30 años después, siguen Las batallas en el desierto
Carlos Enrique Orozco – Edición
Me acuerdo, no me acuerdo; ¿qué año era aquel? Ya había supermercados, pero no televisión, radio tan sólo: Las aventuras de Carlos Lacroix, Tarzán, El Llanero Solitario, La legión de los Madrugadores; Los Niños Catedráticos, Leyendas de la calle México, Panseco, El Dr. I. Q., La Doctora Corazón desde su clínica de almas, Paco Malgesto narraba las corridas de toros, Carlos Albert era el cronista de futbol, el Mago Septién transmitía el beisbol. Circulaban los primeros coches producidos después de la guerra; Packard, Cadillac, Buick, Chrysler, Mercury, Hudson, Pontiac, Dodge, Plymouth, De Soto. Íbamos a ver películas de Errol Flynn y Tyorne Power, a matinés con una de episodios completos. La invasión de Mongo era mi predilecta. Estaban de moda: Sin ti, La rondalla, La burrita, La múcura, Amorcito corazón. Volvía a sonar en todas partes un antiguo bolero puertoriqueño: Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo, no habrá una barrera en el mundo que mi amor profundo no rompa por ti.
(José Emilio Pacheco, 1981)
No me acuerdo, me acuerdo. Era el año de 1981. Fue el año en que IBM lanzó al mercado la primera PC, pero no llegó a México sino hasta varios años después. La Internet no la imaginábamos ni en la ciencia ficción de entonces. Casi todos tenían televisión y por las noches veían La carabina de Ambrosio, El mundo de Luis de Alba o Dinastía. Algunos pocos jugaban con el ATARI recién traído de Estados Unidos. Un 29 de julio Lady Di se casó en el príncipe Carlos, y el 23 de febrero un grupo de militares intentaron un golpe de Estado que tuvo en vilo a los españoles hasta que el Rey Juan Carlos salió en televisión respaldando con firmeza el proceso democrático. Mario Moreno, Cantinflas, filmaría El barrendero, su última película, y Héctor Suárez hizo famoso al Milusos. Por la radio se escuchaba a Yuri cantando La maldita primavera y, en las estaciones de música en inglés, John Lennon –recién asesinado– le pedía a Yoko Starting Over; Rod Stewart cantaba Passion y Diana Ross y Lionel Richi pusieron de moda Amor eterno, Por las calles, cada vez con más tráfico, circulaban los coches de la Nissan (Datsun), la Chrysler (LeBaron), la Ford (Fairmont o Mustang), la Volkswagen (el ya popular Vocho) y el Renault 18, “la única fórmula europea en México”. Ese año José López Portillo dijo que defendería el peso como un perro. También José Emilio Pacheco publicó, en agosto, Las batallas en el desierto.
Treinta años han pasado y Las batallas en el desierto sigue tan campante como el primer día. La breve narración (68 páginas) escrita por José Emilio Pacheco es una de las novelas mexicanas con mayor reconocimiento en los últimos años; obtuvo en segundo lugar en la encuesta que hizo la revista Nexos (abril de 2007) entre 60 escritores (el primer lugar correspondió a Noticias del Imperio, de Fernando del Paso). Sin embargo, lo más significativo no está en los lectores profesionales, como escritores o críticos, sino en los amateurs. No hay otra obra de ficción literaria en el México reciente que haya generado “herederos” musicales (Las batallas, de Café Tacuba) y cinematográficos (Mariana, Mariana, de Alberto Isaac) que, a su vez, han acercado a muchos jóvenes a la lectura del libro. José Emilio Pacheco ha dicho varias veces que está muy agradecido con “los muchachos de Café Tacuba” por los miles de lectores que han leído su libro gracias a la canción. En cambio, la película Mariana, Mariana no tuvo suerte: el proyecto fue concebido por José Estrada, pero falleció durante la filmación y entró Alberto Isaac a terminarla. El guión de Vicente Leñero es fiel a la trama del ingenuo amor adolescente, pero no a la novela.
Las batallas en el desierto tiene varias lectura posibles; la más simple es la tragedia del primer amor de un adolescente de clase media en la colonia Roma del DF en 1948. “Una novela edificada sobre los amores primeros y los fracasos, el miedo y la esperanza, las emociones y las repulsiones de un niño”, escribió Álvaro Ruiz Abreu en su reseña, publicada en Nexos (agosto de 1981) a un mes de haber salido la novela. Al mismo tiempo, pero en Letras Libres, Adolfo Castañón comentó que Las batallas en el desierto es un “recuento, pues, de una educación sentimental, que vale más como testimonio que como educación”. La segunda pista –añade Castañón– la encontramos entre la relación del progreso y la modernidad en contra del tradicionalismo y la decencia. Esa modernidad que vino a cambiar la ciudad de México añorada por Pacheco en la narración de Carlitos.
El primer amor siempre será el primero y único. Carlitos es un niño, pero también se recuerda como el adulto que ya es. El personaje de Mariana es múltiple y complejo: para Carlitos es el oscuro objeto del deseo puro, pero también es la madre de Jim, su mejor amigo, y no desconoce que es la amante de un político encumbrado. Ella representa el amor, pero también la modernidad que viene del norte. Las batallas en el desierto debiera formar parte de las lecturas obligadas en los cursos literatura en la secundaria; los lectores actuales se reconocerían en los personajes a pesar de vivir medio siglo después. Es uno de nuestros clásicos del siglo XX.