¿Dejaremos algún día de morir?
Juan Nepote – Edición 436
Desde una percepción menos metafórica, debemos recordar que a nuestras relaciones naturales con la muerte ha de añadirse la fatalidad de enfermedades que nos atacan masivamente, como el cáncer de mama o el cáncer cérvico-uterino.
Nada más inmediato, más próximo que la muerte: al instante siguiente de haber nacido, comenzamos a morir. A partir de ese momento, la muerte nos acompaña a lo largo de nuestra vida: el día agoniza para dar paso a la noche y se suceden los meses y los años, desaparecen los paisajes de la infancia, sucumben nuestras mascotas, fallecen familiares lejanos y cercanos, expiran los plazos, se extinguen los temores o las esperanzas. En un proceso que se antoja eterno, fenecen especies completas que no vuelven a poblar el planeta y perecen las lenguas con las que la humanidad se comunica: el lingüista francés Claude Hagège calcula que cada año mueren veinticinco lenguas en el mundo, porque “las lenguas son tan mortales como las civilizaciones, son proveedoras de vida”.
De ahí que Sócrates sostuviera que “el verdadero filósofo siempre está preocupado por la muerte y el morir”.
La muerte nuestra de cada día
Desde una percepción menos metafórica, debemos recordar que a nuestras relaciones naturales con la muerte ha de añadirse la fatalidad de enfermedades que nos atacan masivamente, como el cáncer de mama o el cáncer cérvico-uterino; tener presente que con demasiada frecuencia invitamos a que la muerte nos visite: la distracción y la imprudencia que provocan una cantidad infinita de accidentes viales, la inconsciencia que genera diabetes, la combinación entre herencia y desatención que produce padecimientos cardiacos. De todo aquello morimos en las ciudades, donde vivimos empeñados inútilmente en dejar de morir, ajenos al hecho de que formamos parte de una serie de mecanismos en perfecto equilibrio entre vida y muerte, como señala Marcelino Cereijido: “La muerte de nuestras células es ventajosa para el desarrollo armónico del organismo; la muerte de los organismos es ventajosa para la supervivencia de la especie”.
Nos parece que las ciencias médicas son un combate de largo aliento contra la muerte, una estrategia para eludir la tumba o, cuando menos, para extender la vida. Lo sabe Ruy Pérez Tamayo cuando afirma que la medicina tiene tres objetivos fundamentales: conservar la salud, curar —o aliviar cuando no se pueda curar— y evitar las muertes prematuras e innecesarias. Dicho de otra manera: “lograr que los hombres y mujeres mueran jóvenes y sanos, lo más tarde posible”.
¿Algún día dejaremos de morir? Seguramente no. La presencia de la muerte entre nosotros es tan inevitable, y tan necesaria, como la vida. Quizás el secreto, entonces, sea admitir que Antonio Machado tenía razón: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”. m.
Para leer
:: Muerte a filo de obsidiana, de Ruy Pérez Tamayo (Fondo de Cultura Económica, 2011; 5ª reimpresión).
:: No a la muerte de las lenguas, de Claude Hagège (Paidós Ibérica, 2001).
:: La muerte y sus ventajas, de Marcelino Cereijido (Fondo de Cultura Económica, 1997); versión electrónica.