¿Hay límites para la risa?
José Israel Carranza – Edición 439
El problema es que el humor suele tener prisa, y por cruel que resulte, surge y se esparce apenas se disipa el horror de una desgracia —o incluso antes. Es obvio que, para las víctimas y sus allegados, este humor nunca podrá funcionar, por lo que habría que agregar el factor distancia: sólo podrás reírte si no estuviste ahí.
Pocas semanas después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, el comediante Gilbert Gottfried hizo el que quizá fuera el primer chiste televisado al respecto: durante el roast de Hugh Hefner transmitido por el canal Comedy Central (esas sesiones en que un pelotón de payasos lincha a una figura de la farándula con bromas preferiblemente soeces), explicó que no había podido tomar un vuelo directo “porque me dijeron que había que hacer escala en el edificio Empire State”. El público lo abucheó, alguien le gritó “Too soon!” (“¡Demasiado pronto!”), y Gottfried se vio obligado a cambiar de tema y mejor contó la historia conocida como “Los Aristócratas”, un chiste bastante famoso cuyo principio cómico es una desmesurada procacidad.1
¿Cuándo deja de ser “demasiado pronto”?2 Woody Allen expresó la fórmula de la comedia como “tragedia más tiempo”: por infeliz que sea la realidad, sólo falta que quede lo suficientemente lejana para empezar a encontrarla graciosa. El problema es que el humor suele tener prisa, y por cruel que resulte, surge y se esparce apenas se disipa el horror de una desgracia —o incluso antes: recuérdense los memes que proliferaban cuando todavía no se retiraban los servicios de emergencia tras la explosión en la Torre de Pemex, hace poco más de un año. Es obvio que, para las víctimas y sus allegados, este humor nunca podrá funcionar, por lo que habría que agregar el factor distancia: sólo podrás reírte si no estuviste ahí.
Pero, ¿hay alguna manifestación de la desdicha que nos quede suficientemente lejos? “Todos somos responsables de todo ante todos”, reza la frase de Dostoievsky instalada en el ingreso de la sede internacional de la Cruz Roja en Ginebra. Tal vez por esa responsabilidad compartida, con pensarlo un poco, los chistes sobre catástrofes, genocidios, racismo, homofobia, misoginia y violencia deberíamos encontrarlos automáticamente irritantes. Pero no siempre es así: el ingenio supremo (por malévolo que llegue a ser) puede tomarnos por sorpresa, y sólo hasta que estemos secándonos las lágrimas de las carcajadas podremos empezar a sentirnos culpables. ¿No hay límites? Tendría que haberlos, pero acaso sólo para ser continuamente transgredidos.
La risa es subversión: de ahí que los tiranos la teman. Y es catarsis: de ahí que pueda servirnos para hacer estallar nuestros miedos más profundos. Su poder irreprimible —la mejor risa es la que ataca— quedó de manifiesto en el triste (e hilarante) caso del presentador de un talk-show holandés que fue arrebatado, en vivo, por sus propias risotadas cuando unos invitados le refirieron su desdicha a consecuencia de la negligencia médica: la carrera del presentador se arruinó (¡estaba burlándose de esa pobre gente!), todo fue una desgracia… pero bueno, hay que ver el video. m
1. La explicación que dio Gottfried después de la anécdota de las Torres Gemelas.
2. Un repaso, también de Gottfried, a las grandes tragedias de la historia: ¿Demasiado pronto?.