Caminar, correr y escribir
Carlos Enrique Orozco – Edición
Caminar fue una de las primeras acciones que el Homo erectus hizo mejor que sus contemporáneos. Y la necesidad de conseguir el alimento o huir de los depredadores aceleró el paso entre caminar y correr. Sin embargo tuvieron que pasar muchísimos años – hasta el cuarto milenio antes de Cristo – para que el ser humano aprendiera a comunicarse mediante los signos que hoy llamamos letras.
La mayor parte de los seres humanos en la actualidad podemos caminar, correr y escribir. Algunos lo practican de manera regular y muy pocos lo hacen con entrenamiento y método. Son más escasos aún quienes combinan la disciplina de caminar o correr grandes distancias con el arte (también es disciplina) de contar buenas historias. De estos autores – caminantes o corredores – voy a conversar en esta entrega.
Correr y escribir
La capacidad de los seres humanos para correr grandes distancias en dos o tres horas parece ser resultado de millones de años de evolución humana. Varios investigadores de la evolución humana (David Carrier, Dennis Bramble, David Braun) han sugerido la hipótesis de que la fortaleza para correr a bajas velocidades en largos períodos de tiempo – que los humanos podemos hacer (con entrenamiento) porque tenemos glándulas sudoríparas que nos permiten mantener la temperatura adecuada – fue desarrollada como una estrategia del Homo erectus para seguir a sus presas durante horas (probablemente en relevos de dos o tres) y cazarlas cuando los animales caían rendidos de cansancio. Hay que tomar en cuenta que las lanzas aparecieron hace “apenas” unos 300 mil años, mientras que la cacería persistente durante varias horas se practicaba hace unos 2 millones de años.
David Braun sostiene que los Homo erectus fueron las primeras especies en consumir alimentos con más calorías como carne, tuétano de huesos y tejidos lo que provocó el crecimiento y desarrollo del cerebro humano. “El correr maratones (detrás de las presas) nos hizo humanos, nos dio el cerebro grande necesario para las habilidades congénitas que nos caracterizan”, escribió Martin Cagliani en el articulo “Homo sapiens, el maratonista”, publicado en “Futuro”, el suplemento de ciencia del diario argentino Página 12. Y que los imaginarios lectores interesados pueden consultar aquí http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-2398-2010-08-21.html
En los inicios del siglo XXI ya no tenemos que correr largas distancias para conseguir las proteínas necesarias para sobrevivir. Sin embargo, hay algunos seres humanos que lo siguen haciendo por profesión o por simple gusto. Uno de ellos es Haruki Murakami, escritor japonés (Kyoto, 1949) quien se convirtió en un escritor de culto en Occidente por su deslumbrante mega-novela Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.
El año pasado Murakami sorprendió de nuevo a sus lectores con De qué hablo cuando hablo de correr, un libro muy personal en que narra las dos pasiones paralelas que han orientado su vida: las carreras de larga distancia y la literatura. No es casualidad que en 1982 al mismo tiempo que decidió dedicarse de lleno a escribir, también empezara a correr largas distancias. Casi treinta años después, Murakami ha publicado una docena de libros de éxito mundial, ha ganado varios premios literarios y ha corrido alrededor de 30 maratones en lugares tan distintos como Hawai, Cambridge, Tokio, Atenas o Nueva York.
De qué hablo cuando hablo de correr consta de nueve capítulos, un prefacio y un epílogo, escritos entre 1996 y 2005 y entre varios maratones. No es obra sólo para corredores, ni mucho menos para promover la salud y el bienestar físico; “como mucho me limitaré unas veces a reflexionar y otras a preguntarme sobre lo que ha supuesto para mí, como persona, el hecho de correr habitualmente”, dice Murakami en el prefacio. Y como en toda carrera larga, podemos leer la disciplina previa y cotidiana, el entusiasmo por participar, la energía de los primeros kilómetros, el cansancio, dolor y en ocasiones desánimo para concluir, a veces victorioso sobre uno mismo o derrotado, pero siempre aguantando hasta el final sin caminar.
Caminar y contar lo que se ha visto
La práctica de caminar por gusto largas distancias por caminos rurales o a campo traviesa, también conocida como senderismo, es también muy antigua. No se existe el registro de cuándo los seres humanos empezaron a caminar por gusto, pero es muy probable que haya sido muy poco después de que se establecieron en un lugar fijo.
Aunque el senderismo está muy relacionado con el paisaje y el clima, hay personas que les gusta caminar en condiciones poco propicias, con lluvia y humedad o con temperaturas extremas. Posiblemente son los ingleses quienes más practican esta actividad; hay miles de kilómetros en caminos y veredas peatonales por toda la isla y es muy frecuente encontrarse con caminantes solitarios o grupos en la campiña británica.
Medio en broma y medio en serio, a los escritores ingleses de la generación que ronda los 60 años se agrupan entre quienes les gusta el senderismo y los que no lo hacen. Julian Barnes (El loro de Flaubert); Ian Mc Ewan (Expiación ) y Michael Frayn (Copenhage ) forman parte del primer grupo, mientras que Martin Amis (La información) y Christopher Hitchens (Dios no existe. Alegato contra la religión) son los sedentarios de su generación. McEwan ha dicho que no hay nada mejor que la inmersión en la naturaleza para inspirarse y en un extenso reportaje publicado en The Newyorker contó cómo es que el senderismo solitario ha sido parte fundamental de su formación y práctica como escritor de novelas. Los interesados lectores pueden consultarlo aquí http://www.newyorker.com/reporting/2009/02/23/090223fa_fact_zalewski
Otro inglés, Bruce Chatwin (1940-1989), es considerado por muchos el mayor narrador de caminatas por lugares poco habitados. Con un formación exquisita en artes clásicas, Chatwin trabajaba para Sotheby´s como experto en arte contemporáneo, (se dice que era capaz de distinguir un falso Picasso a simple vista) y un día un médico le diagnosticó un severa enfermedad en la vista por forzar tanto la vista para ver sólo de cerca. Chatwin, quien contaba con 26 años, decidió dejar su carrera en el mundo del arte y su vida en la ciudad y se dedicó a viajar y contar lo que veía. Rafael Vargas escribió que “su inagotable curiosidad lo llevó a viajar por casi todo el mundo (de Australia al Perú y de China al África), y sus aventuras y avatares al recorrerlo, al convertirse en una especie de leyenda viviente. Chatwin era todo un personaje”.
Chatwin ha sido considerado como escritor de viajes porque varios de sus libros (En la Patagonia, Colina negra, Los trozos del canción, ¿Qué hago yo aquí) están ambientados en lugares lejanos a su natal Inglaterra y además muchos de esos recorridos los hizo caminado; como si fuera un nómada buscando entender el nomadismo, pero es injusto clasificar sólo de esta forma a Chatwin; un gran autor con varios excelentes libros más allá de géneros y clasificaciones.
Julio Llamazares, escritor español nacido en 1955, es otro heredero de la tradición de escritores caminantes que cuentan sus andanzas en sus libros. En el verano de 1981, Llamazares viajó a pié a lo largo del curso del río Curueño, en la región de León en España y en 1990 publicó El río del olvido (Seix Barral), una crónica de viaje en seis jornadas. El inicio es contundente: “El paisaje es memoria. Más allá de sus límites, el paisaje sostiene las huellas de su pasado, reconstruye recuerdos, proyecta en la mirada las sombras de otro tiempo que sólo existen ya como reflejo de sí mismo en la memoria del viajero o del que, simplemente sigue fiel a ese paisaje. Para el hombre romántico el paisaje, es además, la fuente originaria y principal de la melancolía.”
El Homo erectus empezó caminando, luego corrió y muchos años años después aprendió a escribir. En los libros de estos autores (y otros más) podemos encontrar claves para la memoria de este largo y fascinante recorrido.