Precious: para las niñas preciosas en todas partes
Eduardo Quijano – Edición
La primera vez que vi Precious (Precious: Based on the Novel Push by Sapphire, 2009) la función concluyó con una ovación en la sala de más de 10 minutos. Desconfiado de lo que inevitablemente inducen ciertas atmósferas festivaleras, he vuelto a verla. El valor del melodrama dirigido por Lee Daniels, no proviene como se acostumbra en el género, de golpes emocionales que intercambian situaciones repugnantes o depresivas por entretenimiento y lágrimas.
A pesar su manierismo que coquetea con el documental, la historia es un sombrío acercamiento al universo y los devastadores sucesos que cercan la existencia de Clarice Precious Jones (la impecable Gaboure Sidibe) narrados por su propia voz. La agobiante tensión del film se sostiene en momentos de doloroso desgarramiento y mediante el turbador contraste entre la insoportable realidad y las glamourosas ensoñaciones de una jovencita sana, acallada, de ojos de gato, víctima de la crueldad y un amargo tejido que destruye su condición humana.
En la desolada marginación del Harlem de finales de los 80 conocemos a Precious, una adolescente de 16 años, desmesuradamente obesa, pobre, depresiva, prácticamente analfabeta: ella se refiere a sí misma como “fea grasa negra que debe ser limpiada de las calles”. Precious vive con una monstruosa madre violenta y narcisista (la memorable actuación de Mo’Nique) quien la somete a todo tipo de vejaciones en un sórdido departamento iluminado apenas por la luz del televisor. Ha sido violada por su padre, de quien tiene un hijo y que la ha embarazado nuevamente.
La búsqueda de espacio y otra luz para encontrar vida entre los despojos, el contacto de Precious con “una educación alternativa” y el enfrentamiento final a su propia imagen, colocan una pátina de esperanza sobre su camino, sin que de manera alguna la tentativa trivialice o desmerezca la propuesta.
La película –salpicada de espléndidos personajes y detalles- cree en lo que dice y es capaz de estremecernos sin desarmar la inteligencia. Estamos demasiado acostumbrados a vivir en el desánimo apocalíptico, inmunizados por casos y noticias desquiciantes, que nos negamos a aceptar que en las peores situaciones, incluso para las más vulnerables entre las vulnerables como Precious, hay mucho por hacer. Más que aplaudirla como una gran película, uno descubre en esta historia la vehemente certidumbre de que es posible crear formas audaces, otras, expresivamente poderosas de usar el cine para estimular la esperanza.