitrina de la patria.
El mecanismo
¿Qué tienen en común estas escenas? El género es pan y circo, una de tantas maniobras políticas que tienen por fin la distracción, el desvío de la atención de asuntos que amenazan con revelar verdades que conviene mantener ocultas.
La distracción política implica al menos dos supuestos, particularmente perversos: la fragilidad de la conciencia y la uniformidad de los intereses. No es que el poder asuma que somos estúpidos y nos importa lo mismo, sino que sabe que debe generar condiciones para evitar el entendimiento profundo de los asuntos, ya sea “sensacionalizando” la realidad o llevándonos a una conversación monotemática. Se trata de provocar un desplazamiento continuo entre la normalidad del espectáculo y el espectáculo de la normalidad.
Dado que la comprensión de la realidad es un proceso colectivo, la distracción individualiza la voluntad para entender y para actuar. Nos aísla en el preciso momento en que dejamos de ser colectivo para convertirnos en una masa, que cuando logra verse por fuera se asume culpable, cómplice. Aislamiento y culpa son clave de la desmovilización política. Son señales de que la distracción ha sido exitosa.
El error
El panem et circenses nace como denuncia de sí mismo, como una acusación formulada por quien se cree fuera de su alcance y, desde ahí, cuestiona la calidad moral y la inteligencia de quien se deja entretener. La superioridad moral de quien no cae en el engaño.
La mala noticia es que todos somos consumidores y reproductores de alguna forma de espectáculo funcional a alguna forma de distracción política. Pensamos en acarreos, bailes, despensas; el clientelismo de las bases, de gente “ignorante”, “agachada”, “muertadehambre”. El clasismo nos ciega a formas más refinadas y sutiles del espectáculo: las redes, el “editorialismo”, la ideologización de asuntos de humanidad elemental que no admiten debates.
El pan y el circo nos indignan porque nos recuerdan que somos básicos. Y debemos serlo de verdad si juzgamos más duramente el comportamiento del manipulado que los fines del manipulador, si nos creemos libres de engaño, si nos pensamos sin hambre y sin tedio. m.