Lucien Freud, pintura y memoria del cuerpo
Eduardo Quijano – Edición

“Un momento de felicidad completa no se da núnca en la creación de una obra de arte.
Porque entonces el pintor se da cuenta de que no hace más que pintar un cuadro.
Hasta entonces, casi se había atrevido a esperar que la pintura se pondría a vivir”.
Lucien Freud
Después de 20 años de ausencia en ese espacio, desde el 10 de marzo el Centre Pompidou de París exhibe una monumental selección de las más representativas composiciones de Lucien Freud: soberbios autorretratos, retratos minuciosos y sus variaciones (versiones libres) sobre antiguos maestros. Hay en esta cronología de su trayectoria creativa, un magno reconocimiento a uno de los grandes maestros de la pintura universal, probablemente el artista vivo más caro.
Lo expuesto, casi 50 obras de gran formato reunidas bajo el tema del “Taller”, configura una incisiva metáfora del escenario donde el artista confronta las tentaciones y des-venturas del oficio. Freud obliga a mirar desde una aciaga cercanía. Acercamiento a la esencial desolación del cuerpo: hombres y mujeres desnudos, muestran una humanidad transmutada; los trazos atestiguan los estragos de la existencia. ¿Qué hacemos ahí? ¿qué vemos? Víctimas de la obesidad y la flacidez, los cuerpos dicen del calvario de la edad, pero también en esos pliegues asoma la corroción de toda condición humana y las huellas de una civilización autodestructiva. Somos testigos incómodos del abandono y la desilusión.
La pintura de Freud (Berlín, 1922, -sí, es nieto de Sigmund) carece de ideales restrictivos sobre la belleza; lo que el ojo encuentra frente a sus cuadros, sea el desnudo de Kate Moss embarazada o el pequeño y polémico retrato de la reina Isabel II, ayuda a entender (se) y penetrar (a indagar) más allá del cuerpo
Lucien Freud comenzó a dibujar compulsivamente a los 10 años. Conoció el surrealismo y otras corrientes que alimentaron su camino, fue amigo de grandes maestros de la pintura del siglo XX. A mediados de los años 50 se reconoció en el realismo expresivo como forma de registrar su incesante búsqueda. Desde hace décadas pinta parado, con el torso desnudo y el gesto perplejo de creador. Sus pinceladas, justas e insinuantes, nos llegan cargadas de una irradiación inquietante. Los personajes que plasma en sus lienzos son casi siempre seres cercanos a su vida: amigos, familia, compañeros pintores, amantes, niños, perros y caballos. Nunca modelos profesionales. Todo en su pintura, ha declarado, es autobiográfico, es decir, cargado de sensualidad, memoria, esperanza en el poder vindicador del arte. Como eje temático de sus composiciones, la desmesura del cuerpo desnudo, la carne como extrema singularidad de quien modela miradas. Más allá de la representación, Freud carga la memoria del cuerpo de sensaciones y experiencias turbadoras, se asoma a una desolación.

Cada lienzo invita a atestiguar la desnudez y el silencio circundante. Uno frente a otros, uno mismo. La luz de la pintura es luz sobre la piel de las emociones; luz que transforma al cuerpo de quien pinta, de él asoman las oblicuas y dolorosas presencias que nos habitan.
Bacon por Freud Freud por Bacon
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Lucien Freud es alucinante
Lucien Freud es alucinante
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