Del Boom al «¡Bum!»
Magis – Edición
Por: José Aníbal Campos
Oslo, verano de 2011, tres y veinte de la tarde. La normalmente apacible capital noruega se ve estremecida por el mayor atentado terrorista de su historia. Un coche bomba estalla debajo del complejo de edificios del gobierno, causando siete muertos, una cifra indeterminada de heridos y una conmoción que tardará mucho en borrarse de las mentes de los que presenciaron en vivo el dantesco escenario posterior a la explosión. Algo más tarde, y sin aparente relación con la bomba en el centro de Oslo, un hombre disfrazado de policía se presenta en una acampada de jóvenes socialistas en la isla de Utøya, a unos cuarenta kilómetros del centro, y empieza a disparar de forma indiscriminada contra los allí reunidos, dejando un rastro de varias decenas de cadáveres.
No. No es la sinopsis de un nuevo caso de los detectives Gunnarstranda y Frøhlich, personajes del autor de policiacos noruego Kjell Ola Dahl. Tampoco es uno de los crímenes investigados por el comisario Harry Hole, en las novelas del también noruego Jo Nesbø. No se trata, en fin, de una trama de ficción, salida de alguna de las novelas a las que nos tiene acostumbrados la literatura policíaca de los países nórdicos, ésa que ha experimentado, en las últimas décadas, un boom tan extraordinario en el mercado editorial europeo.
El escenario es real, y no menos real es la consternación con la que reaccionó el mundo tras los atentados. La prensa especula en un primer momento apuntando al terrorismo islamista (soldados noruegos están apostados en Afganistán); se habla también de un atentado de la extrema derecha (en los últimos años, los países nórdicos han vivido un auge vertiginoso de los partidos ultraderechistas). Pero el tono general de los comentarios gira en torno a una misma interrogante: «¿Por qué allí? ¿Cómo ha sido posible?»
De la ficción a la realidad
Son muchos los que se han preguntado cómo las sociedades más estables, igualitarias, pacíficas y prósperas de Europa han podido producir esa avalancha de novelas relacionadas con el crimen y la violencia. Pero las apariencias, como casi siempre, engañan: lo que muchos no saben es que esas sociedades nórdicas, en apariencia tan tranquilas, podían exhibir ya desde hace algunos años unas de las tasas de delitos violentos por cada mil habitantes más altas de toda Europa. «Cuídate de las aguas mansas», nos alerta un refrán. En ese sentido, tal vez no sea casual que una de las más renombradas autoras noruegas de novelas policíacas, Anne Holt, haya sido ministra de Justicia: una mujer en contacto directo con esos índices de delitos cotidianos en medio de un aparente idilio social.
Lo cierto es que quien, en su momento, no tomó nota de esa violencia latente es porque tal vez no haya prestado la debida atención a las obras que nos llegan desde los países escandinavos, incluidos algunos bestsellers –descalificados a veces por serlo— como los de Camila Läckberg, Henning Mankell, Stieg Larsson y otros muchos autores nórdicos.
La literatura, en muchas ocasiones, ofrece las claves para entender una sociedad, y éstas son casi siempre mucho más certeras que los reportajes de prensa, las estadísticas o los ensayos sesudos. Los llamados padres del thriller nórdico –el matrimonio de autores sueco Maj Söwall y Per Wahlöö—, ya habían empezado a cuestionar en sus policiacos, desde la década de 1970, las premisas de un bienestar erigido sobre bases falsas, e hicieron en sus libros una despiadada disección de la sociedad sueca contemporánea, de sus ocultas desigualdades, de la profunda soledad de sus individuos, de los altos índices de suicidio, de sus frustraciones. Los discípulos de Söwall y Wahlöö se diseminaron rápidamente por todos los países escandinavos.
Idílica misantropía
Sin embargo, es en una novela que no forma parte precisamente del boom policiaco escandinavo, Cocka Hola Company –la primera parte de Misantropía escandinava, la deslenguada y controvertida trilogía del noruego Matias Faldbakken (Suma de letras 2009), también un superventas en el país nórdico—, donde podríamos encontrar algunas de las claves de esa frustración latente que lleva, en casos extremos, a unos brotes de violencia que no por inesperados resultan inconcebibles del todo allí donde haya seres humanos.
Uno de los protagonistas de Cocka Hola…, Simpel, explica en un programa de televisión las razones por las que organiza sus anárquicos y a veces brutales happenings. Simplemente dice haberse hartado en algún momento de la «dictadura de la fascinación» que ejercen los «creadores de cultura» en esas sociedades del bienestar, y responde a ese hartazgo organizando acciones que tocan los bordes de la misantropía. «Mi misantropía», dice Simpel, «se expresa en una desconfianza general hacia todas las acciones humanas. […] Si se piensa bien, toda acción humana se basa realmente en algo corrupto, engañoso o hipócrita. […] Por eso mis acciones se dirigen contra la gente en el tranvía, pero también contra la ayuda para el desarrollo, contra los pedagogos, los intelectuales, los yonquis, los funcionarios de Hacienda, la vida familiar, la cultura, los medios de comunicación, los negocios o lo que usted prefiera». Simpel, en fin, está en contra absolutamente de todo. Es la encarnación del fanático «antisistema».
Los primeros datos ofrecidos por la policía noruega sobre el supuesto autor de los atentados de julio en Oslo, apuntaban a la imagen del hombre solitario, con ideas antisistema, que se definió a sí mismo como un «fundamentalista cristiano y conservador» y que gusta citar a John Stuart Mill (el padre de la distopía, la utopía perversa) y su frase sobre confianza desmedida en la fuerza de un hombre solo con una fe. Es lo más cercano que pueda imaginarse al prototipo descrito por el alemán Hans Magnus Enzensberger en su magnífico ensayo El perdedor radical (Anagrama 2007). Los pocos datos aportados por la prensa sobre Anders Behring Breivik, el presunto asesino, hacen pensar ya en el criminal buscado en la novela Petirrojo (RBA, 2008) del noruego Jo Nesbø, en la que el detective Harry Hole se obsesiona con una especie de personaje fantasma llamado Daniel Gudeson, una suerte de ángel de la muerte que regresa varias décadas después para pasarles la cuenta a todos aquéllos por los que se sintió traicionado alguna vez. (Gudeson, por cierto, era uno de los soldados noruegos que se unió a las hordas hitlerianas tras la invasión del país nórdico, es decir, alguien que alguna vez en su vida abrazó también una ideología fundamentalista y perversa).
Al final de la novela Cocka Hola Company, el personaje de Simpel recibe, sin esperárselo, la aprobación del público presente en el estudio de televisión a todo el odio que este singular anarquista (que lo reduce todo a términos bastante simples, como su nombre bien indica) ha estado vomitando durante los minutos que dura el programa. Ante el aplauso que obtienen sus tiradas de odio en el entorno ficticio de la tele, Simpel reacciona horrorizado y dice lo siguiente: «La aprobación es Satanás. […] Si te aprueban, es como… como una condena eterna… Cuando te consideran bueno, has perdido. Cuando eso sucede, estás muerto». ¿Habrán sido ésas las palabras que pasaron por la mente del terrorista de Oslo antes de perpetrar su horrendo «happening»?