Clases sexuales: patriarcado y capitalismo

«Calibán y la bruja» plantea que el paso del feudalismo al capitalismo tuvo como base la cacería de "brujas".

Clases sexuales: patriarcado y capitalismo

– Edición 447

Los mitos del “instinto maternal” y de la “feminidad” han operado como mecanismos para desmovilizar a las mujeres, al negarles el acceso al espacio público y con ello a cualquier forma de participación política

Las clases sociales en el orden capitalista son producto de la acumulación y el despojo de bienes comunes, como la tierra, el agua y el trabajo, por parte de una clase dominante a costa de la mayoría de la población. Quien controla los medios de producción, decía Marx, es quien puede acumular riqueza con el trabajo de otros.

La historiadora feminista Silvia Federici amplía esta visión en su libro Calibán y la bruja: el despojo sobre el que se erige el capitalismo comienza con el cercamiento de los cuerpos y la producción de la diferencia sexual. El capitalismo se asienta en el supuesto potencial para la maternidad de unos cuerpos designados como “mujeres”, utilizados como fábricas de mano obra, del mantenimiento de lo doméstico y de los cuidados. Es decir, que antes que hacerse de los medios de producción, la clase dominante requiere hacerse de los medios de reproducción:los cuerpos de las mujeres. El capitalismo no es más que la forma actual del patriarcado. Las leyes que criminalizan el aborto son prueba de ello: despojarlas del control del propio cuerpo para que no puedan oponerse a su función reproductiva. Federici explica que el tránsito del feudalismo al capitalismo se basó en la tortura y la quema de nueve millones de mujeres —un auténtico genocidio— denominadas “brujas”: aquellas que, además de curar y hacer uso de otros saberes, abortaban y ayudaban a abortar a otras mujeres, a la vez que se oponían al cercamiento de las tierras comunales. De esa misma lógica se sirvieron los imperios coloniales, racializando los cuerpos en los territorios conquistados.

Los mitos del “instinto maternal” y de la “feminidad” (naturalizados por el discurso religioso, pero también por discursos científicos) han operado desde entonces como mecanismos para desmovilizar a las mujeres, al negarles el acceso al espacio público y con ello a cualquier forma de participación política. Por otra parte, está la cruda violencia que es ejercida contra ellas de manera sistemática: doméstica, en las calles, las redes de trata, desapariciones y revanchas. Los cuerpos de las mujeres son construidos como fábricas, territorios y botines de guerra.

La masculinidad es, en ese sentido, una de las raíces más fuertes de todas las formas de dominación. No es circunstancial que las guerras, los estados totalitarios y el crimen organizado sigan siendo violencias ejercidas principalmente por hombres. La transformación del salvaje orden capitalista sólo será posible en la medida en que la jerarquía económica de clases sea desmontada desde el género y la raza, se reconozcan los privilegios y opresiones derivados de esas marcas y se ponga alto a las violencias que sostienen ese orden: discriminación, invisibilización, acoso, sometimiento y mercantilización de las mujeres y de todos aquellos cuerpos desviados, según las normas patriarcales. m.

Para saber más:

:: Calibán y la bruja, de Silvia Federici (Traficantes de sueños, 2011).

:: Género, clase y raza en América Latina, de Lola G. Luna (comp.) (Seminario Interdisciplinar de Mujeres, 1991).

:: Las libres. La historia después de…, documental de Gustavo Montaña (2014).

:: Sexo, raza y clase, de Selma James (1973).

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