Del México lindo y querido al México adolorido
Hugo Hernández – Edición 471
Si algo le da cohesión al México de hoy es la división, la violencia, el abuso, el crimen. Como lo dejan ver algunas películas de esta década
En los años cuarenta del siglo XX, el cine mexicano fue fundamental para la invención de la nación: cielos azules con espectaculares nubes y coloridos paisajes, en blanco y negro, servían de marco a historias habitadas por indígenas inmaculados o mestizos bienintencionados. El ingenioso charro fue el carácter nacional por antonomasia, y las canciones rancheras, entonadas con fervor, se convirtieron en el soundtrack local. Al mexicano le podía ir mal (y en el melodrama le va muy mal), pero en el fondo es bueno y noble. Este cine trascendió fronteras, pues el descenso de la producción de Hollywood abrió espacios a la industria mexicana; en Cannes, María Candelaria (1944) obtuvo el Gran Premio del Festival, y Gabriel Figueroa —artífice de la luz nacional— ganó el premio a la mejor cinefotografía. La nación como estampa, México lindo y querido como imagen e imaginario.
En adelante crecerían un cine al que le es indiferente el curso de la nación y otro que se ocupa del statu quo. En los años setenta se vivió una etapa de lucidez: Ripstein con Cadena perpetua (1979), Cazals con Canoa (1976) y Fons con Los albañiles (1976), entre otros, exhibieron las miserias del fallido progreso al estilo priista. El cine mexicano no ha dejado de apostar por la frivolidad. Tampoco dejan de aparecer propuestas que esbozan una crítica noción de nación y en las que no hay espacio para el falso idilio ni la estampa bucólica. Y si algo le da cohesión al México de hoy es la división, la violencia, el abuso, el crimen. Como lo dejan ver algunas películas de esta década:
El infierno (2010), de Luis Estrada
Luis Estrada ha apostado por la farsa como medio de acercamiento al México moderno. En La ley de Herodes (1999) y La dictadura perfecta (2014) hizo una revisión simplona del priismo. En Un mundo mejor (2006) se ocupó en los mismos términos del panismo. El resultado de las nefastas administraciones ahí exhibidas se traduce en El infierno. Estrada muestra aquí cómo el mexicano no es firme en sus convicciones y es seducido por la vida fácil. Y, para el caso, no hay diferencia entre lucrar desde el gobierno o desde el narco.
Post Tenebras Lux (2012), de Carlos Reygadas
En Batalla en el cielo (2005), Carlos Reygadas se ocupaba de un México atrapado entre sus impulsos y sus creencias. Exhibía el divorcio entre la moral cristiana y la práctica cotidiana. En Post Tenebras Lux sigue a una familia urbana que, como la suya, vive en el campo con las comodidades de la ciudad. Ahí florece una vida cercana a la animalidad, al idilio. Pero ésta se encuentra amenazada por el mal puro y duro. La luz que sigue a estas tinieblas es esclarecedora: deja ver una nación con escasas posibilidades de conciliación.
Heli (2013), de Amat Escalante
Heli exhibe la violencia como cotidianidad en un país en el que la autoridad aparece tarde (cuando aparece) y amedrenta a los que no la deben, pero sí le temen: el mexicano común y corriente, que vive en el fuego cruzado. Al inicio, un grupo de sicarios cuelga un cadáver de un puente. El tono, de terror, está puesto para una historia que es casi documental (porque se parece bastante a la realidad). Después asistimos a la tortura en el interior de una casa, junto a los niños que ven la tele: el crimen organizado se organiza en casa.
La jaula de oro (2015), de Diego Quemada-Diez
Tres chicos guatemaltecos buscan llegar a Estados Unidos. Los contratiempos se multiplican por el camino; la adversidad es la cotidianidad, y los tres padecen las arbitrariedades del crimen bien organizado, lo mismo por cortesía de los delincuentes que de las autoridades. También reciben algunos gestos, escasos, de solidaridad. Para el migrante que busca el sueño americano, México puede resultar una verdadera pesadilla: La jaula de oro muestra cómo, para no pocos mexicanos, nación significa exclusión.
La libertad del diablo (2017), de Everardo González
Everardo González es una de las personalidades más sólidas del cine nacional. En él conviven el intelectual y el artista. Desde el documental ha expuesto el sentir popular, y en La libertad del diablo entrega un lúcido y osado diagnóstico a partir de los testimonios de hombres y mujeres enmascarados. En México, la impunidad es el mejor aliciente para el crimen. Éste es democrático; es un oficio precoz y lucrativo. ¿La consecuencia? El miedo y el dolor son hoy los rasgos definitorios de la nación.