De la memoria a una política del recuerdo
Rossana Reguillo – Edición 427
Recordar el 22 de abril no es el ejercicio estéril de quienes permanecen atrapados en un dolor que inmoviliza, sino la pausa necesaria en el veloz trayecto de la vida.
Fotos: Humberto Muñiz
Una ciudad no puede pensarse al margen de sus cicatrices, de las huellas en su piel, de sus dolores y sus gozos, de sus derrotas y sus victorias. Ignorar todo esto sería asumir que la ciudad no tiene memoria, y si una ciudad carece de memoria se convierte en un simulacro de sí misma, en un espacio vacío que debe ser llenado cada día.
Una ciudad que tiene memoria sabe mirar hacia atrás para proyectarse hacia el futuro; se trata de una ciudad a la que le importa lo vivido, no como dato de una historia muerta y trascendida, sino como motor para entender su andar presente.
Por todo ello, recordar el 22 de abril —es decir, el día en que sucesivas explosiones en el Colector Intermedio Oriente del sector Reforma de Guadalajara hicieron estallar los sueños, la vida cotidiana, las esperanzas de miles de ciudadanos—, no es el ejercicio estéril de quienes permanecen atrapados en un dolor que inmoviliza, sino la pausa necesaria en el veloz trayecto de la vida. Y mirarlo así es, fundamentalmente, asumir que lo acontecido nos llama a la responsabilidad, al cuidado, al compromiso, a la conciencia reflexiva. Las explosiones del 22 de abril de 1992, que sacudieron las estructuras políticas y sociales de la ciudad, no se agotan en sus consecuencias; el desastre manifestó siempre un componente de futuro, un futuro que hay que evitar a toda costa.
Veinte años han transcurrido desde entonces, desde aquella mañana de un miércoles de Pascua que sorprendió a Beto, a Lupita, a Rosario, a Silvia, a Isabel, que caminan todavía con la pesadilla a cuestas: los fierros retorcidos y la muñeca abandonada a toda prisa; un calendario tejido de 210 ausencias, arrancadas de la vida, apenas con un gesto de pregunta.
La memoria debe ser capaz de transformarse en una política del recuerdo, es decir, en la articulación de voluntades históricas e intersubjetivas para re-significar un acontecimiento abierto siempre a la re-interpretación y, por consiguiente, contrario
a toda significación total y clausurada.
Por ello, una política del recuerdo nos compete a todos, a la ciudad entera, ciudadanos, universitarios, habitantes, viejos, jóvenes, mujeres, hombres que asumen la responsabilidad por el futuro, que será compartido o no será. m