El ritual que es nuestra vida
Luis Orlando Pérez Jiménez – Edición 455
Le he preguntado al espíritu del Amor qué necesito para ser feliz, y lo único que le oigo es: “Da gracias y practica la justicia”. La vida, la misma vida, el ritual de siempre, la novedad de cada día
La repetición. Es curioso, pero me parece que nuestra vida es siempre un repetición, pero distinta. Pienso en Carlos, que viene todos los días a entregar el periódico a mi casa. Siempre la misma ruta. Siempre la misma bicicleta. Pienso en Catalina y Arnulfo, que empujan el carro de dulces y cigarros para instalarse en la esquina. Los mismos pasos: acomodar la mesa, después poner el mantel al tiempo que disponen la mercancía. La repetición es distinta porque es para que otros vivan.
Preparación del lugar. Si somos honestos, admitiríamos quizá que nos encanta preparar el mismo platillo varias veces en una semana; el mismo pan, la misma mermelada, la misma mantequilla. A veces, o casi siempre, incluso sentarnos en la misma silla. Ese lugar nuestro de cada día. El puesto del otro, de la otra, del amigo o de la amiga. El turno de lavar los platos. El momento de pensar qué sigue para el otro día. El mismo sitio. La misma hora. El pacto nuestro de cada día.
Sentir mi cuerpo para disfrutar los hechos. La secuencia de existir es un devenir ansioso por alcanzar la felicidad de todos los días. Si algo hay de verdad en esta vida, es nuestra existencia que canta junto con la constante prisa compartida: las mismas amistades, las mismas canciones, los mismos llantos; el mismo calor y el mismo abrazo.
Como si presente me hallase. Cuando salgo de casa y voy en al autobús, suelo encontrarme a los mismos personajes: la señora con la niña de uniforme de rojo que carga la mochila amarilla. El hombre de edad avanzada que peina canas con sus manos. El par de adolescentes desvelados con mirada perdida. Los jóvenes de camisa blanca y corbata. En el ambiente hay un aroma a limpio que se mezcla con los perfumes de los que van a la oficina. Y yo, ahí, en medio de tanta vida, me inclino con reverencia ante la lucha y agradezco la luz del día.
Conversación con las tres personas divinas. A veces, le hablo por teléfono a mi padre en las noches antes de dormir. Le consulto algunas dudas, le cuento mis hazañas y escucho sus preguntas. No siempre coincidimos en los puntos de vista. Sin embargo, su Palabra me reconforta, me hace tocar tierra, me cambia la perspectiva.
Y, en ese vaivén de palabras, emerge en el diálogo mi hermano. El compañero y la compañera que me inspiran. Observo detenidamente el trato amable que tiene con los demás. Me alimenta compartir sus risas. ¡Ay, el amor!, ¡como si fuera tan fácil! Le he preguntado al espíritu del Amor qué necesito para ser feliz, y lo único que le oigo es: “Da gracias y practica la justicia”. La vida, la misma vida, el ritual de siempre, la novedad de cada día. m.