Apuntes sobre los alcances de la mirada y los límites del oído

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Apuntes sobre los alcances de la mirada y los límites del oído

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Vi Batman: el caballero de la noche (The Dark Knight, 2008) de Christopher Nolan por primera vez en la première que se ofreció a los medios de comunicación locales. La función fue en una sala Imax —la única a la fecha en Guadalajara— y la copia que se presentó estaba doblada al español. Recuerdo haber gozado la cinta como enano: celebré el prodigioso trabajo de cámara, los pasajes de acción, los giros que presenta el argumento, los lúcidos aforismos que aparecen en boca de los personajes. No fue extraño que, después de la proyección, me encontrara en un estado de exaltación similar al que se experimenta cuando se presencia o se es parte de una proeza deportiva insospechada. Como en estos casos, el entusiasmo fue compartido por una buena parte de los espectadores, y a la salida no era extraño encontrarlos agrupados comentando tal o cual detalle. Cuando me acerqué a uno de estos grupos caí en la cuenta de que no todos vivimos una experiencia similar. En particular me llamó la atención una chica que, al ser consultada, mostró una actitud entre pedante e indiferente; su “argumento” filtraba un desencanto que provenía de lo que, para ella, era una carencia —los diálogos doblados— y, haciéndose la interesante, concluyó que tenía que esperar a ver la película en inglés.

(En más de una de estas premières me ha tocado ser testigo de respuestas que me resultan desproporcionadas —por decir lo menos. No han faltado los asistentes —que en su mayoría publican sus opiniones en los medios locales— que apenas escuchan los primeros parlamentos en la lengua de Cervantes se levantan como impulsados por indignado resorte y de forma sonora abandonan la sala. Prurito purista, si los hay. Si bien es cierto que se puede iniciar un alegato sobre el hecho de que al ser doblada la cinta es mutilada —o por lo menos transformada— el cambio de lengua no debiera ser un impedimento para atender todo lo demás.)

Meses después asistí a la premiere de La isla siniestra (Shutter Island, 2010) de Martin Scorsese. Como en cada una de las entregas del cineasta neoyorquino, su propuesta —de cámara, puesta en escena, montaje y sonido— me dejó deslumbrado. A la salida y sin buscarlo alguien se acercó a mí para compartir su decepción. Al hacerle ver los prodigios que, a mi juicio, habitan la cinta, su respuesta fue escueta y, de acuerdo a sus parámetros, contundente: había detectado deficiencias en el maquillaje.

Me queda claro que el espectador ocasional —o incluso habitual— no está obligado a ser un especialista en asuntos cinematográficos: el cine sigue siendo visto por mucha gente como un espectáculo, como un pasatiempo, un pretexto para distraerse, entretenerse o divertirse. Los estudios estadunidenses, que proveen la mayor parte de la oferta que llega a nuestras salas, cuentan con ello. También me queda claro que el acercamiento al cine hace la diferencia entre el cinero y el cinéfilo. No es lo mismo ir al cine y meterse a ver la película que está por comenzar —cualquiera—, que procurar una película en particular porque se han visto las obras previas del cineasta que la dirige. Del cinéfilo se esperaría —y a menudo manifiesta— una actitud más abierta, una postura más crítica y mejor informada.

No obstante que los casos arriba citados hacen referencia a espectadores que cabría ubicar como cinéfilos, sus respuestas me han permitido constatar lo que bien puede ser calificado como una perogrullada: por más que vayamos a las mismas funciones no todos vemos ni oímos lo mismo; no todos apreciamos la misma película. Es cierto que no todos tienen la apertura, el interés o el conocimiento para acercarse al cine como cine, pero también lo es que los prejuicios son un obstáculo para hacerlo. Así, hay espectadores asiduos que “no ven películas dobladas al español” o que no ven películas de (sic) tal o cual actor (o, al revés, no se pierden ninguna de tal o cual otro).

Por otra parte, es razonable esperar —casi de rigor— una mirada con mayores alcances de la gente que se dedica a comentar películas o que lo hace ocasionalmente. Pero esto rara vez ocurre. De cine, como de futbol, cualquiera opina; pero si cualquier opinión puede ser respetable (por un principio de convivencia, no porque lo sea necesariamente) escuchar evaluaciones fundamentadas en argumentos no es lo habitual. Pululan, además, los textos o las opiniones radiofónicas que no van más allá de lo más superficial, es decir, de los actores. (En lo que a mí respecta, cuando me encuentro un comentario que tiene al elenco como su parte medular dejo de leerlo o escucharlo: los actores son importantes pero son sólo un elemento más.) Porque estos comentarios emprenden la calificación de su desempeño como si estuviera desligado del resto de la forma cinematográfica, lo cual hace evidente el alcance pobre de la mirada… y la ignorancia. Es lo que se manifiesta, a mi juicio, en aquellos a los que se les nubla la vista cuando escuchan voces diferentes a las originales y por ello dejan de observar (suponiendo que puedan observarlas) las posibles maravillas que reserva el resto de la banda sonora y toda la imagen.

MAGIS, año LX, No. 502, noviembre-diciembre 2024, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Edgar Velasco, 1 de noviembre de 2024.

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