La película de Carlos Fuentes
Carlos Enrique Orozco – Edición
El cine fue la segunda pasión en la vida de Carlos Fuentes (la literatura fue la primera, aunque algunos mal pensados dirían que la fama y el éxito fueron su verdadera vocación). Fue un gran cinéfilo toda su vida, muchas de sus novelas tienen estructura cinematográfica, sus relatos fueron la base de varias películas, escribió guiones, adaptó novelas de otros autores y publicó varios ensayos importantes acerca de Buñuel y otros cineastas. Pero quizá lo más llamativo es que su vida fue como una superproducción hollywoodense: con amores de película, sí, pero también con su dosis de drama y no pocas tragedias.
El cine fue para Fuentes un amor no correspondido. Le dedicó mucho tiempo como escritor profesional y casi todas las cintas en las que participó como guionista, adaptador o escritor no han resistido el paso del tiempo; algunas ni siquiera en su momento fueron bien valoradas por la crítica y el público. En una entrevista en 1973, Fuentes le dijo al periodista James R. Fortson que no le interesaba el cine como medio de expresión: “Mi universo es verbal. Yo concibo la realidad a través de las palabras, no a través de la visión, esto es lo más anti-cine (…) yo sólo comprendo el mundo a través de las palabras del mundo. (…) Cuando he escrito para el cine, tengo una carga literaria excesiva; no tengo el fluir del cine.
En ese tiempo, Fuentes ya tenía cierta trayectoria en la industria. Había participado como guionista (sólo o en equipo) en El gallo de oro (1964), de Roberto Gavaldón; en los mediometrajes incluidos en Amor, amor, amor (1965): Las dos Elenas y Una alma pura. El año de 1966 fue fructífero para Fuentes en el cine: co-adaptó Pedro Páramo, dirigida por Carlos Velo; co-escribió el guión de Tiempo de morir, el debut de Arturo Ripstein, y junto con Juan Ibáñez escribió el guión para Los caifanes, película que se ha convertido en un clásico del cine mexicano. La estupenda caracterización de los seis personajes, la recreación del ambiente populachero de la ciudad de México y los diálogos —cortos y punzantes— fueron muy bien recreados en esta cinta que sin duda es la mejor colaboración de Fuentes para el cine.
En cambio, la década de los años 70 fue fatal para el escritor. Sergio Olhovich, director mexicano de origen ruso, filmó Muñeca Reina (1971), cinta pretenciosamente “poética” basada en su relato del mismo nombre; Fuentes co-escribió los guiones de Las cautivas (1971), de José Luis Ibáñez y que resultó muy fallida, y de Aquellos años (Felipe Cazals, 1972), una solemne y aburrida versión de la historia oficial de Juárez y Maximiliano. Y no es todo: en 1974 fue argumentista cómplice del director francés Francois Reichenbach en la versión cinematográfica del cuento de Rulfo ¿No oyes ladrar los perros?, considerada por algunos críticos como una de las peores películas en la historia del cine nacional.
En 1981 adapta su novela La cabeza de la hidra para que Paul Leduc hiciera una versión cinematográfica titulada Complot petróleo: La cabeza de la hidra, que pasó sin pena ni gloria por la cartelera. Vieja moralidad, otro cuento de Fuentes incluido en Cantar de ciegos, fue llevada al cine en 1988 como mediometraje (dura 52 minutos) por Orlando Merino. La cinta no ha tenido suerte en su distribución. Casi no se ha exhibido y no se le encuentra ni en YouTube.
Fuentes estuvo cerca de la elite cultural estadunidense casi toda su vida. Sin embargo, la industria de Hollywood ignoró sus novelas, con excepción de Gringo viejo: fue llevada al cine en 1989 por Luis Puenzo, con los estelares de Gregory Peck, Jane Fonda y Jimmy Smits. Como era de esperarse, la película se centra más en el romance entre la gringa madura, pero atractiva, y el joven revolucionario mexicano que en los últimos días del “gringo viejo”, el escritor Ambrose Bierce como lo hace la novela.
Por alguna razón que no comprendo (porque el relato es casi imposible de llevar el cine, aunque por su brevedad parezca lo contrario), varios grupos de estudiantes de cine han usado Aura como tema para sus trabajos finales. En YouTube se pueden ver varios cortometrajes basados en ese texto. De los que pude ver, esta versión de “Perro Noble Films” es la más lograda.
A Fuentes le fue mejor como cinéfilo que como escritor de cine. A Fortson le contó que le gustaba el cine “desde que mi nana lituana, Teclunes Tankanaite, me llevó a escondidas a ver una película de Greta Garbo en Montevideo”; por las fechas en que vivió en Uruguay, Fuentes tendría tres o cuatro años.
A decir del propio escritor en su libro En esto creo (2002), fue un asistente asiduo al cine toda su vida. Desde los cineclubes universitarios en Ginebra y la ciudad de México, cuando vivió en París en los años 80 que iba tres o cuatro veces por semana a la cineteca y después con la tecnología del cine en casa, disfrutó de su “alimento cotidiano” prácticamente toda su vida.
En su lista de las diez mejores películas en la historia del cine incluye La edad de oro y Viridiana (Buñuel); Citizen Kane y Touch of Evil (Orson Welles); Greed (Von Stroheim); Steamboat Bill Jr (Buster Keaton); Monkey Business (Hermanos Marx); Scarface (Howard Hawks); El halcón maltés (Houston) y Gritos y susurros (Bergman).
A Fuentes le gustaba particularmente la mirada femenina. No es gratuito que varios de sus textos (Zona sagrada. Diana o la cazadora solitaria) estén centradas en la vida de actrices. Tampoco que su primera esposa, Rita Macedo, haya sido actriz o que haya tenido romances duraderos con otras actrices como Jean Seberg (imagen anterior) o que haya escrito: “¿Qué sería de nuestras vidas como seres humanos del siglo XX sin la belleza, la ilusión, la pasión que para siempre nos dieron los rostros de Greta Garbo y Marlene Dietrich, de Louise Brooks y de Audrey Hepburn, de Gene Tierney y de Ava Gadner?”.
Carlos Fuentes Macías descansará en paz en el cementerio de Montparnasse en París. Terminó su vida de película y continúa la leyenda alrededor de su persona y su obra.