Ada Colau, la activista que llegó a ser alcaldesa
Gerardo Lammers – Edición 453
Procedente de la lucha social por los derechos de los ciudadanos perjudicados por la burbuja inmobiliaria en España, Colau ha arribado a la arena política respaldada por su historia de identificación con la gente. Ello la distingue como una presencia refrescante, pero a la vez la enfrenta a grandes desafíos en el ejercicio del poder
“Tengo un gran miedo que sólo puedo decir ahora, aquí en secreto”, confiesa a la cámara. “Podría ser perfectamente que no me guste estar en una plataforma política ni ser candidata ni ser alcaldesa. Pero pienso que vale la pena lanzarse a la piscina”, dice esta mujer, sin una gota de maquillaje, que se dirige a la lente con esos ojos grandes, cafés, acentuados por gruesas cejas, que componen “la cara del cambio en Cataluña” y uno de los rostros más llamativos de la política europea de estos días.
El breve monólogo, que forma parte del tráiler del documental Alcadessa (2016), del director Pau Faus, presenta a Ada Colau Ballano (Barcelona, 1974), la activista que atrajo las miradas de un país gracias a la defensa que hizo de los derechos de cientos de personas que, luego del estallido de la burbuja inmobiliaria en España, se quedaron sin techo o perdieron sus propiedades al no poder pagar las hipotecas.
Tras su victoria en las urnas, el 24 de mayo de 2015, abanderada por un partido político de reciente formación, Barcelona en Comú (BComú), Colau se convirtió en la primera alcaldesa en la historia de la cuarta ciudad más visitada de Europa y un puerto del Mediterráneo que, a golpe de rebeldía, se ganó el mote de la rosa de foc, es decir, la rosa de fuego.
Ada Colau durante una sesión del pleno del Ayuntamiento de Barcelona. Foto: EFE
De la protesta al Ayuntamiento
“Ada Colau es una aberración”. Así la definió el exministro griego de Economía Yanis Varoufakis, en una entrevista para la revista española ICON. “Y de ahí viene la esperanza. De las bases, de los municipios, de cuando una ciudad elige a un gobernante que dice la verdad. A ver, la economía es un depredador, y la política, una presa. Si los tiburones se comen todo el pescado, se quedan sin alimento. Deben empezar a darse cuenta de que la presa necesita estar viva, aunque sea sólo para alimentarlos. Ada Colau es ejemplo de esa parte de la política que no se dejó devorar por el depredador”.
“Ella es importante, un ejemplo para Europa. Ha demostrado que se puede hacer política enfrentándose de forma sensata al poder económico. Y también plantándole cara a quienes ofrecen sólo soluciones legales al problema catalán”, dijo el griego.
Los seguidores de Colau, pero también sus detractores, no olvidan cuando, siendo portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), en febrero de 2013, compareció en Madrid ante los diputados, y, refiriéndose a Javier Rodríguez Pellitero, vicesecretario de la Asociación Española de la Banca, dijo: “No le he tirado un zapato a este señor porque creía que era importante quedarme aquí para decir lo que estoy diciendo. Este señor es un criminal y como tal deberían ustedes tratarlo. No es un experto. Los representantes de las entidades financieras han causado este problema; son esta misma gente la que ha causado el problema, los que han arruinado la economía entera de este país y ustedes les siguen calificando de expertos”.
Intervenciones como ésta, pero también acciones muy concretas para impedir desalojos de personas —de ancianos, por ejemplo— en el momento mismo en que éstos se llevaban a cabo, la catapultaron en muy pocos meses a los primeros planos.
Ada Colau durante una protesta en el Congreso, en febrero de 2013, cuando era portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Foto: EFE
Cataluña, uno de los motores económicos de España, no ha sido ajena a la crisis económica que desde 2008 azota a ese país, ni al desencanto de los ciudadanos por los partidos tradicionales, así que no resultó extraño que apareciera una mujer valiente, capaz de decirle a los políticos sus verdades, como candidata a la alcaldía de Barcelona.
Luego de conocerse los resultados de las votaciones aquella noche de mayo, Colau declaró que había sido la victoria de David contra Goliat. Vestida con una blusa roja, un saco marrón y un pantalón de mezclilla, subió al estrado del complejo Fabra i Coats del barrio de Sant Andreu, en compañía de varios miembros de su equipo de campaña —entre éstos, la valenciana Gala Pin, su compañera okupa, y el profesor argentino Gerardo Pisarello—, a brincar y a bailar. Algunos días antes, el video El run run se había vuelto viral en YouTube. “El run run”, dice la letra de la canción interpretada por la propia Colau a ritmo de rumba, “es defender el bien común”.
“Casi voy en calzoncillos a Canaletas [la fuente donde se celebran las victorias del equipo de futbol Barcelona] cuando resultó electa”, cuenta el escritor catalán Miqui Otero, autor de la novela Rayos, que por estos días está causando revuelo entre los lectores españoles. “Creo que era necesaria una renovación en el Ayuntamiento de la ciudad”.
Rayos, que cuenta la historia de una pandilla de amigos, está armada a partir de los recuerdos de infancia y adolescencia de Otero en el puerto, en particular en el Raval, un céntrico barrio que, debido a la gentrificación, experimenta, como todo el resto de la ciudad, una mutación que tiene muy inquieta a su gente. A manera de ejemplo, Otero refiere que uno de sus sitios preferidos de toda la vida, el bar Olimpo, ha cerrado. En su lugar, unos escandinavos han puesto un restaurante que lleva por nombre Friendly Potatoes. “Con eso creo que ya te digo bastante”.
En la imagen, tomada en julio de 2013, Ada Colau es detenida por policías luego de una protesta de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca en una oficina del Banco Popular. Foto: AP
La “vecina normal”
Por extraño que parezca, Colau es hija de una agente inmobiliaria que se divorció cuando ella tenía tres años. Creció al cuidado de su madre y en compañía de tres medias hermanas, primero en El Guinardó, un barrio en la parte alta de Barcelona que da a la montaña, y después en los barrios de Congrés y Ciutat Vella.
Durante su juventud, según la describe El Periódico de Cataluña, Colau era una chavala metódica y ordenada con predilección por los filósofos existencialistas: Camus, Sartre, Beauvoir. Este gusto la llevó precisamente a estudiar Filosofía en la Universidad de Barcelona, carrera que no terminó. De ese tiempo recuerda: “Hicimos encierros y huelgas contra las sucesivas reformas de desmantelamiento de la universidad pública”.
Tuvo que buscarse la vida, pues en su casa no sobraba el dinero. Comenzó entonces a aceptar una variopinta gama de trabajos temporales: azafata, encuestadora, profesora, animadora infantil. Princesa para el Museo de Cera en La Rambla.
La soltura con la que se desenvuelve ante los medios hoy en día tiene una explicación, o al menos un par de antecedentes. A sus 27 años, Colau estudió teatro y, más tarde, participó en una fallida serie de comedia para la cadena de televisión Antena 3 que llevó el título de Dos + Una (tiempo después, en coautoría con Adrià Alemany, su pareja, crearía el personaje Supervivienda, inspirado seguramente en el mexicano Superbarrio).
Durante la década 2000-2010, “preocupada por la pérdida de calidad democrática”, participó en protestas contra el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la guerra de Iraq. Pero quizás el acontecimiento más decisivo en su formación como activista ocurrió casi una década más tarde, en 2011, con el movimiento de los indignados, también conocido como 15M.
Para esta época tenía 37 años y vivía ya con Alemany, cinco años mayor que ella, a quien conoció en el movimiento V de Vivienda (nombre inspirado en la serie V de Vendetta), antecedente inmediato de la PAH.
Una locataria de un mercado en Barcelona coloca una hoja con propaganda a favor de Ada Colau, durante la campaña por la presidencia de la capital catalana en mayo de 2015. Foto: AP
“No puedo desligar mi recuerdo del 15M de las circunstancias vitales por las que pasaba hace cinco años”, ha escrito en su página de Facebook. “Acababa de ser madre [de Luca, su único hijo] y la emoción de las plazas llenas se mezclaba con la emoción de la maternidad. Hannah Arendt escribió que la maternidad es un acto radicalmente activista porque es la máxima afirmación de la vida. Con cada nueva vida, el horizonte de lo posible se amplía, empieza una nueva aventura en la que todo puede ser. En mi caso supuso también un cambio de actitud: del ‘pesimismo realista’ que había acompañado mi juventud, decidí conscientemente pasar a un ‘optimismo militante’, nada ingenuo, más bien pragmático. Quería comprometerme con el mundo al que había traído a mi hijo, y en el momento que lo tuve en brazos supe que haría todo lo posible por hacer de este mundo un lugar mejor”.
Fue durante sus años en la PAH que Colau comenzó a forjar un discurso propio que el diario inglés The Guardian califica de populista. Sincero, cuidadosamente trabajado y con algún guiño al movimiento zapatista.
Poco antes de las elecciones a la alcaldía, Xavier Vidal Foch, colaborador de El País, la describió de esta manera:
“Esta señora de 41 años tendrá las ideas picudas, pero suele encarnarlas de forma redonda. Es la alcaldable más rebelde, pero también la vecina más normal y próxima, que sonríe bien, gasta ropa holgada y exhibe sin rubor cejas pobladas. La adivinas llevando al chaval a la escuela, cartera en bandolera; pasando el aspirador concienzudamente por los rincones del piso o salpimentando, distraída, unos espaguetis mientras simultáneamente ultima una sorprendente protesta callejera”.
Vidal Foch fue tachado de machista por proponer la imagen de Colau usando una aspiradora. Otros, como Félix de Azúa, académico de la Real Academia Española, han ido un paso más allá, al declarar abiertamente su antipatía.
“Una ciudad civilizada y europea como Barcelona tiene como alcaldesa a Colau, una cosa de risa. Una mujer que debería estar sirviendo en un puesto de pescado. No tiene ni idea de cómo se lleva una ciudad ni le importa, lo único que le importa es cambiar los nombres de las calles”, declaró De Azúa en una entrevista a la revista Tiempo.
Colau durante un viaje en el metro de Barcelona, en julio de 2015. Foto: Reuters
“No olvidemos quiénes somos”
Una de las primeras acciones que tomó, siendo alcaldesa, fue retirar el busto del rey Juan Carlos I de la sala de plenos del Ayuntamiento, como una señal de carácter republicano de su gobierno. Otra, bajarse drásticamente el sueldo y aun repartir un excedente para causas benéficas.
Desde que llegó a la Plaza de Sant Jaume, sede del gobierno municipal, ha seguido viviendo donde mismo (un piso cercano a La Sagrada Familia en el barrio de Camp d’en Grassot, distrito de Gràcia), mantiene a su hijo Luca en la misma escuela pública y llega a su oficina en transporte público.
Ada Colau mantiene activas sus cuentas de Twitter y Facebook para hablar, entre otros temas, de la feminización de la política.
Tal vez por esto es que el balance parcial de su gestión, para sus críticos más feroces, es que ha privilegiado los gestos sobre los hechos.
En todo caso, la gran pregunta que se mantiene en el aire, como lo expresa The Guardian en un extenso reportaje publicado recientemente, es si ella puede llevar a la práctica su radical agenda. De acuerdo con el influyente diario inglés, el reto principal que la alcaldesa tiene ante sí, pasa por la regulación del turismo en una ciudad de poco más de millón y medio de habitantes —pequeña, comparada con Londres o París—, que ha sido totalmente rebasada por la cantidad de visitantes (siete millones al año) que la invaden. Muchos barceloneses se quejan de que, además de que los grados de miseria y desempleo son considerables y las rentas se han ido por las nubes, la multitud que los invade hace que, en ciertas avenidas y a ciertas horas, sea prácticamente imposible caminar por las calles.
“Cualquier ciudad que se sacrifica en el altar del turismo masivo será abandonada por su gente, cuando ésta no pueda pagar el costo de la vivienda, los alimentos y las necesidades básicas de cada día”, dijo al periodista Dan Hancox, de The Guardian. “Necesitamos buscar un balance justo entre la mejor versión de la globalización y conservar el carácter, la identidad y la vida de la ciudad”.
Simpatizantes de Ada Colau celebran el triunfo de su candidata luego de las elecciones celebradas en Barcelona en 2015. Foto: EFE
En este sentido, la medida más radical de su gobierno ha consistido en una moratoria, durante un año (misma que fue extendida), para todos los proyectos hoteleros en la ciudad vieja, así como la distinción entre alquileres domésticos y turísticos. Plataformas como Airbnb y Homeaway han sido multadas por no respetar esta categoría.
Como se esperaba, el primer año de gobierno no ha sido fácil. Ada Colau llegó a la alcadía con sólo 11 concejales, de un total de 41 que conforman la cámara, algo que la colocó de inicio en una posición sumamente frágil. La amenaza de ingobernabilidad la llevó, hace sólo unos días, a aliarse con el Partido Socialista Catalán (PSC) que, junto con Convergencia y Unión (CIU), había sido el dominante durante los últimos 35 años.
Su primer aniversario fue oscurecido por tres días de disturbios, con saldo de 16 heridos y un detenido, ocasionados por los enfrentamientos entre un grupo de activistas, okupas, que fueron desalojados del llamado “Banco Expropiado de Gràcia”, y los mossos de la policía. La mujer que alguna vez fue okupa ahora se enfrenta a ellos. ¿A esto se refería Ada Colau con aquello del “puede ser que no me guste”, que dice en su documental?
Y, sin embargo, la credibilidad de esta mujer “cordial pero complicada”, como la ha definido Joan Serra, autor del libro Ada, la rebelión democrática (2016), sigue siendo enorme, motivo por el cual la alcaldesa de Barcelona es pieza clave, ahora más que nunca, de la izquierda española.
Alabada y criticada a partes iguales, el poder de Ada Colau, ese que ha declarado que sólo quiere “para transformar”, va en aumento. Quizá por eso llama tanto la atención el letrero fijado en la puerta de su austero despacho. “No olvidemos nunca quiénes somos y por qué estamos aquí”. m.